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Cuba

Una cubana intenta ocupar más de diez casas vacías

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Por María Carla Prieto

Una reportera conversa con una joven madre cubana que lleva tiempo intentando ocupar casas vacías,  tras sus trámites sin resultado alguno en la dirección de Vivienda

A veces es tan sencillo como empujar la puerta. Cuando se toma esa decisión se ha vivido mucho y no bueno. “La primera vez que lo hice estaba embarazada de la niña, y el varón apenas caminaba”.

Rebeca tiene dos pequeños de escasa edad.  A sus 30 años ha intentado ocupar más de diez residencias. “Mi dirección es en el Vedado, pero me fui de casa de mi mamá por no entenderme con ella y la cantidad de personas que éramos para dos cuartos: tres hermanos, madre, padre y un tío que se quedaba esporádicamente pero tiene derechos sobre el inmueble. Fui a Vivienda y les manifesté la necesidad de un lugar para vivir con mis niños porque soy madre soltera. Ahí empezó el peloteo”.

Las direcciones municipales de Vivienda en Cuba solo pueden intervenir cuando no existe el propietario: “Nosotros disponemos de los inmuebles en usufructo. Cuando estos se liberan tomamos posesión de ellos, además están las casas de las personas fallecidas, pero debemos esperar más de un año para ver si los familiares no la reclaman. Entonces podemos dárselo a alguien”, me dice la muchacha encargada de la atención al público en la entidad mientras mira su lujoso teléfono.

“En Vivienda perdí todas las esperanzas. Siempre iba y había alguien nuevo, me prometían encargarse de mi caso, se llenaba de dinero los bolsillos y lo mío nada. Entonces escuché de mujeres embarazadas que ocuparon casas hasta de Miramar y no pudieron sacarlas. De ahí me vino la idea”.

“He pasado por casi todos los barrios”

La joven madre comenzó en ese entonces su peregrinar por barrios habaneros. “Dejaba los niños con una tía mía y salía a caminar por ahí, llegaba a cualquier cuadra y preguntaba a los vecinos por domicilios vacíos. Si el  barrio me gustaba, iba con los niños y forzaba la puerta”.

Su primera ocasión fue en el Vedado. “Me enteré en la oficina de Vivienda. Era un cuartico de una militar, a quien le habían dado un lugar más grande y fue a entregar las llaves del local. Escuché por su boca cada detalle y como a las once de la noche rompí uno de los cristales de la puerta”.

Los vecinos enseguida salieron a ver. “Me dieron agua y trataron de calmarme porque me puse muy nerviosa. Incluso, la muchacha de al lado cargó a mi bebé y lo hizo dejar de llorar. Al final no pude ingresar en la propiedad y me fui”.

En lo sucesivo, Rebeca ha recorrido la capital en busca de un techo. “He pasado por casi todos los barrios, mas no he tenido suerte. Muchas veces permanezco unos días, pero me sacan porque las casas tienen dueños, aunque no viven en ellas. Cada vez es igual, hablan contigo, te piden no desesperarte, prometen soluciones fantasmas… Lo mismo de siempre. Yo me voy por la paz aparentemente. Al poco tiempo emprendo todo de nuevo”. La necesidad tiene cara de perro.

 


 

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