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Por Fernando Vargas

Guardianes de la galaxia, Naruto, Bleach, Dragon Ball, Zelda, One Piece… Sí, estas y muchas otras producciones de cómics, series animadas y videojuegos empiezan a formar parte activa de la vida de algunos adolescentes cubanos. Con el auge de las nuevas tecnologías, los millennials cada vez se las ingenian más para divertirse y ganar protagonismo, tanto en el ciberespacio como en el mundo real.

El cosplay, una práctica internacional que consiste en “transformarse” en personajes traídos del mundo virtual y audiovisual, va cobrando aceptación en la isla. La conexión a Internet, unida al auge de este tipo de materiales que circulan por el ya conocido “paquete semanal”, hacen posible que un mayor número de jóvenes cubanos opten por crearse su alter ego para compartir con sus semejantes.

Massiel, habanera de 21 años, descubrió un nuevo mundo en el Maxim Rock, donde se reúnen los adeptos a esa música. Cuando estaba en el preuniversitario, vio a otros chicos que se disfrazaban como personajes de caricaturas y le resultó fascinante: “De niña una siempre tiene el sueño de parecerse a los animados. Yo le decía a mi mamá que quería tener el pelo de Sailor Moon y con el cosplay pude lograrlo, aunque fuera con una peluca”.

En 2014 se vincula a FreakZone, un proyecto creado para promover la cultura de manga, anime y videojuegos. Su afiliación le ha permitido conocer a jóvenes como ella a lo largo y ancho de la isla, pues son amplios los intercambios con provincias como Matanzas, Camagüey y Las Tunas: “Es una diversión sana. No hay drogas ni alcohol. El único cuidado que debes tener es no convertirlo en una adicción, pues he visto muchachos que lloran y se ponen muy mal porque no logran parecerse al personaje. Hay algunos que se enajenan y hasta hablan en japonés. La gente a veces nos evalúa a todos por ellos, pero yo realmente sé que no me asemejo mucho a los cómics, simplemente me gusta ponerme la peluca y pasarla bien”.

A pesar de la creciente cifra de millennials cubanos que se adentran en este universo, las generaciones más adultas siguen viéndolo con reservas. La cosplayer confiesa a Cuballama que, aunque el padre le trajo su primer conjunto, en determinado momento de su adolescencia la madre pensó que se “volvería boba” si seguía asistiendo a aquellas reuniones, porque su fanatismo hizo que prácticamente solo hablara de mangas y animes.

No pocos de sus amigos del preuniversitario también lo vieron en su momento como “algo raro”. Hasta para varios de sus coetáneos las actividades del cosplay se salen del patrón del joven cubano que evita en todo momento “hacer el ridículo”, y cuyo universo simbólico muchas veces se enfoca en seguir los últimos hits del regguetonero de moda. Sin embargo, familiares y allegados pronto reconocieron las ventajas que este pasatiempo trajo para su vida.

Cortesía de los entrevistados

Al terminar el bachillerato Massiel hizo un año de Física Nuclear. La intensidad del estudio resultó muy agobiante y asistir los sábados a FreakZone fue casi su único aliciente. Actualmente cursa la carrera de Diseño Escénico en el Instituto Superior de Arte y este hobby, lejos de robarle tiempo, ha significado un entrenamiento para su futura vida profesional: “Por necesidad de hacerme un vestuario tuve que aprender a utilizar el papier maché y a coser más o menos. Todo esto lo he ido aplicando en la escuela y me ha resultado muy bien”.

En Cuba se hace cosplay con lo que haya

Aunque esta actividad ha sido viable para algunos jóvenes, el cosplay resulta muy caro, pues requiere comprar telas, maquillaje, pelucas… Incluso teniendo el dinero, hay muchos insumos que no se venden en el territorio nacional. Sin embargo, el deseo ayuda a encontrar alternativas: van a las tiendas de ropa usada, o “reciclada”, en las que se pueden encontrar prendas por alrededor de 50 CUP, que luego modifican. También aprovechan, tiñéndolas, las sábanas viejas; cartones, para hacer armaduras; vinil de muebles viejos… Y por otro lado, siempre aparece una abuela o una tía dispuesta a darles los últimos acabados de costura para que se diviertan sin vaciar el bolsillo de sus padres.

Para Massiel la carencia de vestuario “de fábrica” resulta una excusa perfecta para proporcionarles otra vida a los personajes: “Hay veces que no encuentras los colores originales y, en este caso, me gusta mucho diseñar una nueva ropa. Algunos logran ahorrar un poco más, otros tienen familiares que les mandan los trajes del exterior, pero en Cuba se hace cosplay con lo que haya”.

