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Cuba

Viejos electrodomésticos de la Unión Soviética y EEUU son todavía útiles en Cuba

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Texto y fotos: Lucía Jerez

La costumbre de guardar cualquier cosa y botar muy poco es algo común en los cubanos. Viejos electrodomésticos de la Unión Soviética y EEUU se encuentran en los hogares de la isla

Norberto tiene dos ventiladores en su casa. Ninguno parecido a los que adquirió su hija en la tienda por 40 CUC. Para él esos viejos son mejores. Uno es americano, de la compañía Westinghouse. Cualquiera que vea los suntuosos televisores pantalla plana de esa marca que ahora arrasan en el mercado, no podría imaginar que un aparato antiquísimo de echar aire, con paletas y pequeño como un escarabajo, tenga la misma marca. El otro es chino. “Lo he pintado tanto que ya no me acuerdo ni qué sello tenía. Solo sé que da un fresco tremendo”.

Míriam compró una lavadora automática. De esas grandes y costosas. Hace unos años dio 400 CUC por ella. Sin embargo, nadie ha logrado que se desprenda del cuadrado de metal oxidado con dos divisiones, donde lavó la canastilla de su hija mayor. “No la boto por nada del mundo. Estará fea pero representa una época de escaseces en la que fue de gran ayuda y, así como la ves, seguirá sirviendo”.

Las Aurika, como también son conocidas, constituyen la huella indeleble del momento en que la Unión Soviética fue el cordón umbilical de Cuba. Ruidosas, nada atractivas y tambaleantes, estos equipos llegaron a la vida de familias para quedarse hasta hoy. Así como los ventiladores y las batidoras Órbita.

“Yo no puedo llegar a una Oster, o Daytron. El precio es inaccesible, y la calidad a veces tampoco es buena. Además, en lo que atesoro habita cierta nostalgia. El viaje de mi esposo a la Unión Soviética, el primer regalo de mi abuelo cuando llegó a la Florida. Me remiten a un escenario  que no sé si fue mejor, pero al menos fue distinto”, confiesa Ana Victoria.

La costumbre de guardar cualquier cosa y botar muy poco es algo común en los cubanos. Las carencias y zozobras de anteriores períodos y del presente han dejado en los habitantes de la isla un instinto por conservar casi todo. Es por eso que en muchos hogares habitan artículos de etapas muy lejanas que convergen con la modernidad en un perenne intento de supervivencia. Arreglar, remendar, almacenar. De eso se trata.

Cuba es un museo gigante

En mayo de 2004 una rotura en la termoeléctrica Antonio Guiteras, de Matanzas, causó pérdidas caudalosas a la economía nacional. Fue el pie forzado para que el entonces gobernante Fidel Castro hablara de una revolución energética. El principio de dicha estrategia era crear un sistema eléctrico sostenible que traía consigo la renovación de los electrodomésticos. Memorables fueron, y no siempre para bien, las extensas Mesas Redondas en las que Castro explicaba el funcionamiento de plan.

Uno de los objetos que sucumbió a las transformaciones fueron los refrigeradores arcaicos, en su mayoría americanos, que aún funcionaban. Haier fue una de las nuevas marcas suplentes que llegó a las cocinas del país.

“El de nosotros era un Frigidaire. Es verdad que lucía grotesco. Tenía en la puerta un cierre de aluminio y parecía una maleta, pero enfriaba perfectamente, no destilaba agua. Cuando llegaron los cambios lo hice porque me prometieron que sería superior. Y no fue así. Lo he tenido que arreglar en innumerables ocasiones. Se le va el gas, se le rompe la tapa del congelador, gotea constantemente y hay que descongelarlo a menudo”, aseguran Jorge e Irma.

Más por necesidad que añoranza pareciera que este pedazo de tierra insular es un museo gigante. Autos, ferrocarriles, máquinas de coser, bicicletas, radios, grabadoras y otras tantas cosas del pasado siglo componen el paisaje. Cuando la revolución energética fue el desvelo de Castro, él mismo dijo que se trataba de “una transición de la oscuridad a la luz”. Otra de las tantas vividas por este pueblo que permanece en la noche.

 


 

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