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Costureras en Cuba: un oficio que no pasa de moda

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¿Quién no ha llevado una ropa a arreglar a la costurera? Las cubanas consiguen como pueden hilos, agujas, botones y cintas

En Cuba muy poca gente bota la ropa. Cuando eso sucede es porque la pieza ya pasó por todas las fases posibles, incluso la de ser un pañito para limpiarle el polvo a los muebles. Mientras pueda zurcirse y arreglarse, quitarle de ancho o bajarle el tiro, la prenda conservará su vida útil.

No es de extrañar que en una sociedad así las costureras no pasen de moda. La mayoría tiene sus clientas habituales. Muchas se dedican solo a adecuar a la silueta, otras se atreven a confeccionar modelos y venderlos después.

Hace dos años que Carmen vendió su máquina Singer con la que hizo trajes, vestidos de cumpleaños, uniformes y manteles. Con el dinero que le dieron por esa y un poquito más compró una moderna que le permite hacer bordados con gran rapidez y candelillas asombrosas. “Es que me cansaba de pedalear con la otra. Esta es eléctrica y solo con pisar el pedal una sola vez comienza a andar”.

Alicia también es modista y al igual que Carmen ha tenido que ir reformando sus materiales de trabajo. No obstante, le costará un tiempo recuperar el dinero que ha invertido. “Yo lo máximo que cobro son 10 pesos por cada pieza y eso viene de poquito en poquito”.

Ambas consiguen como pueden los hilos, las agujas, los botones y las cintas. Guardan los dedales de acero, los antiguos que tal vez heredaron de la tía, de la madre o de la abuela.

Nancy suele encargar los carreteles a una amiga que vive en Miami y le trae de muchos colores, algunos matizados, otros clásicos y sobrios, para que los aproveche más y le pegue con ropas. En realidad ella hubiera querido ser diseñadora pero cuando era joven esa carrera no existía, al menos nadie se lo dijo. Hoy les indica a las muchachas cómo llevar las prendas. Qué corte les favorece más y cuáles tejidos van con cada muestra.

Beatriz tiene un niño pequeño y hasta ahora ha adquirido muy pocos conjuntos en la tienda. Cuando le tira lápiz al precio y compara con la calidad, sabe que es más rentable ir para casa de Carmen, dibujarle en una hoja la figura diminuta de su hijo, colocar alfileres por el borde de los pantalones enormes aun para él, tomar el centímetro y anotar sus medidas.

Texto y fotos: Lucía Jerez

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