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Cuba

El tiempo perdido en una asamblea de rendición de cuentas

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Por María Carla Prieto

Algunos van de mala gana, otros se ausentan. Reflexiones sobre el tiempo perdido en una asamblea de rendición de cuentas en Cuba

El día primero de octubre empezaron las Asambleas de Rendición de Cuentas en todos los barrios. Yo no voy a la mía. “Total, si van a hablar de lo mismo, Revolución, compromiso, unidad, y después cada cual para su casa a seguir pasando trabajo”, me dice mi madre, convencida. Ella tampoco irá.

En mi barrio les tenemos muy poca fe a los delegados. La última, antes de las elecciones, le aseguró a Elena, mi vecina de al lado, que lo primero que haría sería darle una casa, sin problema. Su caso estaba priorizado.

Cuando fue electa se adjudicó, sabrá Dios con qué treta, la propiedad de uno de los mejores apartamentos de la cuadra, y se lo vendió a un neurocirujano recién llegado de una misión en Angola. Nunca más supimos de ella.

Cierto día contrató a unos músicos, entre los cuales estaba mi padre, para dar un tambor en su casa y así agradecerle a los santos –me imagino que a quien le hizo el trámite en vivienda le premió de otro modo- su nueva vida.

Papá nos contó. De vivir en el solar de la esquina pasó a tener una casa grande, “con todo dentro”, en Santo Suárez, dos carros boteando para ella y el confort de su nueva situación.

Pienso, como Martí, que “el poder envilece al hombre” y, cuando los delegados dejan de coger la guagua, se olvidan del pueblo.

Tampoco el método lo creo muy válido. ¿Por qué no puedo elegirte yo? Me agobia ver un poco de zopilotes de barrigas llenas, a los que ya nos les molesta dar 4 CUC por un cartón de huevos, asintiendo como ovejas todo el rato.

El sitio oficialista Cubadebate plantea que es un “proceso democrático”, tanto o más como la elección del delegado de Mantua, quien vive en Pinar del Río y nunca ha puesto un pie en ese municipio. “El delegado de aquí podría ser el periodista, por ejemplo, o el compañero Hernández, quien era el presidente de la administración de este territorio, alguien que sienta nuestros problemas”, me apuntaba una amiga de allá. Pues no. Me gustaría encontrarme con alguien que, luego de ver alguna plenaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular, viera planteadas sus dificultades. Eso tampoco pasa.

Entonces, ¿qué cuentas me quieren rendir? ¿Me va a explicar alguien la razón por la cual la basura no se recoge, o las casas del barrio se siguen viniendo abajo, o por qué no se ha arreglado el salidero de aguas albañales que ya es otro vecino de la comunidad?

Estoy segura de que la reunión no es para eso. Será, si acaso, como las del Referendo Constitucional. Todos atentos a un delegado que vendrá a disculpar el trabajo que ha hecho mal o, sencillamente no ha hecho, y le dará la vuelta a cada una de nuestras propuestas, destinadas a morir posteriormente, en la gaveta de un despacho, como pasa cada vez que la gente protesta.

Si vamos a peor y nadie puede justificarme eso, ¿qué hago yo allí?

Por cierto, Elena, mi vecina de al lado, continúa en su cuartico, rezando porque los puntales, que llevan más de 12 años aguantando su techo, no le caigan en la cabeza.

 


 

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