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Cuba

Las guaguas en Cuba: la voz del cubano de a pie

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Por Fernando Vargas

Un día antes de que la reducción de combustibles se hiciera oficial, un simple chofer del P2, sin conferencia de prensa, informaba a la población de las futuras nuevas medidas. Y se escucharon en las guaguas las voces de Cuba

Aunque muchas veces los cubanos temen dar opiniones críticas en espacios formales, el calor, el cansancio y la inseguridad que se vive en los ómnibus urbanos saca de cada cual el rebelde que llevamos dentro, aunque todo acabe en la próxima parada.

Un día antes de que la reducción de combustibles se hiciera oficial, un simple chofer de la ruta del P2, sin necesidad de conferencia de prensa, informaba a la población de las futuras nuevas medidas: “Caballero aprietense en ese pasillo que todo el mundo tiene que entrar. Vamos, que el próximo P2 viene en una hora. De 15 viajes diarios que dábamos, nos los redujeron a 10. Lo peor es que tenemos que seguir entregando la misma cantidad de dinero, así que yo soy el primer interesado de que todo el mundo se monte, pero si no colaboran es imposible. ¡Ah! Y pasando por la alcancía que el chofer también tiene que comer”.

Una mujer se quejó de la decisión, pues era realmente inhumano como estaban aquellas paradas y el conductor terminó su “nota informativa”:

—Señora, no entiende que el país no tiene petróleo, hay no sé que jodienda con los barcos y no está entrando. Dé gracias a todos los santos que la están cogiendo con las guaguas porque si no, volvemos a los apagones.

El 11 de septiembre se habrán enterado de la “situación coyuntural” los militares, dirigentes, trabajadores de empresas extranjeras u otros pocos beneficiados por poseer vehículos propios. La inmensa mayoría de las personas estaba segura de que algo sucedía.

Mesa redonda sobre ruedas

El día 12 los debates en la “mesa redonda sobre ruedas” se tornaron aún más interesantes. Sobre las nueve de la mañana una señora aguarda pacientemente en la parada de Acosta y Diez de Octubre junto a un grupo de trabajadores y estudiantes. Ya habían pasado dos guaguas repletas y ella, por su edad, no había podido caerles atrás, ni mucho menos montarse colgada en la puerta:

—Hay mijito, esto cada vez se pone peor para nosotros los viejos. Antes yo corría, pero, como tengo la circulación… Además me dan un mal golpe y termino siendo una carga para mis hijos. Esto no tiene nombre, ellos aprietan allá, se creen que con eso van a lograr algo, entonces los de aquí nos aprietan a nosotros, porque al final, ningún ministro se va a quedar sin carro y todo va a seguir igual. Dicen que puede haber apagones, bueno, ya yo estoy acostumbrada, sacaré los sillones para fuera y a conversar toda la noche. No será la primera vez. No queda de otra. Mientras los poderosos se fajan, al pueblo siempre le toca sufrir.

La guagua para a unos metros y corro a montarme. La pobre señora la mira con resignación. El chofer intenta cerrar la puerta, pero es imposible:

—Caballero un pasito ahí por favor -pide uno que está colgado.

—Mira ese centro, está vacío. La verdad es que aquí nadie ayuda a nadie. El que se monta se olvida del de abajo, por eso estamos como estamos -grita una mujer desde la parada.

Luego de años cogiendo guaguas en Cuba, me he dado cuenta que no hay un sitio en el que mejor se aplique la famosa Teoría de la Relatividad de Albert Einstein: el vacío del pasillo siempre está en relación directamente proporcional a tu cercanía a la puerta. La gente se aprieta y el ómnibus arranca. Luego de unos metros el chofer mete un frenazo y termina detonando las quejas de otra señora:

—Ay, Dios mío. Esto es insoportable, que uno tenga que hacer esto para ir al trabajo a cobrar unos quinientos pesos de mierda.

