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Básico, no básico y dirigido: los juguetes que recuerdan en Cuba

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¿Qué se recuerda en Cuba de cuando los juguetes que te tocaban, tres por año, se llamaban básico, no básico y dirigido?

El 8 de julio de 1979 Niurka tenía 8 años y tiraba de la saya plisada de su mamá en el portal de una ferretería estatal en Centro Habana, mientras veía crecer la cola de los juguetes que el gobierno de Cuba había estipulado para los niños: básico, no básico y dirigido.

Aunque su madre se batía en la fila, y había pagado un turno para que le adelantaran su número en la compra, muy poco pudo lograr. Mientras todos sus amigos llevaban los juguetes a la escuela Niurka se dormía pensando qué le tocaría esta vez. Sabía que esos eran los únicos regalos para jugar que tendría en el año. La familia, por lástima, trataba de no hablarle mucho de los Reyes Magos. Para ella, los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar, siempre estaban cansados y no podían emprender un viaje tan largo.

“Básicos, no básicos y dirigidos, así clasificaba el Estado cubano los juguetes que eran asignados por la libreta de abastecimiento a los núcleos donde vivían niños. Generalmente venían de Rusia y China. Pero nadie imagina la de murumacas que tenía que hacer un padre para hacerse de un número en la rifa. Primero había que hacer una cola enorme para llamar por teléfono, dar los datos y solicitar un turno para el sorteo. Luego, cuando te daban el bono, tenías un número que marcaba tu lugar en la fila para entrar a la tienda. Una vez dentro, entonces sabías si habías tenido suerte”, recuerda Niurka.

Durante los años 70 muchos niños cubanos sabían que los regalos de Reyes no llegarían puntuales, a veces ni siquiera en enero. Algunos ya se habían percatado de que los juguetes en Cuba no habían salido de la bolsa de Papá Noel, ni de las alforjas de los camellos de los magos, sino de las horas en vela y el sacrificio de papá y mamá. Desde entonces la ilusión comenzaba a desteñirse. Según Elsa “por ahí empezó el descontento que caracteriza hoy a esa generación”.

Nilda era dependienta por aquellos años de una ferretería y rememora con precisión aquellas estampas. “La gente dormía en el portal de la tienda para adquirir un número que no estuviera tan atrás. Imagínate, los primeros que entraban cogían las mejores cosas. Los básicos solían ser los más bonitos, pero también los más caros, podían costar hasta 6 pesos, que en aquella época era dinero; los no básicos eran más baratos y más feos, y los dirigidos, como su nombre lo indica, era lo que te tocara, casi siempre maluchitos”.

A pesar de los tragos ácidos esta era la única manera de que los pequeños en la isla tuvieran algo más que la cruda realidad. Feos, de goma, toscos o de plástico opaco, lo cierto es que los juguetes en Cuba terminaron casi siempre cumpliendo su función y hoy algunos adultos conservan algún Pimpón, un Toqui, gatos y perros de goma, o un caballito de madera. Probablemente lo hayan aprovechado sus hijos y hasta sus nietos.

Oscarito tiene mala memoria, pero no olvida el Pimpón que se ganó cuando cursaba tercer grado. “Fue un básico, la alegría de mi mamá era más grande que la mía. Era un muñecón que se descomponía en piezas plásticas de colores brillantes. Tenía todo muy redondo, la cara, la barriga, los ojos y la nariz. La verdad no era lindo, pero no quedaba de otra. Siempre me quedé con las ganas de un peluche. Jamás alcancé ninguno”.

El momento que más disfrutaba Alexander era cuando se reunían los amigos y mostraban sus juguetes. “Hacíamos hasta negocios con ellos. En ocasiones uno prefería el del otro, porque lo había visto antes pero ya se había acabado. Entonces muchas veces cambiábamos unos por otros”.

Silvia Muñoz habla de cómo su padre la cargaba para que pudiera mirar por los cristales los estantes de la tienda. “No era recomendable hacerse mucha idea, porque tal vez lo que te tocara después no tenía nada que ver con lo que habías imaginado. Mi abuela me enseñó que cualquier juguete era lindo, porque venía a alegrar y a acompañar a los niños. Una vez, antes de cumplir 14, en lo que sería mi última oportunidad para comparar por bonos, me saqué una muñequita engomada. Era color canela y le puse La Mulata. Me apegué tanto a ella que la tengo en mis fotos de la escuela al campo. Mulata y mis amigas fueron los alicientes para aquellos días terribles en una litera, lejos de casa. Pero, en realidad, ahora que los recuerdo, parecían muñecos tristes”.

Lucía Jerez

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