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Cuba

Risink Tattoo: el estudio de mujeres tatuadoras

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Texto y fotos: Lucía Jerez

Risink Tattoo, el principal sueño y único sustento económico de quienes trabajan en este estudio: mujeres tatuadoras en Cuba

Los tatuadores en Cuba no tienen ningún estatus legal. Desde 1966 luchan por ser aceptados como artistas en la isla.

Amanda, May y Claudia son los rostros del primer taller de tatuadoras en Cuba que ha comenzado solo con mujeres y así pretende seguir, aunque como dice una de ellas, hace apenas unas semanas empezaron y han pasado tantas cosas que es como si llevasen cinco años en el empeño.

Decidieron darle el nombre al estudio a partir de un juego de palabras entre risin, que significa en inglés elevarse o crecer, e ink que se traduce como tinta. Es así que surge Risink Tattoo, el principal sueño y único sustento económico de quienes lo trabajan.

“Nosotras nos conocimos en un grupo de chat concebido para mujeres que hacían este tipo de arte corporal. Siempre tuvimos muy claro lo que queríamos, solo nos faltaba un pequeño impulso para salir de nuestra zona de confort, pues cada una tenía su clientela y siempre es difícil irse a la aventura, pero con esfuerzo lo hicimos”, cuenta Amanda, quien es madre de una niña de dos años.

Para May y Claudia la historia del inicio casi se repite, salvo que ambas deben compartir el tiempo entre Risink y las carreras que cursan en el Instituto Superior de Arte y la Escuela San Alejandro, respectivamente. Es por eso que trabajan diariamente y cualquier hora puede ser buena para tatuar, siempre y cuando no coincida con la docencia.

El taller está ubicado en un apartamento iluminado, de blanco impoluto y demasiado espacioso. Tal vez la sensación de extremo desahogo no fuese tal si, semanas atrás, no hubiesen perdido parte de sus herramientas de trabajo.

“Cuando concebimos esta idea teníamos muchos sueños, sin embargo nos faltaba lo material, o sea, una ayuda para la inversión. Conocimos un muchacho que se nos acercó y nos ofreció su espacio. Nos dijo que quería ser socio, pues nos arrendaría el lugar y en ese momento empezó Risink. Ahí tuvimos que invertir en camillas nuevas, porque las que teníamos lucían muy dispares y queríamos mejorar la estética. Finalmente resultó ser un intento fallido porque él decidió cambiar de planes, y al final terminamos perdiendo las camillas, el dinero, todo. En ese momento no hicimos más que volver a empezar de cero, porque ¿dónde nos íbamos a quejar? Sabemos que en Cuba, aunque existe la práctica, hacer tatuajes no es legal”.

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Hace aproximadamente tres años que el sitio digital Radio Televisión Martí publicó un reportaje acerca de tatuadores que pugnaban por encontrar una brecha de legalidad en su labor. El texto hizo referencia a Che Alejandro Pando, famoso artista cubano, quien se ha destacado por intentar legitimar este oficio. A juicio de Pando, las personas que hacen este tipo de arte en la isla “no tienen ningún estatus, ni de artistas, ni de nada. Se está luchando desde 1966 para que nos acepten dentro del arte en Cuba, y no se ha logrado”.

May siente que, en lo que a legalidad se refiere, ellas están en el limbo. “No existe una licencia que avale, no hay una institución que responda por nosotros. Al final, mucha gente se tatúa, hay estudios de tatuajes, pero no es legal. Además, las materias primas las compramos aquí por la izquierda, o sea, a personas que viajan. Es cierto que nunca hemos tenido problemas con el Estado, aunque sí conozco amigos míos a quienes los inspectores se les han aparecido en la casa y les han decomisado el equipamiento. Entonces eso es preocupante. Uno trabaja con el miedo de que te puedan tocar la puerta y quitártelo todo”.

Amanda considera que en este tema de la legalidad, la higiene puede salir afectada, pues precisamente por la falta de información, a veces no saben qué hacer. No obstante, por una cuestión de responsabilidad y conciencia, a la higienización de las herramientas y del local dedican el máximo tiempo.

“Ahora se ha tomado mayor conciencia de la importancia de la higiene en este trabajo. Recuerdo que la vez que se lanzaron encima de los tatuadores fue por un tatuaje a un menor de edad, que al final terminó siendo diabético. Nosotros si tratamos de hacer las cosas de la mejor manera posible. El gobierno no nos legaliza la obtención de una autoclave para higienizar los instrumentos de trabajo entonces tenemos que estar comprando desechables por la izquierda. Guardamos nuestros propios desechos tóxicos. Las agujas usadas, por ejemplo, las ponemos en un envase totalmente sellado con un cartel de peligro biológico y las mantenemos aquí porque no sabemos dónde se pueden votar. Nos da miedo porque es una fuente de propagación de epidemias”.

Para llegar a Risink Tattoo es necesario haber reservado un turno previamente o conocer los detalles exactos del edificio donde se encuentra en el Vedado, pues por el desamparo legal que existe sobre este tema no está permitido colocar ninguna señalización que indique la presencia del taller. Aun así, Amanda no cree que esto sea una limitación para ellas.

“Trabajamos a golpe de redes sociales. Ahí nos gestionamos la clientela, toda la promoción. Una de las cosas que nos ha ayudado mucho han sido nuestros seguidores. En unas pocas semanas, tenemos alrededor de 800. Recuerdo cuando tuvimos la primera presentación pública en el bar Color Café. Nos invitaron a tatuar en vivo, y fue muy emocionante porque comenzamos a promocionar el evento a la 1 pm, y cuando la exposición comenzó a las siete, ya el local estaba repleto de personas”.

El hecho de no estar bajo los preceptos de la ley ha sido solo uno de los sinsabores que han tenido estas mujeres. Su condición de féminas, emprendedoras de un negocio como el que han construido, levanta ronchas, incluso, fuera de la isla. “Hace pocos compartimos la publicación que hizo el medio Cibercuba sobre nosotras en una página de tatuadores a nivel internacional, y hubo unos mexicanos que reaccionaron muy mal. Llegaron, incluso, a decir que nos daban unos días para que quebráramos, o sea, es un negocio de mujeres y va a fracasar”.

Sus creadoras no quieren que Risink sea un proyecto solamente de tatuajes. Añoran algo más abarcador. En breve abrirán las puertas de su local a una muestra de artistas empíricos no reconocidos por la academia, carentes de un lugar donde mostrar su arte.

Durante las pocas horas que descansa el taller, Amanda cuida de su hija. A veces juega a pintarla con creyones y acuarelas. “Solo para que lo vea como algo normal y no crea que los tatuajes son cosas de prisioneros, como decía mi abuela”.

 


 

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