La noticia del robo en la vivienda de Yirmara Torres Hernández, expresidenta de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) en Matanzas, ha sido un golpe más al ya desgastado mito de la seguridad ciudadana en la isla.
El suceso, que ocurrió el pasado 21 de noviembre, fue denunciado por la propia periodista en su perfil de Facebook, en un post que combinaba miedo, indignación y una sutil crítica a la inacción policial. “Nos están robando el sueño”, escribió Torres, dando pie a un debate sobre la creciente inseguridad que asola Cuba.
Con un tono que oscilaba entre la resignación y el reproche, Torres relató cómo los ladrones forzaron las persianas de metal de su vivienda, rompieron el candado de la reja del portal y accedieron mientras su hijo dormía solo.
Lo más alarmante no fue solo la lista de objetos sustraídos —desde electrodomésticos hasta pertenencias personales con valor sentimental—, sino el riesgo latente.
«¿Y si César [su hijo] se hubiera despertado? Mejor ni pensarlo”, confesó la periodista. En su denuncia, publicada por Cubanet Noticias, señaló que los delincuentes entraron al cuarto de su hijo y tomaron desde zapatillas hasta un disco duro, dejando tras de sí un aire de vulnerabilidad que ahora pesa más que las noches sin electricidad.
La descripción del asalto deja claro que no se trató de un robo improvisado, sino de un acto bien calculado que aprovechó la penumbra de un apagón.
Como era de… ¿esperarse?, Torres cuestionó la efectividad de las autoridades: “La Policía hace poco, muy poco”, afirmó. Una frase que, si bien parece un reproche individual, resume un sentimiento compartido desde hace mucho tiempo por miles de cubanos que viven bajo el asedio de la delincuencia en un país donde el Estado ha perdido el control hasta en los rincones más básicos de la cotidianidad, pero al que ella no se hizo eco nunca mientras dirigía las riendas del periodismo en la llamada Atenas de Cuba.
El caso de Torres no es aislado. Según estadísticas reveladas en un reportaje de la revista Bohemia —que apenas sobrevivió unas horas en la portada digital antes de ser “archivado”—, más del 90% de los cubanos considera que la criminalidad ha aumentado en los últimos años. Además, casi la mitad de la población asegura haber sido víctima directa de un delito o conocer a alguien que lo haya sido.
Las cifras son un espejo del deterioro generalizado de la vida en la isla, donde la falta de recursos y la desconfianza hacia las autoridades forman un caldo de cultivo para el auge de la delincuencia.
En el caso de Matanzas, la ciudad cultural que solía ser conocida por su riqueza histórica y sus paisajes, se ha convertido ahora en un terreno fértil para bandas delictivas que operan con aparente impunidad. Torres fue clara al respecto: “Si no hacen algo rápido, vamos a perder definitivamente una de las pocas conquistas que nos quedaban: la tranquilidad ciudadana”.
Todavía queda por averiguar a qué tranquilidad ciudadana se refiere ella cuando, más del 90% de los hogares cubanos – incluido el suyo – viven en una intranquilidad perenne por la falta de alimentos, medicinas y servicios básicos. Si alguien puede vivir tranquilo en medio de apagones, falta de agua, ausencia de un medicamento para controlar la presión, sin poder sacar dinero del banco y forrajeando por la calle durante horas la comida, para ver cómo después la cocina… que me lo diga, y de paso le abra las entendederas a la semper fidelis Yirmara.
El robo sufrido por la expresidenta de la UPEC en Matanzas: otro panorama sombrío más para el periodismo en Cuba.
Mientras la Unión de Periodistas de Cuba, UPEC celebraba su III Pleno en La Habana, lamentando la escasez de estudiantes y redacciones vacías, una de sus exlíderes enfrentaba la inseguridad desde el propio seno de su hogar.
En el pleno, recogido por 14ymedio, se debatieron las razones del éxodo de jóvenes periodistas, el impacto del servicio militar obligatorio y la crisis de recursos en los medios estatales. Sin embargo, poco o nada se mencionó sobre cómo cubrir temas sensibles como la delincuencia, un fenómeno que afecta tanto a ciudadanos comunes como a figuras públicas.
Incluso, pudiera cualquiera de ellos preguntarse cómo puede, desde la trinchera periodística defender un sistema que está demostrado le falla a sus ciudadanos. Un colega de Yirmara dice vía chat: «Probablemente si aun fuera presidenta de la UPEC ya hubiesen encontrado los ladrones, pero como ya no es nadie, ni caso le hacen. Va a tener que empezar a mover contactos; y algunos están molestos con ella porque se bajó del barco».
Yirmara, que renunció a su puesto a inicios del año 2023, y lo hizo con una emotiva despedida en Facebook, lo dejó claro en su denuncia de ahora: “El pueblo necesita saber… no se trata de causar pánico, pero la gente solo podrá prepararse mejor si nuestros medios les alertan”.
Sin embargo, el papel de los medios oficiales ha sido, en el mejor de los casos, reactivo. Mientras los “medios alternativos” ofrecen testimonios y datos sobre la creciente inseguridad, los canales estatales – entre los cuales, algunos, ella dirigía – permanecen en silencio o limitan su cobertura a eventos que no comprometan la narrativa oficial.
La inseguridad como síntoma del colapso en la isla
En un contexto donde las guaguas, parques y calles solitarias se han convertido en escenarios de robos y agresiones, los cubanos han adoptado medidas extremas para protegerse. Desde reforzar puertas y ventanas hasta mantener guardias vecinales improvisadas, la vida cotidiana en Cuba se asemeja cada vez más a un estado de sitio. Según 14ymedio, casi la mitad de los entrevistados en una encuesta admitieron haber cambiado completamente sus rutinas para mantenerse a salvo.
El testimonio de Torres no solo denuncia un acto puntual de delincuencia, sino que apunta a una realidad más profunda: el fracaso del modelo de seguridad pública en un país que solía enorgullecerse de su bajo índice de criminalidad. “Robos siempre ha habido… y ladrones… Pero ya sabemos que en las crisis se exacerban estos fenómenos”, reflexionó Torres.
Para Yirmara Torres y su familia, el robo dejó una cicatriz que va más allá de lo material. “Necesito que me devuelvan el sueño”, declaró la periodista. Pero en un país donde las noches están marcadas por apagones y la incertidumbre, recuperar la tranquilidad parece una tarea titánica; y la labor periodística investigativa, que a veces resuelve no pocos casos en el mundo normal del periodismo, en Cuba brilla por su ausencia.
Recordemos qué le sucedió al periodista matancero Arnaldo Mirabal – colega de Yirmara – cuando investigaba el robo de unos bancos de mármol en la ciudad. Primero descubrió un desfalco de dinero y cuando fue a preguntarle a la gobernadora, responsable de la compra de los carísimos bancos, se encontró un banco en el patio de su casa. Ahí mismo se detuvo la investigación sobre el robo; a Arnaldo le echaron encima los perros de la Seguridad del Estado. Estos le provocaron una descompensación a su madre que terminó hospitalizada, y Arnaldo volvió meses después al periodismo, más revolucionario y fidelista que nunca.
En un giro irónico del destino, la propia UPEC, que alguna vez fue un bastión de la propaganda oficial, ahora se enfrenta al dilema de cómo abordar una verdad incómoda: el periodismo oficial, al igual que el resto de la sociedad cubana, se encuentra en una encrucijada sin fácil salida.
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