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El Cementerio de Colón que no vemos

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Sepulcros mal cerrados, mármoles rotos: las historias que se esconden más allá de la capilla principal del Cementerio de Colón

La Necrópolis de Colón es reconocida a nivel mundial. Destacan la cuidada arquitectura de capillas y monumentos –algunos de valor incalculable.

No obstante, lo bello va desapareciendo a medida que nos adentramos en sus calles. El visitante común no supera las tumbas turísticas, situadas casi todas en las inmediaciones de la capilla principal. Más allá comienza otro cementerio. Sepulcros mal cerrados, mármoles rotos sin explicación aparente y yerba por doquier son solamente la punta del iceberg. “Le aconsejo que salga temprano –me dice uno de los seguridad-, cuando la noche cae, este lugar se presta para muchas cosas”.

Aunque no sabía muy bien a qué se refería, tomé la advertencia. Más tarde, Armando, quien se desempeñara mucho tiempo como jefe de brigada y parte del consejo directivo, despejó todas mis dudas: “Yo llegué a trabajar al cementerio, como casi todos, luego de una sanción administrativa. En mi corta estancia, me di cuenta de cuantos negocios pueden hacerse en un sitio como ese”.

Exhumaciones ilegales y profanaciones son los delitos más comunes, aunque también son frecuentes las desapariciones de cadáveres con fines religiosos: “En 2010, tuvimos el caso más sonado. Desaparecieron los restos de un palero famoso, muy cotizados en el mundo de la santería para montar calderos de prenda”.

“La gente busca al sepulturero para trasladar el cuerpo al osario, ya sea porque le toca y los implicados no quieren realizar los trámites burocráticos o por un interés especial del propietario del panteón. En sí, el proceso muy pocas veces se realiza fuera de fecha, pero no consta en dirección”.

Lo otro es lo de siempre: “A lo largo de la historia han existido los ladrones de tumbas, ¡hasta los faraones egipcios lo han sufrido! Ese es, en muchas ocasiones, el motivo por el cual los mármoles aparecen rotos. Es un problema recurrente dada la escasa seguridad en una extensión tan significativa”.

Para Pedro, uno de los selladores, la vulnerabilidad de las tumbas es otra de las causas: “Generalmente, sellamos con masilla o pasta de pladur, materiales capaces de impedir la salida de los gases post mortem pero que no cierran el hueco definitivamente, pues en él deberán enterrarse, al menos, seis personas más”.

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A la dirección del Cementerio de Colón no llegan tantas quejas como debieran. Según Concha, trabajadora del lugar, las reclamaciones de los familiares raramente llegan a los administrativos, “ya sea porque los intercepta algún operario y arregla el daño o simplemente por la poca confianza que se tiene en salir airoso del trámite”, lo cual, aclara, atenta contra el reconocimiento del delito.

Dulce, sin embargo, decidió probar. Su panteón familiar, en la calle primera e I, empezó a presentar problemas hace dos años: “Cuando vine a traer flores, lo advertí descuidado, con malas yerbas en los alrededores, mas eso no me importó pues la de Alejo Carpentier está igual o peor. Pero hace unos meses, mientras enterrábamos a un tío, vimos el mármol roto”.

La mujer se dirigió entonces a la oficina del director. “Siempre antes de la una de la tarde, pues luego de esa hora solo está la secretaria. Empezamos un proceso burocrático larguísimo, en el cual yo debía demostrar con fotos el estado anterior de la tumba. Supuestamente se abrió una investigación, infructuosa por lo que sé. Al final, desistí”.

A falta de otra solución, buscó ayuda en uno de los operarios para restaurar el espacio: “Una rehabilitación capital puede costar hasta mil dólares y pocos obreros saben cómo hacerla. Me ofrecieron, por 20 CUC al mes, tener limpio el lugar. No acepté”, concluye.

En efecto, los nichos de esa zona presentan un avanzado estado de deterioro. Julián, jefe de la brigada número 2, explica al respecto: “El cementerio afronta ahora una restauración capital, que va desde el edificio principal y se extiende a todas las áreas: nichos, panteones y capillas. Eso sí, todo a su ritmo”.

En cuanto a la deficiente limpieza de las áreas, se justifica así: “Debemos tener en cuenta lo amplio de las zonas. Debes comprender, 22 operarios para una extensión superior a los 200 metros cuadrados hace imposible mantener una higiene adecuada”.

Texto y fotos: María Carla Prieto

 


 

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