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Por Fernando Vargas

“Los baños de Marianao”, en el siglo XIX,  fueron un lugar de descanso a la vera del río Quibú, cuyas aguas alimentaban la Fuente del Chorro y se le atribuían propiedades medicinales. Hoy, en el actual barrio de Los Pocitos, se erigen construcciones llamadas oficialmente “asentamientos informales”, aunque el cubano las conoce, desde siempre, como “llega y pon”, por la precariedad de sus materiales: tabla, latón y hasta cartones. Las calles no están asfaltadas y no hay instalaciones públicas, lo que obliga a sus habitantes a trasladarse a la zona formal para ir al médico y a la escuela o comprar alimentos.

Un diagnóstico territorial arrojó más del 70% de las casas en mal estado. El agua potable llega mediante empates de pedazos de mangueras y tuberías, y la electricidad se toma clandestinamente de una torre de alta tensión.

Sus pobladores, al no tener dirección legal en La Habana, tampoco tienen libreta de abastecimientos. Según el testimonio de la enfermera, en el consultorio médico se atiende a todos bajo la figura de “dirección transitoria”, pero los niños al nacer se inscriben con la dirección de la madre en su provincia original.

Mapa del territorio. Tomado de la tesis de Licienciatura en Arquitectura Nueva urbanización para los habitantes del barrio Indaya, Marianao. Autoras: Doraimis Jiménez Castells y Anabel Rodríguez Díaz

Aunque la “transitoria” permite estudiar hasta el preuniversitario, se estima que la mayoría de sus habitantes alcanza sólo el noveno grado. Muchos trabajan en fábricas improvisadas que producen útiles del hogar hechos con plástico reciclado u obtenido del derretido de los contenedores de basura, falsificaciones de perfumes, planchas de latón, o en la cría de animales para ceremonias religiosas…

En esta compleja situación, Michael Sánchez Torres, residente de la zona formal de Los Pocitos y profesor de Arqueología en el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, se propuso un programa de rescate patrimonial: “Empecé trayendo a mis estudiantes. La idea era tratar el patrimonio, la conservación y la arqueología. Ahí empezó el conflicto de estar tan preocupados por el pasado con tantos problemas en el presente. De eso nacen pequeñas acciones como reparar aceras, hacer microparques, talleres, actividades académicas en los templos abakuás… Poco a poco nos fuimos constituyendo como proyecto; preguntamos en la comunidad cuál podría ser el nombre y surgió Akokán, que en yoruba significa ‘de corazón’”, comenta a Cuballama el joven líder.

La iniciativa hace suyos los objetivos de desarrollo sostenible planteados por la ONU para 2030. Entre las urgencias se destacan los problemas de la vivienda, el agua y la alimentación. También han identificado otros como la falta de espacios complementarios para la educación o la recreación sana.

El enfoque ideal sería empoderar a los ciudadanos para gestionar su propio progreso. No obstante, una comunidad tan desfavorecida, si no ve cambios concretos a corto plazo, difícilmente se involucrará; por eso han tenido que acercarse a sus convecinos de muy diversas maneras: “Es una comunidad con muy poca oferta. Están los accesos a educación básica y salud pública, pero necesitan acompañamiento y apoyo desde las políticas públicas, que no tienen. Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que el principal foco debe estar en las personas. No son marginales, sino marginados. Constituir comunidades invisibilizadas y con tantas problemáticas, ha dado pie a que muchos pierdan las esperanzas o no tengan herramientas para vivir de una manera diferente. Es muy importante convertirnos, más que en asistencialistas, en generadores de oportunidades. Siempre tenemos en cuenta, asimismo, la participación de la comunidad, desde el significado de los colores para las religiones que aquí predominan, hasta sus prioridades, que ellos las tienen más claras que uno”.

“Adopta una Casa” en Los Pocitos

Con más de dos años de intenso trabajo, Akokán se ha ido ganando un espacio en Los Pocitos. Una de las iniciativas más populares es “Adopta una Casa”, que se propone, mediante múltiples colaboraciones, pintar quinientas casas en saludo al aniversario de la ciudad. Lo más interesante es que la ayuda puede hacerse tanto en dinero como en materiales y en trabajo. Generalmente el apoyo monetario viene de grupos universitarios extranjeros sensibilizados con la situación del territorio; algunos artistas contribuyen con materiales o hacen murales, y los vecinos ejecutan las acciones ofreciendo lo único que tienen: sus manos.

Pintada de casas bajo la iniciativa de “Adopta una casa”. Archivo Fotográfico Akokán

Sulay es una de las beneficiadas con esta acción. Con unas pocas tablas construyó su cafetería, Pegaíto al Río, donde vende panes, refrescos y confituras. Sin muchos detalles, pues su negocio no tiene protección legal, dice que una de las virtudes principales de Michael y su equipo es la persistencia: “Son los únicos que se han mantenido. Otras veces han venido delegaciones diciendo que van a hacer un millón de cosas y al final nadie hace nada. Sin embargo, ellos, con sus materiales, han pintado casas, recogido la basura del río, nos pusieron arriba unos bancos y lo mejor es que involucran a los niños y los mantienen ocupados en algo bueno”.

