Muerte de profesor a manos de alumno de 14 años en Cuba revela un patrón más que preocupante de violencia en la isla

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La muerte del profesor Adalvi Sosa a manos de un estudiante de apenas 14 años ha conmocionado a la comunidad de Puerto Esperanza, Viñales, en Pinar del Río, y ha encendido las alarmas sobre un problema cada vez más visible en la sociedad cubana: la creciente violencia entre adolescentes y dentro del ámbito escolar.

Según reportes preliminares compartidos por usuarios en redes sociales por el activista Saúl Manuel, el trágico suceso ocurrió en la Escuela Secundaria “27 de Noviembre”. El adolescente, estudiante de 9no grado, tras ser reprendido por el trabajador educativo —quien algunos identifican como profesor y otros como personal administrativo—, habría reaccionado con una violencia extrema, asestándole al menos tres puñaladas, una de ellas en el pecho, presuntamente directo al corazón. Adalvi Sosa, a pesar de su corpulencia física y musculatura, no logró llegar con vida al hospital, y falleció por shock hipovolémico, es decir, una pérdida masiva de sangre.

El atacante, que habría introducido un arma blanca a la escuela sin ser detectado, fue detenido poco después del hecho, pero el impacto emocional y social no ha hecho más que extenderse.

En redes, las reacciones van desde la consternación y el horror, hasta la indignación absoluta por la falta de seguridad en las escuelas y la evidente pérdida de valores que muchos asocian con el colapso social que atraviesa la isla. «Cuba está peor que México», escribió una internauta. Otra señaló: «Esto está peor que El Salvador en los tiempos de las maras».

Mientras tanto, abundan los comentarios que exigen justicia y castigo ejemplar para el adolescente, aunque la legislación cubana limita las sanciones a menores de edad. «Que lo juzguen como adulto», reclamó una usuaria. «Esto no es un niño, esto es un asesino», dijo otra.

El caso ha abierto un nuevo y preocupante capítulo en la percepción del sistema educativo cubano. Lo que antes se presentaba como un espacio de disciplina y civismo, hoy parece atravesado por la descomposición social y la violencia descontrolada, como lo demuestra esta muerte absurda e irreparable.

Un patrón preocupante: la violencia hacia figuras tradicionalmente respetadas como profesores y médicos

Aunque el asesinato de Adalvi Sosa sacudió a la opinión pública, no es un hecho aislado. Cada vez se reportan más hechos de violencia con desenlace fatal en Cuba, muchos de ellos protagonizados por adolescentes y jóvenes, y con el uso de armas blancas e incluso armas de fuego. Las peleas a machete, los apuñalamientos por discusiones triviales y los asaltos que terminan en muerte están dejando una huella oscura y alarmante en el país que alguna vez se jactó de ser “el más seguro del mundo”.

Un patrón inquietante emerge entre las víctimas: figuras tradicionalmente respetadas como profesores y médicos, antaño símbolo de autoridad y prestigio, están siendo atacados y asesinados.

En noviembre de 2022, el profesor Juan Carlos Morgado, de 63 años, fue encontrado sin vida en su casa de Sancti Spíritus, asesinado brutalmente por un joven de 21 años con quien había mantenido una relación profesional. El crimen conmovió a la comunidad, pero quedó prácticamente silenciado por los medios oficiales.

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Meses después, en abril de 2023, se reportó el asesinato de un médico en Boyeros, La Habana, quien fue asaltado cuando regresaba a casa tras una guardia. El médico, identificado como Pablo Corrales, fue apuñalado por un joven de su mismo barrio, según reportes locales.

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Los crímenes no solo evidencian la creciente inseguridad, sino también la pérdida de respeto y protección hacia quienes, en otros tiempos, eran considerados pilares de la comunidad, como son los casos del doctor Alberto Camejo, un médico de 52 años que fue asesinado a puñaladas dentro de su vivienda, en lo que se presume fue un intento de robo; un hecho ocurrido en el municipio de Caimito, provincia de Artemisa.

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Igualmente en Puerto Padre, Las Tunas, el joven médico Iván de Prada fue ultimado con violencia para arrebatarle su motocicleta, un bien cada vez más codiciado por su valor en el mercado informal; y en Santiago de Cuba, el profesional de la salud Jorge Luis Bringuez Torres, quien trabajaba en el Policlínico Carlos J. Finlay, fue hallado sin vida en su domicilio, con heridas de arma blanca.