Cortesía de los entrevistados

Del deseo al emprendimiento

Massiel no es la única, y gracias a tantos adolescentes empeñados en convertirse por un día en Peter Quill, Kakashi, Sailor Moon, Zelda o Gamora, han surgido varios emprendimientos que satisfacen, con creatividad e ingenio, estas necesidades llegadas con el siglo XXI.

Favier Felipe, artista de la plástica graduado de San Alejandro en la especialidad de Grabado, aprendió a coser en el Período Especial para hacerse su propia ropa. Luego de realizarles varios disfraces a sus hijos en los cumpleaños, pensó en generar algo más grande. FaviusCosplay actualmente ofrece servicios de alquiler de disfraces vinculados a estas temáticas, con precios que oscilan entre 5 y 20 CUC, y además apoya varias actividades organizadas por fanáticos del cosplay: “Empecé probando y tanteando el terreno, pues me preocupaba mucho el tema de los materiales. Cuando vi que era rentable y había personas interesadas, me decidí a emprender. Utilizo cosas recicladas como plástico, juguetes rotos… voy sacándoles partido y esto me permite tener bajos costos de producción. Los adolescentes no creen que es posible hacer los vestuarios en Cuba. Muchos terminan diciéndome ‘el mago’ cuando ven que de un pomo de champú sale una pistola. Yo pienso que la principal demanda va hacia personajes de anime y videojuegos”.

¿Dónde están los animados cubanos?

Uno de los elementos que siempre llama la atención cuando se va a hablar de cosplay en Cuba es la escasez, casi nulidad, de personajes inspirados en caricaturas o animados nacionales. Elpidio Valdés, Capitán Plin, Yeyín o Chuncha han ido perdiendo protagonismo en el universo simbólico de los adolescentes de la isla. Instituciones como la Vitrina de Valonia, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, en momentos puntuales han tratado de incentivar esta práctica, pero hasta ahora sigue siendo minoritaria.

Para Massiel la explicación está en la rapidez con que se realizan las producciones a nivel mundial, en contraste con la lentitud de la “industria” animada nacional: “Inclusive en la televisión cubana ya hay muchos más muñequitos extranjeros que cubanos, lo mismo pasa en el paquete semanal. Yo admiro muchas de nuestras caricaturas porque son muy ingeniosas, pero ¿cada cuánto tiempo sale un animado cubano? En Japón y Estados Unidos todos los meses se producen decenas de series con todo un estudio de mercado para hacer que te gusten. A mí me encantaría tener un traje de Yeyín, pero no he tenido el tiempo ni el material; sin embargo, no sé si es un interés generalizado”.

Por su parte, Favius cree que la razón principal radica en el anquilosamiento de nuestra producción animada en cánones ya superados. La mayoría de sus personajes exitosos tienen entre 20 y 40 años, y más allá de “llover sobre mojado”, urge acometer nuevas producciones desde las estéticas del siglo XXI: “Hace un tiempo se convocó a crear una historia para llevarla a videojuego, pero al final no fructificó. Hay personas que no ven esto como algo serio, y así es muy difícil. Yo tengo toda la voluntad del mundo de hacer personajes cubanos, mas siempre con una buena imagen detrás”.

La llegada de Internet a Cuba ha revolucionado la forma en que se comunica una parte significativa de los jóvenes. En el caso de los cosplayers, además de encontrar mayores y mejores referentes visuales para la elaboración de las ropas, chatean con homólogos en otros países, suben sus últimos diseños a Instagram, constituyen comunidades virtuales y promocionan sus actividades. En este sentido el proyecto FreakZone ha desarrollado un trabajo arduo en la organización de concursos de comics, diseños de vestuarios, karaoke… tratando de hacerlos lo más participativos y amenos posible.

Es pronto para avizorar el futuro de esta práctica entre nosotros. Si bien algunas instituciones se abren a dialogar con sus adeptos, aún falta mucho para que la cultura del anime, manga y videojuego encuentre un espacio que le permita organizar grandes ferias o encuentros internacionales. Favius, que ha tenido la oportunidad de participar en varios eventos, asegura que “Si un mundo mejor es posible, está muy cerca del cosplay. Aquí no hay lugar para la maldad, la envidia. Todo el mundo comparte y disfruta de sus personajes”. Quedará a los cosplayers ganarse su espacio con creatividad, talento y deseos de hacer.

 


 

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