Otra de las favorecidas es Raiza Salazar, excampeona nacional de hockey, quien ha viajado a varios países y nunca ha querido irse de Los Pocitos. Hace unos meses tenía su vivienda en derrumbe total y el proyecto le gestionó materiales y mano de obra para construirla de mampostería. Raiza colabora cuidando niños e impartiendo talleres de plantas medicinales.

El trabajo de Akokán y su liderazgo natural no ha podido ser ignorado. Las autoridades le han prestado un local debajo de las gradas del estadio, convertido en aula para dar talleres. Otro espacio reformado es el Árbol de las Palabras, que forma parte del “corredor cultural” conformado en la zona colindante al asentamiento informal: dentro de la posta médica se montan exposiciones y en las afueras, un terreno baldío se transformó en microparque.

Taller de repostería con niños. Archivo Fotográfico Akokán

Mitra Gafari, otra colaboradora, se dedica a impartir talleres de fotografía a niños y adolescentes. Graduada de Comunicación Social en el estado de Colorado, vino a Cuba a realizar su tesis y quedó enamorada de Los Pocitos. La recién graduada le cuenta a Cuballama cuánto ha aportado el activismo social a su formación: “Para mí fue muy importante conocer el barrio a través de su lente expositivo. La fotografía es también una expresión de su identidad, y una forma de darles voz para que grafiquen lo que quieran. En La Habana hay muchos prejuicios sobre este barrio, y aunque soy extranjera, me gustaría ayudar a cambiar la imagen”.

Los Pocitos: realidades complejas

Akokán recién inauguró una experiencia en AirBnB, aunque prefieren el turismo académico por ser más considerado con la forma de vida de la gente. Michael deja claro que la comunidad no es un zoológico, el visitante debe estar preparado para interactuar, desde el respeto, con las realidades complejas que encontrará. Además, los recorridos turísticos, más que “vender la miseria como algo exótico”, se centran en las potencialidades culturales del territorio, como el amplio abanico de religiones y hermandades que conviven, pequeños negocios innovadores o sitios de interés arqueológico.

Nelson Alfredo Piloto, estibador y abakuá, fue uno de los primeros en integrarse. Abrió su templo para el intercambio con visitantes cubanos y extranjeros, y como líder insta a la comunidad a vencer las necesidades: “Como se estaban haciendo cosas que en cuarenta años que llevo viviendo aquí nunca había visto, me acerqué. Lo más importante es buscar un cambio de mentalidad, que la gente se lleve mejor, que no ensucien los lugares públicos. Cada vez se suman más, porque ya no son solo los niños, sino los padres. Varios grupos extranjeros han ayudado, y se le ha dado buen uso a su dinero. Esta es una comunidad con condiciones precarias de vida, muchos niños tienen padres alcohólicos y madres sin qué cocinar; sin embargo, acuden para buscar un espacio diferente y aprender”.

Este activismo social no solo se mantiene de donativos. En su afán de fomentar un desarrollo sustentable, Michael y su esposa Déborah Vázquez crearon un emprendimiento solidario, casi de la nada: el Café Oddara, que en yoruba significa “todo está bien”, propone un espacio familiar para debatir, literalmente en la sala de su casa, durante los recorridos. El negocio elabora un menú inspirado en platos afrocubanos, el 80% de lo consumido se compra en la comunidad y tributa un 30% de sus ganancias al financiamiento de Akokán.

Intercambio en el Café Oddara. Archivo Fotográfico Akokán

Además, han potenciado, junto con el delegado de la comunidad, propuestas de permacultura llamadas Patios Solidarios, para cultivar alimentos que puedan ser distribuidos de forma gratuita o a precios módicos a las personas más necesitadas.

Aunque las autoridades locales empiezan a mirar a Akokán con otros ojos, este tipo de iniciativas operan en Cuba sin un marco legal ni personalidad jurídica que las proteja; los compromisos son muchas veces de palabra y las cosas pueden cambiar en dependencia de quién ocupe los cargos en los gobiernos locales.

Sin embargo, la fuerza y el apoyo popular es innegable, tal vez por esa capacidad de algunos cubanos de ver, más allá de las carencias, las potencialidades. Quien quita que dentro de algunos años Los Pocitos siga los pasos de Viñales, un ejemplo de cómo la sociedad civil puede revertir las carencias en sus localidades. Mientras, Michael y sus seguidores confían en que actuando “de akokán”, todo estará “oddara”.

 


 

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