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Cubanos sin presidente buscan respuestas en Biden o Trump

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Cubanos sin presidente… opinen ¡así de bonita es la democracia! ¡Critiquen! así de hermosa es la libertad de expresión, pero su libertad no está a 90 millas.

Millones de cubanos están a la expectativa, ahora mismo, de saber quién será el presidente de los EE.UU. para el período 2020 – 2024. ¿Será “el nuevo” Joe Biden o “el viejo” ya conocido, Donald Trump?

Esos millones, opinan otros miles, deberían estar más interesados en promover un presidente para Cuba, aunque otros miles seguramente argumentarán que ya Cuba tiene uno, Miguel Díaz-Canel Bermúdez; a lo cual se opondrían otros, diciendo que el verdadero presidente en Cuba es “el Partido” y dentro de este, Raúl Castro, como figura principal de su Buró Político sería el verdadero gobernante.

Durante años el gobierno cubano actual ha defendido su modelo electoral como “el más democrático y genuino de todos”. Para argumentarlo, recurren al cuento del campesino y obrero que puede ser diputado. Del otro lado, los críticos, alegan que ese sistema es más que un cuento una fábula, porque esos diputados casi siempre eligen a los mismos -ver a José Ramón Machado Ventura y Ramiro Valdés Menéndez ahí, todavía, les da cierta razón en lo que expresan- y que al final ninguno de los que está allá arriba es capaz de disentir verdaderamente y promover un cambio en el status quo. A su favor tienen una verdad “histórica”: todas las votaciones son unánimes.

Este “detalle”, único en regímenes poco democráticos, el gobierno cubano lo ha disfrazado de “unidad”. La misma “unidad”, por ejemplo, la critican cuando todos los republicanos votan “unidos” contra una propuesta demócrata.



Los cubanos no votan directamente por su presidente. Votan por “un tipo”, que luego vota “por otro tipo” y este a su vez, “por otro” y al final siempre se quedan los mismos. Esa es la verdad monda y lironda.

Dentro de este esquema que no tiene mucho fundamento, aparece por Santiago de Cuba un “delegado” que vive en Matanzas; o el mismo partido promueve por la Isla de la Juventud a “cualquiera” que puede nunca haber puesto un pie en el Municipio Especial.

A mí la democracia cubana y su sistema electoral siempre me parecieron un poco raros. Esa es la verdad. Y me alegra hasta pensar que no soy el único que piensa así.

Tenía mis dudas sobre la eficacia mediante la cual funcionaba esa telaraña, pero siendo apenas un niño y un adolescente, el Delegado que yo conocía, lo resolvía casi todo en el barrio y a los vecinos “les funcionaba la democracia” hasta que luego supe, años después, que “el hombre” resolvía porque era Director de la Industria Alimenticia en la provincia y todos – os de la Construcción, los de Comunales, los de Hidráulica y los de Alcantarillado- querían siempre estar en buena con él.

Así y todo, la primera bofetada electoral recibida la sentí el día en que, donde estudiaba, se aparecieron tres delegados. Uno de ellos era Ricardo Alarcón de Quesada. A los otros dos nadie los conocía.

Alarcón, recién llegado de las Naciones Unidas, intentaba explicarle a la masa estudiantil precisamente, la importancia del voto unido. Fue el año del “Sí por todos”, y su verborrea iba bien hasta que alguien le dijo que, cómo se podía votar por alguien que no se conocía. Alarcón respondió con un “Ustedes a mí me conocen”, y alguien le devolvió que lo conocíamos de la ONU, pero no “del barrio”. Ahí mismo le preguntaron que cómo él podría mantener un contacto directo con sus “electores” si él nunca estaba en Cuba, y que de hecho, tenía otras muchas e inmensas responsabilidades.

Alarcón intentó una excusa hasta que, el mismo que comenzó el guateque se explicó: “Está bien, a ti te conocemos, pero ¿y estos dos quiénes son? No los hemos visto nunca”.

El viejo Alarcón intentó razonar que “en el capitalismo de antes era igual”, pues los políticos solo aparecían “una vez, ponían un pasquín, se iban y no volvían más, hasta que no había elecciones de nuevo”, a lo que le respondieron dos cosas: una, que por eso mismo, para evitar “lo de antes” se había hecho una Revolución; y dos, que si “aquellos” venían una vez, él y aquellos otros dos, estaban haciendo exactamente lo mismo.

Alarcón dijo de ellos que eran “compañeros íntegros y revolucionarios” y alguien le respondió: “Eso mismo pensaba yo de Luis Orlando Domínguez y Carlos Aldana porque ustedes me lo decían hasta el otro día”, sembrando la duda entre todos los que dentro de la masa buscaban tomar la palabra.

La democrática reunión presidida por Alarcón terminó allí mismo.

Anécdota aparte, “rebelión” a un lado, ninguno de aquellos estudiantes rebeldes pudo hacer nada aquel día ni nunca después, por perfeccionar el sistema electoral cubano. En mi memoria de votante no existe un momento en el que yo me haya sentido particularmente importante con mi voto en la mano. Los cubanos desconocemos qué es votar por un presidente y hasta en ocasiones podemos pensar que muchas veces, en muchos otros países, eligen el presidente incorrecto.

Así hemos vivido desde hace ya muchísimos años. Preocupándonos por lo que hacen y quiénes son los presidentes de afuera, sin siquiera poder opinar en voz alta sobre lo que pensamos del “presidente” que tenemos.

Ahora mismo hay cientos de cubanos residentes en la isla opinando en las redes sobre Trump o Biden; sobre republicanos y demócratas. Criticando el proceso electoral de EE.UU., imperfecto como todos, sin tomar en cuenta en el zapato de cordón en que están metidos, porque muchos de ellos tienen que “cuidarse” lo que opinan hasta “en las redes” a tenor de ser sancionados por un Decreto Ley 370 que funciona casi que como una mordaza.

Cubanos sin presidente buscan respuestas en Biden o Trump, sin que, por ejemplo, puedan “enfrentar” verdaderamente, prensa mediante, a su propio presidente; preguntar sin temor a ser expulsados de la universidad o del centro de trabajo.

Una “democracia” que viven pendiente a que su prosperidad económica se la traiga “el presidente del Norte” sin que sus propios hijos puedan decidir y discutir abiertamente sin censura y sin miedos sus ideas y estrategias para prosperar económicamente, o que estas lleguen con diez, veinte y treinta años de retraso, justo cuando el cordón del zapato está a punto de reventar, no funciona.

Cubanos sin presidente… opinen ¡así de bonita es la democracia! ¡Critiquen! así de hermosa es la libertad de expresión, pero su libertad no está a 90 millas.

Ariel P.

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