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Todos estos casos muestran una constante: el respeto por la vida y la autoridad se ha erosionado profundamente, y la respuesta estatal ha sido tibia o inexistente.

Irrespeto de alumnos a maestros en Cuba

Existen además reportes en medios cubanos sobre incidentes en los que estudiantes agreden a profesores en las aulas, mientras compañeros graban y se ríen. Uno de los casos más notorios ocurrió en noviembre de 2018, cuando un video se volvió viral mostrando a un estudiante que, tras ser reprendido por dormir en clase, se negó a abandonar el aula y agredió físicamente a su maestro. El incidente fue grabado por otros alumnos, quienes, lejos de intervenir, se burlaron de la situación.

Otro caso similar se reportó en enero de 2019 en la provincia de Camagüey, donde una estudiante y su profesora protagonizaron una pelea física en plena calle. El video muestra cómo la alumna golpea a la docente mientras otros estudiantes observan y alientan la pelea sin intervenir.

Estos incidentes reflejan una preocupante tendencia de pérdida de respeto hacia la figura del maestro en algunas escuelas cubanas, generando las alarmas lógicas sobre la disciplina y el ambiente educativo en el país.

Según el régimen y sus adalides, los niños y jóvenes en Cuba son felices y luchan al lado de su Revolución por conquistar sus sueños

Mientras estos hechos ocurren, el régimen cubano insiste en proyectar una imagen de felicidad juvenil. En abril de 2024, enviaron a la presentadora Gabriela Fernández a una gira por España, donde afirmó que los jóvenes cubanos “no necesitan sueños ajenos” y que desafían a Trump bailando y estudiando.

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En el desfile del 1ro de Mayo de ese mismo año, una conga que tal parecía dirigida por el influencer oficialista conocido como “El Necio”, fue presentada como prueba de la “alegría indestructible del pueblo”. En el video, este personaje aparece bailando eufóricamente y gritando: “¡Esta felicidad no nos la quita nadie!”.

Pero la realidad en las calles desmiente esa narrativa. La pobreza infantil en Cuba ha alcanzado niveles que muchos consideran peores que los del Período Especial de los años 90. Organizaciones independientes han reportado que 1 de cada 3 niños en zonas rurales carece de acceso regular a alimentos básicos, ropa o útiles escolares. Las meriendas escolares han desaparecido, los uniformes se intercambian entre hermanos y la leche (y el pan) solo la reciben —a veces— los menores de siete años.

Los paralelos con la crisis de los 90 son cada vez más evidentes. En aquella época, no era raro ver a niños mendigando en las calles, “luchando” por monedas o caramelos. En algunos casos, sus propios padres los enviaban a buscar dinero en la calle. Y en los destinos turísticos, niñas adolescentes menores de 18 años, algunas hasta con algunos años menos, eran prostituidas a turistas extranjeros bajo la mirada cómplice del Estado y de la PNR, que hacía la vista gorda para no comprometer el ingreso en divisas, si eran sobornados correspondientemente.

Hoy, aunque el país se digitalizó, el trasfondo no ha cambiado. Muchos adolescentes pasan horas conectados al celular —cuando pueden pagarlo— y en algunos barrios marginales, la violencia se ha normalizado como parte del día a día. Los reportes de peleas en escuelas, acoso escolar severo y consumo de drogas sintéticas como el llamado «químico», circulan en redes sociales, pero apenas son reconocidos por las autoridades.

En este contexto, la muerte del profesor Adalvi Sosa no solo es una tragedia individual: es el síntoma de una enfermedad estructural. Un país donde el futuro le clava un cuchillo al pasado. Donde la escuela dejó de ser refugio y se convirtió en terreno de riesgo. Donde ser maestro, médico o simplemente adulto, ya no implica respeto, sino vulnerabilidad.

Y mientras tanto, el aparato oficial sigue fabricando una Cuba imaginaria: sonriente, bailadora, invencible… pero ajena a la que sangra en silencio cada día. La pregunta ya no es si la sociedad cubana se está descomponiendo, sino si queda algo aún por salvar.

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