Los carnavales de pueblo: el antes y el después

Los carnavales de pueblo en Cuba han pasado de ser muy esperados en otros tiempos a convertirse, según algunos, en expresión de decadencia

Mi abuelo me contaba sobre los carnavales de mi pueblo. Eran, además de una celebración de buen gusto, el pretexto para que acudieran amigos de territorios cercanos. “Entonces había luces, buena música, comercios, y muchachas dando vueltas a la glorieta, mientras los varones se la dábamos a la inversa para, en algún momento, encontrarnos”.

Hoy, más que la continuidad de una tradición, estos festejos son expresión de decadencia. En pocas ocasiones se junta tanta mediocridad en un mismo sitio. Este fenómeno se percibe con mayor facilidad en zonas del interior que en las ciudades, pues al tratarse de espacios pequeños y concentrados, el ambiente se intoxica con rapidez. Suelen durar alrededor de cuatro días y, aparte de quienes acuden por las pipas de cerveza dispensada o por las opciones de distracción infantil, faltan las razones para considerar disfrutable el evento.

“Desde que comienzan es la música a todo lo que da molestando al vecindario. La gritería de las personas más las riñas callejeras hacen insoportable las noches para quienes decidimos quedarnos en casa”, comenta Zoila Fuentes, quien vive en el Municipio de San Nicolás de Bari, provincia de Mayabeque.

“Imagínate, lo hacen en el parque, en el medio de la avenida principal. El espacio lo cierran con unas vallas para cobrar la entrada al público. Pero pueden quedar dentro del perímetro, el mercado de comida, la iglesia y la farmacia. No han sido pocos quienes han tenido que pagar como si fueran a gozar de la algarabía, para resolver un asunto personal”, expresa Felicia Ortiz, residente en el pueblo mayabequense de Nueva Paz.

“Al momento es la mugre de orine, cerveza y cuanto desperdicio exista a la orilla de las aceras. El olor cambia. Se vuelve ácido y así permanece luego de que terminan”, refiere Elizardo Domínguez.

La higiene y los alimentos en los carnavales de pueblo

Aunque pululan por todos los rincones quioscos gastronómicos, la mayoría de los visitantes no consume con confianza ninguna de las elaboraciones, dada la escasa higiene que caracteriza a los establecimientos y a quienes laboran en ellos.

“A mí me fascina el pan con lechón asado. Sin embargo, no sé la procedencia de esa carne, ni el estado del animal antes de ser sacrificado. Ves cómo lo manipulan con las manos, y eso me revuelve. En reiteradas ocasiones se ha comentado acerca de alergias e indigestiones que han padecido algunos, luego de consumir ciertos productos”, alega Sandra Marrero.

Las vías también se llenan de camillas y mesas improvisadas, en las que vendedores ambulantes exhiben sus mercancías. Casi siempre las ubican una seguida de la otra, hasta lograr una extensa fila de objetos repetidos que ante la poca venta, son rebajados la última noche del carnaval. Cuando los comerciantes, que vienen siempre de otros contornos, no encuentran alquiler para pasar la madrugada, una vez que todo acaba terminan durmiendo en la calle. Al amanecer montones de gente extraña bajo toldos y frazadas confunden el entorno cotidiano de los pueblos.

 

Las orquestas que lleva la Dirección de Cultura de los Consejos Populares suelen pedir hasta 60 pesos por la entrada, sin incluir las bebidas ni los comestibles.

Hace unos meses atrás eran alarmantes los índices de dengue y otras epidemias, que marcaban muchas provincias del país. En varias quedaron suspendidos los carnavales, pues pueden ser una vía de propagación para todo tipo de enfermedades.

“Se puede festejar siempre y cuando se cumplan las normas higiénicas, y evidentemente no es el caso. En varios momentos hemos manifestado el desacuerdo de muchas de nuestras oficinas, pero siempre Cultura pone por delante su entusiasmo y, por supuesto, el interés económico”, concluye Glenda Núñez, especialista en Higiene y Epidemiología.

Texto y fotos: Lucía Jerez