La reciente decisión de Joe Biden de retirar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo, a cambio de la liberación de 533 presos políticos, trae ecos de un pasado diplomático complicado.
En un artículo publicado en el año 2020, escrito por Andrés Oppenheimer, 2015, este alude a declaraciones que le dio a él personalmente el entonces secretario de Estado, John Kerry, en las cuales reseñaba que La Habana no correspondió a la buena voluntad de Washington, dejando una amarga sensación de traición que aún resuena en el debate político actual.
En aquel momento, el gobierno de Obama relajó restricciones económicas y diplomáticas con la esperanza de que el régimen cubano diera pasos hacia una mayor apertura democrática y respeto a los derechos humanos. Sin embargo, según expresó Kerry en sus declaraciones, el régimen no cumplió con las expectativas. En lugar de mejorar las libertades individuales y políticas, La Habana intensificó la represión contra disidentes y activistas, demostrando que su compromiso con el cambio era meramente simbólico.
«Es justo decir que todo el mundo comparte un poco de decepción por la dirección que el gobierno de Cuba decidió tomar» después de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, dijo Kerry. Y añadió que “Cuba pareció endurecerse después de que se dieron los pasos iniciales”.
Ese episodio se convirtió en un punto de inflexión para los críticos de la política de acercamiento hacia Cuba. Organizaciones de derechos humanos y voces opositoras en la isla denunciaron que las concesiones de Estados Unidos fortalecieron al régimen sin producir mejoras concretas para el pueblo cubano. Este precedente levanta alarmas sobre la actual negociación entre Biden y el régimen cubano.
Ahora, Joe Biden apuesta nuevamente por una política de concesiones, en este caso, eliminando la etiqueta de patrocinador del terrorismo a cambio de la liberación «gradual» de 533 presos políticos. Sin embargo, la experiencia pasada nos dice que La Habana es hábil en pedir, exigir, prometer, pero no cumplir.
La experiencia de Obama: concesiones unilaterales y traición
Diez años después de que Barack Obama reabriera las relaciones diplomáticas con Cuba, los ecos de aquella política resuenan mientras se debate el reciente acuerdo de Joe Biden con La Habana, que incluye la retirada de la isla de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Sin embargo, los críticos de esta estrategia, como John Suarez, han recordado el impacto negativo de la política de Obama y las lecciones que deberían aprenderse antes de repetir errores pasados.
El restablecimiento de relaciones diplomáticas en 2014 estuvo marcado por concesiones unilaterales por parte de Estados Unidos. Washington eliminó a Cuba de la lista de patrocinadores del terrorismo, facilitó intercambios educativos y flexibilizó el turismo, lo que benefició al conglomerado militar cubano GAESA. Sin embargo, La Habana respondió con un aumento de la represión, ataques a disidentes y la politización de la migración, como evidenciaron las caravanas de cubanos hacia Estados Unidos en Centroamérica.
Biden y el regreso a la negociación: ¿repetir errores?
El contexto actual muestra paralelismos inquietantes. A solo días de dejar la Casa Blanca, Biden negoció con La Habana la liberación de 533 presos políticos a cambio de nuevas concesiones. Similar proceder tuvo su maestro Obama, cuando a días de pararse para siempre de la silla oval, eliminó la famosa «Ley» de Pies Secos, Pies Mojados.
Aunque estas acciones son presentadas como medidas para “apoyar al pueblo cubano,” si nos miramos en el espejo del pasado podemos concluir que la política de Obama no solo fortaleció económicamente al régimen cubano, sino que también ignoró los riesgos para la seguridad nacional de Estados Unidos.
No hay motivos reales por los que Biden pudo haberle hecho este regalo a La Habana. El apoyo de Cuba a Rusia en la invasión a Ucrania, su complicidad con el régimen de Nicolás Maduro y sus estrechos lazos con China – país que ha instalado en Cuba bases de espionaje – y otros países autoritarios, subrayan el peligro de «financiar indirectamente» – con medidas como estas – una dictadura que exporta represión y desestabilización.
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