Historias de Cuba: Juana la cubana, entre la herencia, el embuste y la magia

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Juana la cubana es uno de los personajes más icónicos de la Plaza de la Catedral de La Habana. Entre los tantos que pululan por sus alrededores, esta santera ha logrado ganarse un lugar con su mesa para consultar a todo aquel que quiera tirarse las cartas en ese emblemático sitio.

Su rostro ha sido fotografiado por cuanto visitante ha pasado por su lado y su imagen figura en varias revistas como símbolo de esa Cuba idealizada en parte del mundo. Juana es, sin dudas, parte esencial del turismo cubano y seguramente uno de sus atractivos más fieles en esa zona habanera.

Aunque no podríamos asegurar si aún se le ve en la esquina de San Ignacio y Empedrado, al pie del restaurante El Patio donde solía ubicar su mesa para consultar a los caminantes, su imagen continúa en la mente de quienes la vieron con su tabaco y sus llamativas flores rojas sobre la cabeza.

Juana Ríos Ríos hace mucho tiempo que perdió ese nombre para convertirse en Juana la cubana o la Cartomántica de la Catedral. Según publicó en algún momento un medio de la isla, Juana era la hija más pequeña de Goyo Ríos, el Hombre Orquesta de la provincia de Pinar del Río, y hermana del conocido tresero Aldo del Río.

Su vida en “el arte” comenzó tocando las maracas y cantando en el grupo callejero de su padre hasta que en la adolescencia se hizo despalilladora en una empresa tabacalera en su natal Pinar. Luego fue la primera cocinera del estadio de béisbol Capitán San Luis, a la vez que enseñaba a bailar a los niños y en época de carnavales salía con varias carrozas y comparsas infantiles con “una mística y una sandunga incomparables”.

Siempre con una amplia sonrisa y un encanto natural, Juana se casó en el poblado de Vueltabajo con un obrero de la Termoeléctrica del Mariel junto al que tuvo cuatro hijos antes de divorciarse, a quienes les inculcó su “gracia”.

En una entrevista una vez dijo que su padre le aseguró que ella era muy especial y que dormida aprendió a tirar las cartas y a comunicarse con una muñeca de su abuela que se plantaba frente a su cama hasta que una noche le dijo su nombre: Rufina. Ese fue el augurio que la impulsó a seguir por el camino de la adivinación y la religión yoruba.

También ha contado que tuvo un sueño donde un señor religioso iba a buscarla a Pinar del Río y le aseguraba que se necesitaban mutuamente. Después decidió irse a La Habana, a finales de los años 70’ y ya en la capital se casó con un babalawo, hijo de Shangó.

Fue en la década de los 90’ cuando se enteró que en La Habana Vieja se estaba viviendo un período de rehabilitación que contribuiría con los años a atraer al turismo hacia esa zona histórica. Juana no lo dudó, y con un ramo de girasoles corrió a darle las tres vueltas a La Ceiba de El Templete para cumplir su deseo de compartir su “gracia” con el mundo.

Varios textos han reflejado que los inicios no fueron fáciles para Juana porque la policía la alejaba de esa zona turística, hasta que varias personas conocedoras de las tradiciones y de su herencia familiar informaron a Eusebio Leal sobre los valores culturales y religiosos de Juana. Desde ese momento pasa de ser una rechazada a convertirse en cartomántica oficial, gracias a una licencia otorgada por el fallecido Historiador de la Ciudad.

Así se afianza su lugar en las calles habaneras, toma posesión de su esquina y se pavonea de punta en blanco, turbante y su exótico moño de flores de marpacífico a juego con su barroca joyería. También planta su mesa, de rojo, azul y blanco, como la bandera cubana y como los orishas que la acompañan: Shangó, Yemayá y Obatalá.

Con todos sus artilugios atrae a los turistas y a uno que otro cubano. Con el humo de su tabaco y una copa en alto comenzaba la magia en nombre de “Santa Bárbara bendita”. Siempre ha dicho que adora a sus nietos, a los que les improvisaba boleros y canciones cubanas. De su padre también se acordaba cada día porque es su guía, un ángel que la acompaña en cada una de sus ceremonias.

Juana la cubana es la estampa habanera por excelencia, un ejemplar de esa herencia africana que no muere. Juana es también la mezcla de los ancestros y la picaresca que nos legaron en la isla. Habrá quien crea que sus ritos son embustes y habrá quien escuche sin reproches sus predicciones. Pero lo que es innegable es que su excentricismo y maña engalanaron por mucho tiempo uno de los espacios más visitados de la ciudad.

La Habana necesita hoy más que nunca de esa magia, esos rezos y muchos “ebbó”. A la historia de Juana la cubana le faltan muchas páginas por escribir. A Cuba le quedan muchas predicciones que hasta hoy nadie ha podido hacer.

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