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La desaparición gradual de los llamados coleros, asustados la mayoría ante las severas multas y hasta “un año en prisión” en que se han visto envueltos, no ha propiciado en las colas cubanas el efecto que se esperaba. Estaba claro: el problema no eran los coleros, sino el desabastecimiento.

Sí, es cierto, que siempre que hay un río revuelto llegan “pescadores” a sacar provecho del momento; pero era cosa sabida por muchos que el desabastecimiento, la falta de liquidez financiera, provocada tanto por factores externos como internos, y por el coronavirus, era la verdadera razón de las colas. Aunque claro, siempre se mencionará el deficiente modelo de gestión económica, pero a él aludíamos, entre muchos otros factores, cuando hablábamos de los factores internos.



Asombrada parecía la colega Talía González con su reportaje sobre las colas en el NTV ayer. La casi ya cincuentona Talía dijo que el tema de las colas forma parte del día a día de los cubanos en establecimientos comerciales, y señaló que estas “resultan inevitables ante las limitaciones de recursos, agravadas hoy por la pandemia y el recrudecimiento del bloqueo (embargo)”.

Talía, que como pueden ver, obvia factores internos como puede ser algo tan simple como una autoridad presente para la organización de una cola, señala que “a pesar de las iniciativas creadas en diferentes territorios todavía en muchas de ellas se requiere de mayor esfuerzo para resolver este entuerto”.

Entre esas “ejemplares medidas” Talía enumera la venta de los productos de primera necesidad de las cadenas de tiendas, en las bodegas y controladas por la libreta, a la cual denomina “una manera de evitar aglomeraciones y el estrés que genera la incertidumbre de no alcanzar el producto”.

La nacida en Las Tunas reconoce que esta “no es la solución”, y afirma por el contrario, que Cuba “requiere aumentar sus producciones para no depender de tantas importaciones”. Pero, con casi toda la fuerza laboral cubana buscando la vía para irse del país, en medio de un proceso de envejecimiento natural de la población, y con cada vez menos parejas queriendo tener hijos, o tener uno solo, ¿quién trabaja? ¿bajo qué condiciones? ¿cuánto de salario le pagan? ¿el Estado garantiza financiamientos y recursos? ¿No habrá más burocracia y papeleo?

” La situación sigue siendo más compleja en La Habana con más de dos millones de habitantes. Las recientes decisiones de otorgar prioridad en las compras a embarazadas, personas con discapacidad física y mayores de 65 años constituye un alivio para los más vulnerables, a pesar de que la medida se implementa mejor en unas tiendas que en otras”, señala la periodista.

Más adelante expresa que las colas amanecen “desde temprano, incluso antes de las 5 de la mañana” y dice que a las 6 am hay ya una “matazón de gente”. Más de cien personas ya, apiñadas, unas sobre otras. Los que organizan la cola llegan después.

“Unas están organizadas pero otras no tanto en cuanto se baja la guardia en el control. Ahí mismo aflora la indisciplina”.

En realidad lo que más aflora en este tema es la desesperanza.

Escuchar a un entrevistado ponderar la actuación de la Unión de Jóvenes Comunistas y la de los jóvenes que ofrecen su apoyo y de los factores de la comunidad del Gobierno, para lograr que una cola sea “la mejor cola que se hace en toda esta zona” puede resultar alucinante.

Que no, porque no existen en Cuba “colas buenas y colas malas”. Hablar con orgullo de una cola, como si fuese un equipo deportivo o se tratase de una competencia deportiva o de emulación entre colas y entre gente que hace colas, es simplemente surreal.

Por suerte, al final del material se mencionan factores internos como el desacierto del comercio electrónico, las pocas cajas registradoras y por ende, cajeras, que existen en los establecimientos.

Porque todo, aunque muchos crean y quieran creer que sí, no es responsabilidad del “vecino” que está allá afuera.

por Ariel P.

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