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Cuba

Cuidadores de ancianos en Cuba: ¿a cómo se pagan?

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La licencia de cuidador de ancianos en Cuba es una de las que menos trámites requiere

Todo transcurre con más o menos normalidad, mientras los mayores de la casa no se enferman. Entonces las familias en Cuba recurren al cuidador de ancianos.

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Alba no se imagina fuera de su cuartico aunque, a sus 80 años, la estrecha escalera a la barbacoa se le hace imposible. La solución de sus familiares fue inmediata: llevársela a vivir con ellos a un nuevo apartamento.
Ella se marchitaba por momentos en la nueva casa, lejos de su espacio y sus cosas. Para colmo, la familia estaba ausente la mayor parte del tiempo: nadie le dedicaba el tiempo necesario hasta su primera fractura de cadera.

Durante la convalecencia de los primeros días, pareciera que hijos y nietos se hubiesen despojado de sus asuntos personales, y le reservaban los mejores espacios del día. A medida que los dolores fueron pasando, los habitantes de la casa también lo hicieron. Un buen día apareció Martha, una antigua enfermera.

Ella llega siempre a las ocho de la mañana, para irse en la tarde. A sus 50 años Martha se vio obligada a abandonar la profesión, en busca de mejor sueldo y un poco más de tranquilidad. Por 40 CUC al mes, ambas mujeres se hacen compañía.

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En Cuba, la figura del cuidador de ancianos se hace cada vez más imprescindible. Con una población alarmantemente envejecida, no son pocos los que incursionan en esta modalidad de trabajo por cuenta propia.
Ya sea para adquirir una vivienda, o tener una oportunidad de ingresos sustancial, hombres y mujeres de edad madura se encargan de satisfacer las necesidades básicas de nuestros mayores. No es extraño encontrar entre los anuncios de clasificados en Cuba, un número importante de personas solicitando el servicio de cuidadores de ancianos, u otras que lo brindan.

La licencia es muy fácil de obtener, de hecho, es una de las que menos trámites requieren. De acuerdo con Ernesto, trabajador de la Oficina Nacional de Administración Tributaria de Plaza de la Revolución, “quienes quieran deberán presentar en nuestras dependencias una solicitud, el carnet de identidad y dos fotos, además de la autorización expedida por el Ministerio de Salud Pública, que rige esta actividad en el país”. Las cuotas mínimas a pagar son de 20 pesos.

Para Dany y su hermano, esta fue una de las mejores opciones a escoger. Ambos son trabajadores a cuyo cargo se encuentran sus padres: una señora diabética y un militar retirado, de 65 y 80 años respectivamente. Cada uno pone 500 pesos de su salario mensual, suficientes para contar con el servicio de un cuidador de ancianos. Luisa, una mujer de 45 años, además de cocinar, se hace cargo de los mayores.

“Luisa es una bendición. Tiene experiencia en este ramo, además de que es muy cuidadosa, vela porque se cumplan los horarios. Nosotros consideramos que es mejor contratar este tipo de servicio, personalizado se pudiera decir, que enviar a los viejos a un asilo”, señala Dany. “Además, en estos tiempos de crisis con los alimentos, con el aseo… están mejor cuidados con nosotros”.

La madre, por su parte, afirma que “la cuidadora es muy amable y atenta, con mucha paciencia”; su esposo solo asiente.

Los precios oscilan en dependencia de las necesidades de la persona a cuidar, y de las demás tareas que deba asumir el cuidador de ancianos. Luisa cuenta que lo usual, el menos en La Habana, son 3 CUC “a una persona que solo vas a acompañar, pues puede valerse por sí misma en todo momento. A partir de ahí, las tarifas pueden subir por invalidez parcial hasta 5 CUC, y 10 si la persona está postrada”.

El pago, en muchas ocasiones, puede estar asociado a obtener un inmueble. Este tipo de acuerdos, a los que se llega generalmente con el anciano a cuidar, se da de espaldas al Estado. Se cuenta siempre con que estos sean viejitos solos, cuyas casas puedan ser testadas a favor del cuidador de ancianos.

Así llegó Orialis a La Habana, a probar suerte. En su provincia natal ya lo había intentado con un matrimonio. Ella y su familia, bastante numerosa,  se fueron a vivir con un matrimonio de ancianos. “Estábamos muy bien, pues por primera vez teníamos el espacio que necesitábamos. La cosa se empezó a poner mala cuando los señores comenzaron a exigir, pero sin cumplir ellos. Como parte del trato, nosotros asumíamos todos los gastos, incluso los de ellos y les dimos una buena atención, pero todos los días tenían una excusa con el testamento”. Finalmente y con miedo a que apareciera alguien a reclamar la propiedad, Orialis y los suyos salieron de ahí.

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Mientras, Martha y Alba se hacen compañía hasta que dure. “Es lo malo de este trabajo: te encariñas mucho con el mayor, y la vida no perdona. De cualquier modo, me queda como consuelo el haberle facilitado los últimos años”.
Cual colegiala, la primera escucha las aventuras de antaño de la segunda. Sonríen juntas y comparten un café.

María Carla Prieto


 

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