Este 11 de julio, cuando se cumplían tres años de las históricas protestas del 11J en Cuba, la agencia Associated Press (AP) sorprendió a muchos con un reportaje costumbrista sobre… manicuristas. Sí, leyeron bien: uñas acrílicas, diseños personalizados, precios de esmaltes y un “emprendimiento femenino” reluciente, justo en la Cuba de los apagones, la represión y el hambre, en una fecha en que se commemoraban cuatro años de la fecha en que los cubanos, por primera vez después de 1959 se lanzaban masivamente a las calles en señal de protesta. La autora del texto, como no podía ser otra, fue Andrea Rodríguez, veterana corresponsal en La Habana.
Del «aplatanamiento» de Andrea en la isla, ya se ha escrito. También se ha escrito ya sobre el trabajo que hacen los corresponsales extranjeros en Cuba; y esta vez, como era lógico, la reacción no se hizo esperar. Desde periodistas independientes hasta activistas y ciudadanos a pie acusaron a AP de prestarse —una vez más— al juego de distracción mediática que tanto agradece el régimen cubano en fechas sensibles.
«Indignante realmente,» lo calificó la activista Salomé García Bacallao.
Para el periodista Wilfredo Cancio Isla, la coincidencia “en tiempo y forma” de estos artículos con fechas incómodas para el poder no es accidental.
“Los medios acreditados en Cuba suelen dispararnos esta narrativa de normalidad en ciertos aniversarios conflictivos”, escribió en su cuenta de Facebook. Y el 11J no es cualquier fecha: es sinónimo de cárcel, represión y resistencia ciudadana.
Cancio no fue el único en disparar. La activista Yania Suárez remarcó que la culpa no es solo de la corresponsal, “sino de quien lo acepta y publica”. Por su parte, el periodista y crítico de cine, Dean Luis Reyes, propuso, sarcásticamente, que a Andrea le hace falta el machete de Máximo Gómez, aunque en el Comité Central seguro ya tienen para ella reservada “la carabina de Ambrosio”.
“Sin uñas de acrílico no hay paraíso”, expresó por su parte la escritora y Premio David de Poesía, Nuvia Estévez.
La burla, como bien lo definió la periodista Annarella Grimal, no es la primera vez que ocurre, y no es la primera vez que Andrea Rodríguez es blanco de críticas por maquillar la realidad cubana. Un comportamiento adquirido que, tal vez, pudiera haber nacido desde aquella «crítica subliminal» que le lanzara el Canciller cubano Bruno Rodríguez en el año 2016, y que según algunos, pudo haber provocado un halón de orejas o corrección de comportamiento posterior. Otros no creen igual y consideran que «el ñao» de los corresponsales extranjeros comenzó el día que les dieron a los de AFP una tángana en el Parque Central.
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Otros consideran que empezó desde antes, desde el día en que el fotografo Ernesto Matrascusa fue pinchado con una aguja por un miembro de la Seguridad del Estado durante la cobertura de la visita de Rihanna a Cuba; fechas en las que también un corresponsal de NBC News fue empujado por otro agente.
Ambos hechos escalaron hasta julio de 2021, cuando el fotógrafo de AFP, Ramón Espinosa, fue golpeado brutalmente mientras cubría las protestas del 11J.
En agosto de 2021 un artículo del corresponsal del diario El País en La Habana, Mauricio Vicent despertó airadas críticas entre la oposición cubana. El texto estaba escrito en un lenguaje muy similar al que podría usar cualquiera de los redactores del diario oficialista y órgano del Partido Comunista de Cuba, Granma, y provocó que la oposición cubana le enviara una carta al medio español quejándose acerca de lo escrito por Vicent, quien moriría dos años después.
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La ceguera de Andrea
En 2022, según revelamos acá, la corresponsal de AP aseguró que no había experimentado apagones en La Habana. Aplatanamiento, ceguera selectiva o complicidad, lo cierto es que Andrea lleva años navegando la línea entre el periodismo y la propaganda en la isla.
Un escándalo del que no escapó tampoco la agencia EFE.
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Y mientras Andrea habla de uñas, el régimen encarcela a quienes en 2021 alzaron la voz. Pero lo peor es que no está sola. La crítica a la prensa extranjera acreditada en Cuba viene de largo. Nombres como Patrick Oppmann (CNN), Lorena Cantó (EFE) o Katell Abiven (AFP) también han sido señalados por periodistas y tuiteros como Norges Rodríguez, quien no dudó en decir que si van a hacer propaganda y mirar “a otro lado” para conservar su oficina en La Habana, mejor que se larguen.
“Para eso ya están Granma y Cubadebate”, sentenció.
La gota que colmó el vaso, ahora, según muchos, fue la elección de la fecha: 11 de julio. Publicar una pieza sobre el arte de las uñas ese día no es solo frívolo, es una bofetada a las madres que hoy lloran hijos presos, a los activistas golpeados, a los artistas silenciados. Como apuntó la activista Saily González, “no hay dueño de negocio en Cuba que no viva bajo coacción e interrogatorios constantes”.
Y es que el artículo de AP ni siquiera menciona los obstáculos reales del emprendimiento en Cuba. No se habla de la persecución a cuentapropistas, de los decomisos arbitrarios ni de las restricciones absurdas que impone el Estado. Se promociona, en cambio, una Cuba que no existe para la mayoría: una Cuba de glitter, acrílico y esmalte de gel.
Las críticas también recuerdan otros episodios oscuros: desde el operativo para mantener a la prensa extranjera alejada de la casa de Yunior García Aguilera en noviembre de 2021, hasta la golpiza a Ramón Espinosa, fotógrafo de AP, en julio de ese mismo año. Y sin embargo, muchos corresponsales callan o miran para otro lado. ¿Compromiso ético o compromiso con el alquiler y la credencial?
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Andrea Rodríguez no está sola en su “resplandeciente” misión. El propio director del Centro de Prensa Internacional, el teniente coronel del MININT Alberto González Casals, dijo una vez que los periodistas extranjeros trabajan en un entorno de “felicidad”. Claro, una felicidad vigilada, con micrófonos en casa y vigilancia permanente, como reveló una fuente del propio CPI. Pero si siguen publicando reportajes como el de Andrea, quizás hasta les den un diploma por buena conducta.
En definitiva, la prensa extranjera en Cuba parece caminar sobre una cuerda floja. Pero cuando eligen maquillarse las uñas mientras el país arde, ya no se trata de equilibrio: se trata de complicidad. O al menos eso le parece a millones de cubanos.
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