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Cuba

Denuncian desorganización y sospechas ante quienes ayudan solidariamente

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La barriada de Regla fue ayer testigo de un hecho lamentable que, desde horas de la noche se dio a conocer a través de la red social de Facebook por el testimonio de dos personas involucradas. En él se revela la desorganización y la sospecha; la inacción y la falta de iniciativa por parte de personas que están al frente de las tareas de ayuda en las zonas afectadas por el tornado que arrasó el pasado domingo varias localidades de La Habana.

Bajo el título de “LA AVENTURA DE REPARTIR A QUIENES LO NECESITEN…”, la activista Gilda Nuñez relató la odisea vivida por un grupo de jóvenes trabajadores de una paladar capitalina que se llegó hasta una barriada afectada a ofrecer alimentos a las personas necesitadas y encontraron la peor de sus desgracias: la burocracia.

A pesar de identificarse, a pesar de que los alimentos estaban correctamente confeccionados, varios funcionarios “se negaron” a darle luz verde a la entrega del alimento bajo “sospechas” de que pudiera estar mal cocinado, o de que ocurriera un brote diarréico.

Bajo una carpa, pero con temperatura calurosa alrededor, el alimento debió esperar varias horas pues los funcionarios “al frente” debieron consultarse entre sí, o “más arriba” si lo daban o no, a pesar de las evidentes molestias perceptibles entre las personas damnificadas que se aglomeraron para recibir el producto.

Gilda, lo cuenta de esta manera:

Ayer fui testigo de un hecho, que dudé en publicar o no; hoy me decido porque fui testigo de primera mano y hay cosas que han contado de incorrecta manera.

Unos muchachos que tienen un negocio privado de perfil gastronómico, quisieron hacer una donación en Regla, en algún lugar de La Colonia, barrio aplastado, la Ciruela o la zona limítrofe de Guanabacoa – Regla y recabaron una pequeña ayuda mía, para guiarlos en medio de tanto cable suelto, árboles caídos y tensores en el piso. Iban con un lote de comida para repartir, agua, 2 cajas de refrescos, HIELO EN TANQUETAS, ropa, y juguetes, todo ello comprado con dinero personal y gracias a la contribución de diversas personas. No voy a poner el nombre de los implicados, ni el restaurante, no hace falta. Solo sepan que son jóvenes, sensibles y tienen ganas de ayudar. Supuse que hacer entrega de comida regalada iba a ser punto de discusión con las autoridades encargadas, porque no se pidió ningún permiso previo, pero ya estábamos en la calle correcta y la gente gritaba a voz en cuello las necesidades; los policías trataban de calmar la tensión de manera sosegada.

Se pusieron en una glorieta vacía, de la preparada por la gente de gastronomía local, e inmediatamente vino una funcionaria del partido, que, con tacto, expuso el agradecimiento por la ayuda pero que esa donación tenía que ser avalada por el gobierno. A todas estas ya los muchachos estaban disponiendo la comida en las cajitas, el tiempo apremiaba y la gente se aglutinaba alrededor. Apareció el delegado de circunscripción, de apellido Villalobos, y al comprobar el desinterés del acto, puso manos a la obra y organizó su gente. Siguieron viniendo personas, esta vez otras dos ¿funcionarias? del ¿partido? el ¿gobierno? y ya sí esta vez de manera descompuesta, cuestionaron la ayuda, cosa que me pareció fuera de lugar. Una de ellas dijo que si la comida estaba en malas condiciones, y se producía una intoxicación alimentaria, tendría que cogerlos a todos presos. Acto seguido exigió nombre y carnet de identidad de una de las muchachas, que por supuesto se los dio, y además le dijo que esa comida había sido elaborada hacía escasamente tres horas y se transportaba de manera correcta en termos. Solo accedieron a que repartieran comida después de poner en unos vasos plásticos unas muestras testigos. Pero el asunto se demoraba y se demoraba, sugerí en voz alta que empezaran la repartición, porque el tiempo pasaba y la comida estaba servida. Una de ellas, airadita, me dijo, usted quién es? Yo le conteste que era de Regla y era además bioquímica. Que sabía que las muestras testigo se guardaban para un análisis posterior, era impensable repartir comida después del análisis. Había que hacerlo ya. El delegado veló porque nadie cogiera más de lo que le tocaba y priorizó a niños pequeños y embarazadas. Por supuesto que era difícil controlar los comentarios: “estas gentes están haciendo lo que otros no hacen”, “nos venden la comida, ellos la regalan”. Son verdades como una casa, y eso nadie lo pude negar.

