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Cuba

Zapatero, un oficio que sigue vivo en Cuba

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Texto y fotos: Lucía Jerez

Para remendar el calzado, muchos en Cuba todavía acuden al zapatero

En Cuba se intenta reparar todo: la ropa, los electrodomésticos, los muebles, los relojes, las carteras, los carros, las bicicletas, y, por supuesto, los zapatos. Arreglar calzado ha sido el oficio por el que muchos encuentran una solución y otros, una manera digna de ganarse el pan.

Sembrados en su silla y con la vista fija en lo que hacen, los zapateros zurcen, pegan, clavan, doblan, recogen y estiran, hasta devolverle utilidad a lo que parecía muerto.

Ir a las peleterías en Cuba supone de por sí una alta inversión. La mayor parte de los artículos en venta sobrepasan los 25 CUC, y de una calidad relativamente mediana. Por tanto, se procura que lo adquirido dure el máximo tiempo posible.

Tenis, sandalias, chancletas, monederos y bolsos llenan las mesas de los zapateros. Conviven con pomos de pegamento, carretes de hilo, agujas, tachuelas y máquinas, algunas con pedal todavía.

Daniel Estévez puede parecer demasiado joven. Trabaja en un garaje en los bajos de un edificio situado en la calle Tulipán, entre Hidalgo y Panorama, en el municipio Plaza de la Revolución. Labora de martes a sábado y guarda los encargos en un maletín enorme que se lleva diariamente a su casa “por si roban”. Se le olvida el nombre de los clientes, por eso los anota con la hora y fecha de recogida.

“Yo vivo de esto. Los materiales los consigo por la izquierda, como todo el que tenga algún negocio aquí. Es difícil porque no se consigue. Hay cosas que voy utilizando de las mismas que me sobran. Conozco personas que me ceden lo que ya no usan y de ahí también saco piezas”.

María Ravelo siempre tiene algo que llevar a reforzar. “Ya sean botas de invierno o plataformas que es lo que más me pongo, porque padezco de metatarso caído y me duelen los pies. Mi hija dice que la vejez me ha dado por guardar. Yo digo que es la miseria. Cuando era joven no hacía falta porque tenía posibilidades de acceder a lo nuevo pero la situación ha cambiado y las carencias son grandes”.

Hace un año que Sandor Valdés compró unos tenis marca Puma en la tienda deportiva que comercializa este sello en el Hotel Habana Libre. “Le costaron muy caros a mi mamá. Pero el pie me va creciendo y la uña roza la punta. Se me han desgastado, y en este momento no podemos permitirnos un par nuevo. Ella los llevó al taller, me pusieron un refuerzo por dentro con una tela parecida y luego lo cosieron súper curioso. Ya está resuelto el lío”.

La escasez de ofertas y los elevados precios provocan que gran parte de la población no solo acuda a los zapateros a reparar, sino también a comprar. Varios de estos trabajadores se dedican también a componer y fabricar calzado.

“Yo toda mi vida he usado lo artesanal. Prefiero su apariencia y la calidad es superior. Muy pocas veces se despegan. Recuerdo que cuando era niña si aumentaba un número, se los dejaba a mi hermana. Así crecimos”, manifiesta Natalia López.

Para poder satisfacer las necesidades de los ciudadanos y lograr que estos salgan complacidos, los zapateros tienen que enfrentarse no solo a la minuciosa faena, sino a la carencia de materias primas. Las buscan en el mercado negro, lo cual los obliga a poner precios que les represente una ganancia considerable. Además deben pagar un impuesto de licencia y viven con el temor de que un inspector detecte que sus herramientas no fueron importadas de manera legal. En ese caso, los multan y les quitan todo, incluyendo las pertenencias de los clientes.

 


 

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