Usando la ironía como escudo ante la censura, al menos tres periodistas desde Matanzas, exponen la realidad de un país donde, tener leña para cocinar, es todo un lujo.
En Cuba, donde la crítica suele venir de voces independientes, algo inusual está ocurriendo en Matanzas: algunos periodistas del sistema, figuras que hasta hace poco formaban parte del engranaje propagandístico, o aún pertenecen a él, están comenzando a usar sus redes sociales para mostrar, con crudeza e ironía, el derrumbe del país. No rompen del todo con el régimen, pues todos condenan «el bloqueo» y «la asfixia financiera por parte de los EE.UU.», pero lo esquivan con bisturí emocional, narrando desde la ruina personal. Como si hablar desde el cansancio fuera menos peligroso que hacerlo desde la indignación.
El más reciente ejemplo es el periodista Guillermo Carmona Rodríguez, editor del Periódico Girón, quien publicó en su muro de Facebook un texto demoledor titulado «Artículo de lujo», donde cada párrafo es un lamento contenido.
Inspirado en un poema de Hugo Hodelín, Carmona no alude directamente al gobierno, pero describe una Cuba donde tomarse un vaso de agua fría, dormir ocho horas o comerse un bistec son lujos inalcanzables. Habla de comidas tibias, cuerpos cansados y un país donde todo —hasta amar sin sentir culpa por lo que no puedes ofrecer— se ha vuelto un acto excepcional.

Lo que más llama la atención es el tono: una mezcla de poesía desesperada y crónica de guerra íntima. Carmona no lanza acusaciones, pero tampoco las necesita. Su metáfora final —“demasiados artículos de lujo y en los bolsillos solo traigo la pelusilla del pitusa”— condensa el nivel de precariedad sin necesidad de editorializar.
A su manera, también se sumó en días pasados el fotógrafo Raúl Navarro González, del mismo medio. Sus imágenes de matanceros cargando cubos de agua y peleando por una pipa estatal hablaron por sí solas. En un país donde la estética oficial ha sido siempre la postal heroica, las fotos de Navarro son todo lo contrario: crudeza documental, sed, abandono.
tal vez quieras leer: Crisis con el agua en Matanzas: «Un poco más y estamos en Gaza, pero sin bombas»
Al igual que con el post de Guillermo, las fotos de Navarro fueron compartidas en su perfil de Facebook por Yirmara Torres Hernández, expresidenta de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) en Matanzas, probablemente la más consistente de todos en este estilo de catarsis pública.
Sus publicaciones en Facebook han oscilado entre el sarcasmo, la denuncia y el testimonio personal. Desde narrar cómo se le echó a perder la comida por apagones de más de 30 horas, hasta advertir que no autoriza la reproducción de sus posts porque decir la verdad “también es malo y deshonesto”. A pesar de esas advertencias, sus textos circulan como pólvora en las redes.
Torres ha contado que su hijo ha tenido que comer de lo que se pudo salvar del refrigerador, que ella misma fue víctima de un robo mientras el niño dormía solo, y que los cuerpos que ahora ve por las calles le recuerdan los tiempos del beri-beri y la desnutrición del Período Especial. Es, sin lugar a dudas, una periodista del sistema que se ha convertido en cronista de su propio hartazgo.
Lo notable en estos tres casos es que ninguno está pidiendo la caída del régimen ni se asume como opositor, pero todos coinciden en algo: ya no pueden callar la fractura. La coincidencia es que todos proceden del mismo medio y de la misma provincia.
Todos, usan la ironía, el testimonio, el arte, la fotografía o la poesía para retratar lo que el noticiero no dice. Sus muros personales se han convertido en trincheras de autenticidad, en un país donde fingir cuesta menos que hablar claro.
La gran pregunta es hasta dónde podrán llegar. Porque en Cuba, la crítica es tolerada solo si es útil al sistema. Y aunque Carmona, Navarro y Torres no rompen el molde, lo estiran peligrosamente. A cada palabra, a cada foto, el límite entre el desahogo personal y la acusación política se vuelve más borroso. Por hacer eso mismo, a un activista le piden diez años de cárcel en Granma.
Por ahora, la incomodidad que provocan no viene del exilio, sino de dentro y sin paga. Nadie puede acusarlos de ser «mercenarios al servicio del imperio». Y quizás eso duela más.