Se repartieron 200 cajas de comida. Una de las airaditas funcionarias osó decir “total, eso no resuelve el problema…” ¿Habrá un lugar para tamaña indolencia y estupidez? Al menos esto hizo la diferencia de varias familias. Se repartieron refrescos en lata para los niños, en vasos con hielo para mayores, cuando se acabó el refresco; agua, cuando se acabó la comida, las cajas vacías se llenaron de pan y galletas. (El estado vende los paquetes de galletas a 25.00 CUP, estas fueron igual, regaladas). Las gentes estaban agradecidas y los de familia más numerosa pedían por favor si le podían dejar una bolsa entera de pan para dar a los niños y así se hizo. Hasta que empezó la distribución de ropa. Se acercaron varios jóvenes y la bulla fue en aumento, la presión emocional también. Al sacar a la tarima la ropa clasificada y dar a las gentes, que pedían por determinada prenda, se acercó un hombre (uno de los beneficiados en la repartición de “cajitas”) y dijo a voz en cuello: NO NO; PAREN ESTO YA, USTEDES NOS ESTAN COGIENDO PA´ESO… OYE CABALLERO, NO SE DEJEN COGER PARA EL TRAJIN, ESTA GENTE ESTÁ CALENTANDO, AQUÍ NO HAY MENDIGOS, USTEDES HABLARON DE COMIDA, EN NINGUN MOMENTO DE ROPA, RECOJAN ESO Y VÁYANSE DE AQUÍ. AQUÍ NO SOMOS MENDIGOS, repitió. Estas palabras fueron secundadas por 2 personas más, un hombre y una mujer. TODOS los que estábamos allí, afectados y donadores, no podíamos dar crédito a lo que estábamos oyendo… fue como un segundo tornado. De nada valió aclarar que desde el minuto cero se había dicho que también había ropa de donación y juguetes… Aquello fue poniéndose feo, tan feo que una de las funcionarias airaditas (que jamás se fueron, estaban observándolo todo a distancia prudencial), empezó a decirle algo que no alcancé a oír a una de las organizadoras de la donación, ¡y la empujó!… A partir de ese minuto y para evitar males mayores, no hubo más nada que hacer. Los niños se quedaron sin juguetes y los damnificados sin ropa. Me pregunto: que rayos impulsó a estas tres personas a reaccionar de esa forma? ¿Stress post traumático?, ¿sintieron en realidad vergüenza, o sencillamente fueron instrumentos de otras gentes, los burócratas de siempre, los cuadrados que ven en todo una amenaza y desconfían de todo y todos? ¿Qué reprimenda le habrán echado el delegado de circunscripción? Ah, las muestras testigos jamás fueron recogidas…

La buena noticia es que estos muchachos siguen en su labor… ahora en albergues en Luyanó, con pleno conocimiento de las autoridades competentes. No pongamos las cosas más difíciles de lo que ya están y cooperemos creando los canales necesarios… Se necesita mucha ayuda y se necesita YA. Si algo puede y debe ser cambiado, ¡CAMBIÉMOSLO!, en definitiva, ¿no fue para eso que fuimos convocados alguna vez?

