Cuba enfrenta una crisis energética sin precedentes, con apagones diarios que sumergen a la isla en la oscuridad y desesperación.
La situación, lejos de ser una novedad, es el resultado de décadas de negligencia en el mantenimiento y modernización de la infraestructura eléctrica. Este viernes, la Unión Eléctrica (UNE) admitió un déficit de generación de 903 MW, un tercio de su capacidad, exacerbado por la parada de importantes termoeléctricas y la falta de combustible.
La Habana, que hasta ahora había sido menos afectada, experimenta cortes de más de cuatro horas diarias, mientras que en Holguín se programan apagones de hasta 15 horas.
Esta realidad pone de manifiesto la severidad de la crisis que afecta no solo la vida cotidiana de los ciudadanos, sino también el funcionamiento de servicios esenciales y el tejido económico de la región.
El diagnóstico es claro: Cuba necesita una inversión de 10.000 millones de dólares y entre seis a 10 años para reconstruir su capacidad de generación termoeléctrica y poner fin a los apagones. Sin embargo, el país carece de los recursos financieros para realizar estas inversiones críticas. La meta de alcanzar el 37% de energías renovables en la matriz energética para 2030 parece una fantasía lejana, con apenas un 5.26% de la capacidad instalada correspondiente a energía renovable actualmente.
El modelo económico estatista y totalitario de Cuba no atrae la inversión extranjera necesaria para modernizar las plantas de energía. Además, la falta de credibilidad del gobierno cubano, conocido por no honrar sus deudas, cierra las puertas a líneas de crédito internacionales. La solución propuesta por expertos implica una profunda reforma estructural que libere las fuerzas productivas del país, bajo un marco jurídico que garantice, proteja y estimule el desarrollo productivo basado en la propiedad privada.
Mientras tanto, los cubanos están condenados a vivir en eternos apagones, una situación que intensifica las críticas hacia el gobierno y aumenta la desesperación entre la población.
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