En uno de los mejores partidos internacionales de béisbol en los últimos años, Japón derrotó 3-2 a Estados Unidos y conquistó su tercera corona en cinco Clásicos Mundiales, con protagonismo para ese fenómeno que es Shohei Ohtani: los cubanos celebraron la victoria como si fuera propia, no tanto por algún rencor contra la novena estadounidense, como por la fascinación que despierta el estelar slugger y lanzador nipón.
“Mi chamaco se va a llamar Othani Redonet Frade”, proclamó en su muro de Facebook el programador Ernesto Redonet, medio en broma, rendido ante el desempeño de quien el propio manager norteamericano definió como “un unicornio” del béisbol, un jugador con una integralidad solo vista antes en Babe Ruth, a inicios del siglo XX, y también en el malogrado jugador cubano José Fernández, a quien solo la muerte pudo detener.
Ohtani no solo estuvo imponente al bate, al punto que los pitchers rivales preferían bolearlo, si no que le dieron la bola para cerrar en el noveno, lanzó varios envíos a 100 millas por hora, y selló el triunfo ponchando nada menos que a su compañero en los Angels de Anahein y, para muchos, el bateador más poderoso de las Grandes Ligas en los últimos años, Mike Trout.
“Parte baja del noveno, juego 3×2, 2 outs en la pizarra, frente a frente los dos mejores peloteros del mundo… Este es el tipo de cosas que nos ponen en una película y decimos ‘qué paquete, están apretando’… Así de dichosos fuimos anoche. No era una película, no era un sueño, no era una leyenda”, comentó un forista con el seudónimo de Frodo en un portal oficialista.
A su vez, los cubanos prodigaron al pobre Ohtani con elogios que, a los oídos de cualquier otro hispanohablante, habría sonado a ofensa: “monstruo, salvaje, caballo, fenómeno”. Con esa cruz latinoamericana de necesitar un caudillo, lo pusieron como si él y solo él hubiera ganado la corona del Clásico, cuando en realidad, una vez más, Japón demostró que juega un béisbol de otra galaxia.
Algunas de sus estrellas no necesitan siquiera ir a las Mayores para demostrar que son “bigleaguers”, como el slugger Munetaka Murakami, Triple Corona en las Grandes Ligas niponas, quien despachó un contundente cuadrangular para empatar el partido, tras el bambinazo inicial del impresionante Trae Turner, el noveno bate que masacró a Cuba par de noches atrás.
Así cerró un torneo que, para muchos, fue el mejor en la joven historia de los Clásicos, y en la que Cuba acabó, un poco por suerte, otro poco por talento propio, entre los cuatro mejores del mundo. Entre eso, y ver en acción a lo mejor de lo mejor, quizás haya esperanza para la pelota cubana, que cada vez parece importar menos.