Una mujer cubana de 33 años, identificada como Gretel Matos, fue brutalmente asesinada en el municipio de Niquero, provincia de Granma, tras recibir tres puñaladas en plena vía pública por parte de su expareja, Didier Almagro, quien se dio a la fuga tras cometer el crimen. La víctima era madre de dos hijos, uno de ellos con su agresor.
El ataque ocurrió a plena luz del día, cerca de la plaza principal del pueblo, mientras Gretel caminaba acompañada de su actual pareja. Según testigos citados por el medio independiente La Hora de Cuba, el asesino llevaba tiempo amenazándola con quitarle la vida tras el fracaso de varios intentos de reconciliación. Ella, firme en su decisión de seguir adelante, se negó a retomar la relación. La respuesta de él fue el asesinato.
Hasta el sábado en la mañana, las autoridades cubanas no habían emitido ningún comunicado oficial sobre la captura de Almagro. No obstante, en redes sociales comenzaron a circular imágenes de un hombre ahorcado que, según algunos usuarios, sería el agresor. La información no ha sido confirmada oficialmente.
El caso de Gretel no es una excepción. Es parte de un patrón repetido y sangriento que ya parece formar parte del paisaje cotidiano en Cuba. Según datos recopilados por los observatorios independientes Alas Tensas y YoSíTeCreo en Cuba, hasta el cierre de mayo ya se contabilizaban al menos 15 feminicidios en el país durante 2025. Y aún no ha terminado junio.
Gretel, como tantas otras antes, fue asesinada tras haber recibido amenazas directas de su agresor. Y como en tantos otros casos, nadie intervino a tiempo. No hubo protección, ni medidas cautelares, ni seguimiento institucional. Solo amenazas que terminaron cumpliéndose, y una familia rota.
Las redes sociales, única tribuna que tienen los cubanos para denunciar, se inundaron de dolor, impotencia y rabia. Comentarios como “hasta cuándo van a seguir matando mujeres”, “esto no parece tener fin” o “las autoridades están esperando que todas mueran”, se repiten con desesperación. Otros, como una usuaria identificada como Zonia Carmenates, exigen que se apliquen penas más severas como las del gobierno de Nayib Bukele en El Salvador.
Mientras tanto, los agresores siguen sintiéndose impunes. Porque saben que el aparato institucional en Cuba —ya de por sí colapsado en lo económico y social— hace poco o nada para proteger a las mujeres. Las leyes están llenas de vacíos, las denuncias se minimizan, y el feminicidio en Cuba continúa siendo un crimen casi siempre previsible… y casi nunca prevenido.
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