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No se salva ni la casa donde viviera José Martí

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A los actuales vecinos de Tulipán 32 les cuesta entender el abandono de la edificación, en real peligro de derrumbe. En esta casa vivió José Martí y nació su hijo

Si llegas a la intersección de las calles Tulipán y Clavel, en el Cerro, te toparás con un solar antiguo. La crecida yerba supera el metro de altura. Por milagro se sostienen algunas pocas paredes en ruinas. No hace mucho del último derrumbe.

Se trata de la casa que, una vez regresados del exilio, acogió a José Martí y a su esposa Carmen Zayas-Bazán, quien estaba por esa fecha a término de su embarazo.

Tulipán 32 –actual 410– fue el sitio desde donde el apóstol le escribiera sustanciosas cartas a su amigo Manuel Mercado. También la casa natal de José Francisco Martí Zayas-Bazán, el Ismaelillo.

Entre los restos de la armazón, subsisten cuatro familias; la de Regla y Daniel es una de ellas. En el minúsculo apartamento residen además, tres niñas y la mujer de este último.

Los vecinos ya no saben qué hacer: “Hablamos hasta con Eusebio Leal. Por razones de lejanía, él delegó la restauración de la vivienda en la Asamblea Municipal y Provincial. Al visitar la dependencia, la presidenta nos dijo que Eusebio no podía inmiscuirse en esos asuntos y que nuestro edificio no era especial, pues Martí había estado en toda Cuba”.

Huracanes y derrumbes son algunos de los desastres que han afrontado, sin embargo, ellos asumen la conservación de los restos. “Los Martí aquí somos nosotros. Esta era la residencia del Apóstol, pero posteriormente se estableció, aquí cerca, la primera embajada de Alemania en Cuba (actual Dirección Municipal de Comunales). Creo que las autoridades provinciales han priorizado demasiado el Casco Histórico, y La Habana tiene muchos otros lugares en los que también se protagonizaron eventos importantes”, apunta un joven.

“Nosotros resistimos aquí las verdes y las maduras. Puedo afirmar que el estado real del edificio es desconocido, pues una vez, durante mi desempeño en Comunales, me encontré un presupuesto firmado que hablaba de la restauración de la escalera principal por la empresa de demoliciones, cuando lo poco que se hizo al respecto lo hicimos los residentes”, afirma Regla.

Los empeños de rescate, siempre por parte de la vecindad, han sido truncos. “Designamos un presidente del Consejo de Vecinos y pedimos la posibilidad de construir por esfuerzo propio. Cuando lo supieron en Vivienda, llegó una comisión y nos negó el permiso”, continúa.

¿El motivo? Desalojar a los habitantes de sus hogares. “La delegada, Amarusy García, gestionó una brigada de demoliciones cuyo único trabajo fue tumbar las plantas de arriba. Los integrantes vendieron la madera original en 25 CUC y los cantos de los muros, dejaron los escombros en los techos, poniéndonos en el compromiso de botarlos. Después de eso desaparecieron”.

“El 25 de junio de 2015, el edificio contiguo se vino abajo. Gracias a Dios, las familias de allí se habían auto albergado en casa de los parientes –a día de hoy no tienen casa. Los bomberos acudieron en ese momento y se dio la orden de demolición total”, relata la mujer.

Los residentes permanecieron a la expectativa ante la inminencia de perder sus hogares. Los gobernantes municipales les pidieron abandonar sus casas, dejando los efectos electrodomésticos, y les prometieron albergue en las instalaciones del campamento Villena- Revolución.

“No nos sonó creíble: tres comidas al día y climatizado, pero solo por tres días. Mi mamá dijo que, si nos íbamos, nos encontraríamos las casas destruidas al regreso. Nadie se movió”, dice Daniel.

La represalia contra la familia vino. “Me dejaron caer un trozo de piedra sobre el baño, haciéndolo añicos. Casi cinco años después, nadie me ha pagado el incidente”.

Este sería solo el primer intento, pues el hostigamiento no cesó. Después de eso, el suministro de electricidad fue cortado por 10 meses y ocho días. “Cuando fuimos al Ministerio de Energía y Minas nos comunicaron que el inmueble constaba como de estática milagrosa, es decir, no tenía remedio. La delegada, además, ordenó interrumpir los suministros de gas y agua”.

De acuerdo con el testimonio de varios habitantes de Tulipán 32, la delegada García es su mayor enemigo. “Cada queja de nosotros en las grandes instancias, ella la desmentía, por eso nos metimos en tantos problemas”.

“En una ocasión, le pedí al administrador del punto de leche un busto del Héroe Nacional que tenía allí. Invitamos a los directivos del museo municipal y a la prensa con el único objetivo de rescatar la historia. Dos funcionarios del Departamento Técnico de Investigaciones vinieron para acusarnos de contrarrevolución. Finalmente, desistimos”.

Nene, la hermana mayor de Regla, había permanecido observando en silencio. Súbitamente, interrumpe la conversación: “Lo más importante aquí son las personas. Mi sobrino tiene tres hijos, y en los otros apartamentos el panorama es igual de triste”.

Conmigo de la mano, recorre las demás viviendas para mostrarme. En la primera, una señora ciega, en silla de ruedas, se muestra apacible. En la otra un excombatiente de Angola, invidente también, deja ver su descontento. Su acompañante me lleva hasta el último cuarto. “La separación entre la estructura de la casa y el muro es abismal. Siempre que llueve, mares de agua se cuelan hacia adentro. Tenemos los puntales, pero, en cualquier momento, el techo nos cae arriba”, explica.

De vuelta, Regla prosigue: “En las inmediaciones hay terrenos pertenecientes a otras instituciones, en los cuales se levantan viviendas para los trabajadores de un sector o empresa determinados. Pienso que el municipio debería conceder los terrenos con el pretexto de obtener algunos inmuebles para los casos críticos”.

Hace algunos días, María Eugenia, responsable de la Dirección Municipal de Alberge, le notificó un supuesto plan a seguir. “Dicen que van a construir al lado, en el solar. Esas casas nos las darán temporalmente, para reparar las nuestras”. Sin embargo, su optimismo se pierde repentinamente: “Según ella, nuestro inmueble figuraba en el presupuesto de este año, pero estamos en diciembre y no hemos visto resultado alguno”.

Daniel, bastante más realista, defiende: “La solución nuestra es traer a los altos mandos, invitarlos a un café en estas condiciones o pararnos en el Capitolio con un cartel; de lo contrario, cumpliremos 200 años en estas mismas condiciones, si el techo no nos mata primero”.

Texto y fotos: María Carla Prieto

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