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Cuba

Derrochador en Jefe pide a cubanos que ahorren corriente

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Parece un cuento de hadas -y un ogro- o simplemente un cuento de ciencia ficción. Ramiro Valdés Menéndez, el Derrochador en Jefe de la cúpula de jerifaltes cubanos, ha salido a pedirle a los cubanos más humildes, simples y mortales, que gasten menos corriente, planchen menos la ropa, pongan menos el aire acondicionado o el televisor porque ha ocurrido un sobregiro del plan de consumo nacional, en el que evidentemente él, al parecer, no tiene ninguna culpa.

Un vistazo -un recuerdo en mi caso- de la casa de Ramiro en La Habana, nos dice que si alguien en Cuba gasta corriente eléctrica, a troche y moche o a tutiplén, es Ramiro Valdés, todo un Derrochador en Jefe que, nunca, escuchen esto, nunca, ni en los peores momentos del Período Especial, apagó uno solo de los treinta y tantos focos que, sobre el alto muro que circunda su propiedad, custodian e iluminan su humilde morada por la noche como si fuese un estadio de béisbol.

Lo recuerdo, claro que lo recuerdo, a pesar de los 27 años transcurridos porque, cada vez que del Reparto Flores la emprendía yo a pie, por toda la Quinta Avenida hasta la casa de mi amada Aymara, lo único por lo que podía guiarme al seguro era por el resplandor de aquellas muchas luces que, me asegura hoy A.S.M, residente en Jaimanitas, todavía se mantienen encendidas.

Claro que, aquellos focos ya pasaron a mejor vida, se fundieron, rompieron, kaputt, nada alarmante ni imposible para el Derrochador en Jefe de Ramiro Valdés Menéndez que puede conseguir los repuestos de esos lamparones con solo chasquear los dedos, o hacer una “transferencia” del Ministerio de Comunicaciones, donde él, aún, mueve sus caracoles y da sus órdenes.

Cuenta la leyenda, la que yo viví en los dos años que residí en Flores, que Ramiro no fue siquiera condescendiente con Fidel Castro, que por aquellos años andaba pidiendo más austeridad eléctrica que nadie, y mientras todos los demás habitantes del círculo estrecho de la jefatura residentes cerca de casa, no eran tan derrochadores de corriente, Ramiro no apagó nunca ni un interruptor.

Esa especie de “Biblia” de chismes de poderosos que es Juan Juan Almeida, me corrige el dato: son treinta y tantas en el muro perimetral, pero dentro hay luces de seguridad, que incluso gastan más. Las que se activan cuando alguien entra.

“A esas súmales las del embarcadero, que son también muchas, situadas unas al lado de las otras. Eso ahí está más iluminado que la Luna”, afirma Juan Juan en llamada telefónica.

Si ahora, A.S.M, residente a “unas cuadras” de la casa de Ramiro, me corrobora que este sigue derrochando corriente como un caballo, entonces, ¿cómo nos podemos tragar, nosotros, cubanos pobres, su llamado desesperado a “cumplir con rigor los planes de consumo energético asignados en septiembre”?

Por lejano que parezca, y porque entre el poder del derrochador en Jefe Ramiro Valdés Menéndez y una tilapia trinitaria como lo fue un jefe que tuve de apellido Yánez, hay mucha diferencia, este pedido de Ramiro me recuerda a los pedidos que hacía Yánez a cada rato en la cocina del hotel donde trabajábamos en una fecha más cercana como el 2001.

Yánez todos los días sonaba una trova de “controlar los gastos” y “velar por los costos”. Asumió él, como gerente del hotel, la firma de los pedidos de la cocina al almacén y redujo las bolas de carne. Sancionó a todo el que sorprendió llevándose cuatro postas de pollo y botó a dos almaceneros porque los sorprendió llevándose una caja de pollo en la camioneta de la distribución. Ah, olvidé decir que todos los días le pedía a Julia o a Angelito, los de Relaciones Públicas, una botella de ron.

La última vez que supe de él y lo vi, fue el día que lo botaron; porque como al que velan nunca escapa, lo velaron a él también, y lo sorprendieron en el aeropuerto internacional Vilo Acuña, de Cayo Largo del Sur, intentando llevarse varios boliches de carne, una caja de pollo y varias piezas de embutido, además de dos “bolas” de queso gouda.

por Roberto A.

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