—Compañera, por favor, ¿Usted no vio la mesa redonda? Es una situación coyuntural, y se va a solucionar en octubre -responde un hombre vestido de custodio.

—Sí cómo no, ahora somos coyuntura. Eso dicen siempre. Bueno, pipo, entonces con la coyuntura que me manden para la casa con el cincuenta por ciento del salario. Porque no voy a estar pasando esto todos los días, para luego llegar a la oficina y me apaguen el aire acondicionado- increpó la dama.

—Le apagan el aire acondicionado porque hay que ahorrar. O ¿usted prefiere que le quiten la luz en la casa? Parece que la gente no entiende en la situación que está el país.

Otro interviene:

—Compadre, yo fui chofer durante 30 años y le digo que si aquí se hubieran puesto para cambiar la partía de carros viejos esos que tienen, la situación fuera otra. Esas tartabias gastan dos y tres veces lo que consume un carro moderno, por eso en este país se bota tanto combustible. Además, con tanto sol que hay ¿por qué no ponen más paneles solares? No sé qué van a hacer cuando el petróleo se acabe.

—¿Y usted cree que no lo hacen porque no quieren? Hay un bloqueo que no nos deja -justificó el custodio.

—Yo voy a ver si Díaz-Canel está chorreándose de calor como yo, que ni una ventana tengo. Y mi jefe además descontándome si llego tarde; claro, como él tiene carro, y lo más bonito del caso es que te puede ver botá en la parada y mira para el lado. Y después dicen del bloqueo, el bloqueo lo tenemos metido los cubanos en la cabeza, chico -sentenció la primera mujer.

La gente empezó a reírse y el custodio, que se sintió en obvia minoría, decidió no echarle más leña al fuego. Al bajarme me encuentro con un conocido de Pinar del Río. Me cuenta que tuvo suerte en el viaje a La Habana, pues había una guagua de turismo casi vacía y la completaron con la lista de espera; sin embargo, el mayor problema fue para llegar de su casa a la terminal:

—Ustedes se creen que en La Habana las cosas están mal. En Pinar ni te cuento, estuve dos horas esperando algo de mi casa a la terminal y no pasaba nada, normalmente iría caminando pero así cargado como estoy iba a llegar muerto. Allá las guaguas salen por la mañana y no vuelven hasta por la tarde, si te coge el mediodía en la calle, métete en casa de un socio, da una vuelta por ahí, pero hasta las 4 no hay quien regrese.

En la tarde, al menos para mí, fue más fácil regresar a casa. En algunas paradas había inspectores que paraban los carros estatales, presencié una discusión, con policía incluido, con un chofer que bajo ninguna circunstancia quería montar pasaje. Llegaron casi al unísono tres guaguas diferentes, y como iba para un punto intermedio, pude montarme en la tercera.

Ahí tampoco faltaron los comentarios: algunos que si varios centros de trabajo y escuelas “soltaron antes” para descongestionar el horario pico; otros, simplemente, decidieron no ir a trabajar. También comentaban que muchos vehículos de organismos esquivaban las calles principales para evitar que los llenaran.

Como en aquella popular película de Julio Iglesias, “la vida sigue igual”. Algunos se alarman por una crisis similar a la de los años 90 y otros confían en que octubre llegue con buenas noticias. En la televisión piden tranquilidad y disciplina, planes de contingencia, situación coyuntural; en las guaguas esto se enriquece con una multitud de criterios.

El embargo se mantiene, varios coinciden en que es un mecanismo inefectivo que solo ha servido para provocarle sufrimiento al pueblo y darle justificaciones a los dirigentes. Entretanto, es una constante que, desde Cuba, no podemos resolver. El autobloqueo también sigue, incluso, en medios oficialistas ya se habla de él tímidamente. Pero, más que encontrar culpables, Cuba hoy precisa consenso y soluciones y esto es imposible sin un debate desprejuiciado en el que no se silencia a ningún actor social ¿Serán nuestras asambleas rodantes las encargadas?

 


 

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