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Cuba

Asignatura pendiente: la higiene en carnicerías y bodegas habaneras

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Texto y foto: María Carla Prieto

En muchas de las bodegas y carnicerías que venden alimentos subsidiados en La Habana, la higiene está en falta

Hay tres puntales sujetando el balcón sobre La Barata, debajo está el bodeguero. Las puertas, con grafitis, no cierran del todo. Dentro, fotos de Fidel Castro, su hermano Raúl y el Che hacen del lugar uno de muchos.

Varios pomos de compota Herber, rellenos con muestras de los productos de la canasta básica, se sitúan uno detrás de otro en la estantería del frente. El mostrador parece venirse encima de los clientes. Sobre él, un tanque azul cubierto por una tapa endeble guarda  el aceite para la distribución, que Luisito despacha sirviéndose de una pequeña botella de color ámbar.

El dependiente es limpio y serio, hace lo posible. “Esto está así hace años.  Yo puedo responsabilizarme de lo ocurrido cuando estoy, pero no estoy  ajeno a las cucarachas y ratas aquí dentro, por eso me busqué un gato”, afirma.

Bodegueros y carniceros cubanos no usan guantes o pinzas, ni siquiera los visita Sanidad. Siempre ha sido así. En las tiendas de recaudación de divisas existen neveras de exposición, de congelación y de conservación. A los cuentapropistas también se les exigen. En las entidades de comida subsidiada se recauda poco dinero, no se puede invertir.

“Las neveras de congelación se rompieron. Las reportamos pero nos dijeron que no tenían piezas para repararlas. Por esa razón, cuando recibimos la mercancía, intentamos regarlo rápido por el barrio, para distribuirlo a la mayor brevedad, antes de perder el hielo del camión frigorífico”, explica Carlos, administrador de una carnicería en Belascoaín.

Verónica, usuaria del establecimiento denuncia: “La culpa no se le puede echar toda al Estado. Yo he visto a los trabajadores dejar el pollo en el piso mientras lo despachan o tirar las piezas heladas contra el piso sucio para separarlas”. En efecto, el suelo está lleno de un agua roja, con una fetidez insoportable.

En una de las entidades de la calle Neptuno, los trozos de embutidos cuelgan durante horas, entre el vuelo incesante de las moscas. “Yo aquí no compro. Los productos permanecen sin refrigeración, en esa misma pose en que los ves. Es preferible quedarte sin salario en el agro a arriesgarse con lo subsidiado”, me comenta Ernesto, vecino de Belascoaín y Zanja.

El mercado de 19 y B es tan grande como las infracciones. “Te encuentras de todo”, ejemplifica una señora. “En ocasiones he venido y los empleados se sientan en el mostrador, para después despachar en él, sin pasarle un trapo siquiera”.

Igualmente, el personal confiesa haber dormido sobre los sacos del almacén. “Eso siempre pasa. Nosotros también somos seres humanos y muchos vivimos lejos. Cuando cerramos, desde la 1 hasta las cuatro, todo el mundo aprovecha para tirarse donde puede: arriba del tablero, en el almacén o en el suelo”, cuenta Yasmani, bodeguero.

La conservación y la mala manipulación son aberrantes. Ni siquiera el área de los lácteos está exenta. “Vengo a buscar el yogurt y las bolsas tienen un líquido viscoso por fuera, con un hedor inaguantable, si le preguntas a quien despacha te asegura no saber. ¿Dónde me quejo?”.

Recientemente, la Fiscalía Provincial de La Habana engrosó su batería de medidas sanitarias orientadas a enfrentar la propagación de enfermedades. Ninguna de ellas se refería a los establecimientos expendedores de alimentos subsidiados.

“Los inspectores no vienen aquí porque no les da negocio. Los de comercio sí, para ver que no falte nada, pero los de higiene nunca, pues la mayoría de nuestros problemas no está en nuestras manos resolverlos, ni en las de ellos tampoco”, dice Yaquiela, dependienta de la unidad de H y Calzada, en El Vedado.

Ante la duda mejor callar, Ángela lo tiene claro. Ella nos relata que hace unas semanas mientras compraba sus mandados, una cucaracha salió caminando por encima del mostrador. El bodeguero, extrañado, le preguntó si era su primera vez en ver una, mientras los presentes reían.

“A mí me dio pena porque me trataron como si no fuese cubana, obvio que con ironía. Pero ¿qué puede hacer uno? Tratar de olvidarlo y cocinar bien los alimentos, si no te mueres de hambre”.

 


 

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