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Cuba

Hershey: ruinas tras el esplendor de un pueblo

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Texto y fotos: Flavia Viamontes

A Tite Ramírez le entra un dolor en el pecho cuando recorre Hershey, el poblado ubicado bien al este de La Habana, a medio de centenar de kilómetros aproximadamente. Por eso, confiesa, “prefiero no hacerlo”.

Lo que otrora fue un lugar próspero, desde la construcción en 1918 del Central Hershey, resulta hoy prácticamente ruinoso, al menos para quienes lo conocieron en sus años de esplendor.

El llamado complejo agroindustrial Camilo Cienfuegos, después de su nacionalización, fue fundado con capitales de Milton S. Hershey. Quería refinar sus producciones de azúcar crudo para exportarlas hacia una fábrica de chocolates que poseía en Pennsylvania (EEUU), según refieren fuentes documentales.

Para la construcción del batey, Hershey recreó en este territorio cubano sus experiencias de Pennsylvania, donde había fundado una ciudad a partir de criterios urbanísticos establecidos por el movimiento de “Pueblos Modelos”, en auge a finales del siglo XIX. Este movimiento tenía entre sus premisas las facilidades comunitarias, así como el carácter autosuficiente de estos conjuntos urbano-industriales.

La refinería del central, así como el coloso mismo, se ubicaron desde su fundación en los primeros puestos a nivel nacional en volumen de producción de azúcar crudo y azúcar refino.

Cuando empezó en 2002 lo que el gobierno cubano llamó redimensionamiento de la industria azucarera, dijeron que ese central lo iban a conservar —como sucedió con otros—, pero no fue así. “Lo empezaron a desmantelar y lo desactivaron”, recuerda a sus 84 años Tite, quien durante décadas trabajó como mecánico en esa industria.

El Central daba empleo a miles de trabajadores del poblado de Hershey y de localidades vecinas de San Antonio de Río Blando, Jaruco, Caraballo. Es imaginable el impacto tan brusco que significó su desactivación. El esplendor del Hershey desapareció con el Central, afirma Tite Ramírez en diálogo con Cuballama.

El famoso tren eléctrico de Hershey garantizaba el transporte de los trabajadores del central en el cambio de turno. En los años 70 y 80 del siglo pasado, su refinería estaba considerada entre las mejores de América Latina.

Allí trabajaban generaciones completas de familias. Para empleados y vecinos de los pueblos aledaños, el silbato agudo del central les indicaba la hora exacta, y coincidía con los cambios de turnos. Entonces, con puntualidad inglesa, salía el tren. “Solamente en el tema del transporte golpeó mucho porque el tren ha reducido mucho sus horarios y  ya no es confiable”, explica Irma Ortega, vecina del lugar. Irma comenta que en alguna ocasión escuchó que se hicieron hasta estudios psicológicos en la población.

Hershey: el esplendor de un pueblo

Se considera que el Hershey fue el primero de su tipo en el mundo que usó la tracción eléctrica para llevar caña a la fábrica, y trasladar el azúcar hasta los puertos de embarque.

La caña se transportaba de la cooperativa al centro de acopio y de ahí al central, lo cual representaba unos pocos kilómetros. “Hoy hay que recorrer 30 kilómetros por carretera, desde las cooperativas más cercanas hasta el Central Boris Luis Santa Coloma, que está en el municipio de Madruga. Esto representa mayor gasto en neumáticos, en piezas de repuesto, en combustible. Para el país es un gasto enorme”, asevera Ulises Ramírez, quien creció escuchando historias del esplendor del central y de Hershey.

Esa industria contaba con una planta eléctrica con capacidad de entregar la energía necesaria para las máquinas del central, su ferrocarril, el batey y poblados vecinos, y servía también para los tranvías que circulaban entonces en la ciudad de Matanzas. “Imagínate que la población de Hershey cocinaba con corriente”, acota Ernesto López, residente en el lugar.

Entre sus instalaciones destacaba además una planta extractora de aceites de girasol y una henequenera.

Con el Central desaparecieron centros de acopio y de limpieza donde se quitaba la paja a la caña para que llegara sin residuos. Para los que se quedaron sin empleo, abrieron una escuela donde se estudiaban distintas especialidades, detalla Ernesto.

Rememora también con nostalgia que desde el Hershey salía azúcar crudo, refino, mieles para la ronera de Santa Cruz del Norte, las pacas de bagazo para la fábrica de tablero…

A Ernesto las ideas parecen agolpárseles en la cabeza cuando habla del tema y agrega que una parte está hoy en ruinas y la otra está ocupada por la fábrica de baldosas. “Hay un cambio rotundo. Se observa una destrucción enorme. Solamente la transformación con el tema de la corriente, fue terrible”, agrega.

A pesar del tiempo y la destrucción, todavía  tres elevadas torres, triste recuerdo de lo que fue esa industria, guían las miradas y los pasos curiosos de cubanos y extranjeros que llegan a Hershey, un pueblo hoy muy lejos del esplendor que ostentó un día.

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