La joven periodista cubana Mónica Baró, quien también fue testigo del mismo hecho, lo narró así:

Ayer, 29 de enero, en la Avenida Rotaria, en el municipio Regla, el Estado colocó quioscos con ofertas gastronómicas para las personas damnificadas por el tornado, o para cualquiera que pasara por ahí. Vendían refrescos, a uno o dos pesos cubanos, tabacos, no me fijé en cuánto, y arroz con rodajas de salchicha a cinco pesos. Pero el plan de ofertas gastronómicas para las personas damnificadas por el tornado incluye también panes y caldosa. Lo más caro son los refrescos enlatados, a diez pesos. De pronto, aquello me parece una feria agropecuaria, una actividad recreativa, cualquier cosa menos una zona de catástrofe. Una mujer de un edificio que perdió gran parte del techo del quinto y último piso, donde hubo varios heridos, me dice indignada que si quieres que te echen una ración de arroz con salchicha decente tienes que pagar diez pesos. Ella y su hija, ya una mujer, caminan cargadas de cajitas de cartón con comida, pero la mayoría no llevan arroz con salchicha sino pan y galletas, un pan y dos o tres galletas por cajita, que fue lo que dieron gratis. Le pregunto que con qué es el pan y me responde que con pan. “Pan con pan”, me dice, y la abre, para que vea.

Pero también a Rotaria llegaron ayer varios jóvenes para repartir comida y otras cosas a la población. Alrededor de ellos se arma una algarabía tremenda, una discusión a gritos, entre la población y unos funcionarios. Los jóvenes quedan en el medio. La población exige que rebajen los precios de la comida. Una funcionaria intenta calmarles, explica que ya hablaron ese tema en el Consejo de Defensa del Municipio, pero que es un proceso. La población, al escuchar la palabra proceso, se exaspera. La población enfrenta una emergencia, es natural que la palabra proceso, le choque.

Ayer, 48 horas después de la debacle, todavía había familias en La Colonia y La Ciruela que dormían entre escombros, en colchones húmedos. Las que estaban evacuadas se habían evacuado por su cuenta. No tuve la suerte de encontrar una familia que hubiera sido evacuada por las autoridades a algún albergue. Proceso puede entonces ser una palabra difícil de entender en ese contexto. Un hombre empieza a quejarse del Gobierno y otro hombre que está del lado de los funcionarios le dice que no grite. Por un instante pienso que se van a entrar a golpes, porque el que está del lado de los funcionarios cruza para donde está el que está del lado de la población, con la cara trancada, y el otro, más un socio suyo, se le enfrenta, pero al final la cosa no trasciende de la guapería. Mientras, los jóvenes que fueron a prestar ayuda, en el medio. Le pregunto a uno de los muchachos de dónde son y me dice que de un restaurante de La Habana, que quisieron hacer algo, y cocinaron arroz con salsa, carne, frieron viandas y picaron tomates. No sabe para cuántas personas alcance la comida. Por el tamaño del recipiente calculo que para unas setenta u ochenta personas.

También han traído paquetes de papel sanitario, botellones de agua mineral, cajas de refresco enlatado, ropas, zapatos, y hasta hielo. De pronto, veo que una muchacha empieza a servir muestras de comida en vasos desechables, y me asusta que eso sea lo que van a repartir. Le pregunto al muchacho que para qué es eso, y me dice que los funcionarios le han dicho que deben analizar la comida. Una mujer dice que van a echar a perder la comida, que hace mucho calor, que no demoren más, que cómo se van a poner a analizar la comida. La población sigue quejándose. Los jóvenes dentro del quiosco se ven agobiados. Entonces, sin más, no sé si porque desobedecen a los funcionarios o porque los funcionarios ceden a la presión social, al hambre, empiezan a repartir cajitas con la comida y otras cosas. Priorizan a los niños y a los ancianos. A los niños les dan refresco con hielo, que imagino que en medio de toda esa desolación les debe saber a cumpleaños. Un líder local, que conoce los casos más graves, funciona como mediador, para asegurar que las donaciones lleguen a quienes más las necesitan. Nadie protesta. La mujer del edificio, poco después, me dice, casi triste, con rabia, que ella no se enteró de esta comida gratis, que por qué no llevaron hasta el edificio, y yo le doy par de respuestas, pero todas se las toma mal y solo consigo alterarla. Al final le doy la razón. En ese momento no tengo otra cosa mejor que darle.

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