Una conversación pública reciente en Cuba sobre la situación energética ha desembocado en un consenso áspero: la culpa, “no es el ministro, es el sistema”.
La ola de reacciones se desató tras un texto que de manera equivocada señalaba a Vicente de la O Levy, el Ministro cubano de Energía y Minas, como principal responsable del colapso energético; y terminó apuntando más arriba, al entramado de decisiones, opacidad y parches que han llevado a la isla a normalizar los apagones de 12 y 18 horas según el territorio.
La promesa de los parques solares —treinta y dos nuevos, con una entrega que apenas roza los 2,745 MWh— luce minúscula frente a déficits diarios que se miden por miles de megavatios. La población sobrevive con estrategias de emergencia domésticas mientras la empresa eléctrica publica cronogramas que la realidad desmiente. Es un círculo vicioso: cada unidad que cae, cada avería, arrastra más combustible, más importaciones a crédito y más paciencia social gastada.
Ese pulso ciudadano, visible en redes, no exonera al titular de Energía y Minas, pero sí ensancha el foco: gestión deficiente, combustible que no llega y un Sistema Eléctrico Nacional que opera al límite sin mantenimiento ni reservas.
A fuerza de ser sinceros no hay nada más real que lo dicho: la culpa no es del Ministro. Las deficiencias y precariedades de las plantas generadoras de energía en Cuba son notorias desde hace años, al menos más de 20, con un ministro que «se atrevió a decírselo en su cara» a Fidel, y sugerirle que «no se metiera» en eso de los grupos electrógenos, porque eso era «pan para hoy y hambre para mañana». El entonces ministro, Marcos Portal, no fue el único. Más de uno le insistió a Fidel Castro para que apostase por la llamada energía limpia.
Al norte de Las Tunas y Holguín, existe una zona donde se asegura, baten «los vientos más fuertes del mundo» y desde la época del 80´a Fidel se le propuso una asociación con una empresa extranjera, para que instalase ahí un parque eólico. Las palabras del llamado «Comandante», fueron que él no hacía negocios con capitalistas. Si a ello Ud. le suma los mil y un derroches en que incurrió el país – y aún incurre – «ayudando» a otros, por decisión soberana de Castro, en lugar de emplearlos donde debía, ya Ud. tiene la respuesta de quién es el culpable.
Solo le pongo un ejemplo: a pesar de que la URSS ya venía «en picada» y desde una fecha tan «temprana» como 1985 a Fidel se le sugirió que no siguiera adelante con el plan de la electronuclear en Juraguá, pues sería un fracaso, ¿cuándo fue que se paralizaron las obras? Ahí se los dejo.
La prueba del descalabro es empírica, pero las realidades son tangibles. Renté volvió a salir del aire y, con ella, se encadenaron cortes en todo el oriente.
En paralelo, Miguel Díaz-Canel reivindicó “mirar a China” como vía de salida, una aspiración que suena a reforma económica en cámara lenta, pero Cuba no tiene los recursos del gigante asiático ni físicos ni humanos.
El «repertorio» de señales recientes no ayuda y sirven como remembranza de viejas peroratas. No hablemos de aquellas que Fidel dijo en algún momento de los años 60´, prometiéndole a los cubanos que Cuba sería – como mínimo – el país más desarrollado de América Latina. A cada rato, con Díaz-Canel al mando, salen titulares en el Granma que suenan a recicle del añejo «Ahora sí vamos por el camino correcto», con medidas que se toman aquí o acullá, luego de que algún dirigente visite algún que otro lugar de la geografía cubana, donde desde horas antes se sabía que venía, y movilizaron para agradar a sus ojos, cientos de sacos de viandas y hortalizas, y animales de muy diverso tipo para hacerles creer que, si ellos pudieron, otros pueden también. La excepcionalidad creyendo convertirla en norma.
Mientras crece el enojo por los apagones, el gobernante apareció ayer en Villa Clara posando con esponjas marinas destinadas a la exportación, instantánea que desató sarcasmos por la desconexión entre la agenda fotogénica y las urgencias básicas de la calle. Hoy es la esponja, pero en algún momento, décadas atrás, fue la zeolita. El contraste explica por qué el eslogan de las últimas horas no es un mero desahogo, sino un diagnóstico político: la crisis está desbordando el marketing.
La economía, por su parte, marca el compás de la precariedad. En el mercado informal, el dólar y el euro encadenan nuevos máximos y jornadas consecutivas de alzas. El dato de este jueves 23 de octubre confirmó el “subidón” de ambas divisas y consolidó una tendencia que, más que financiera, es social: salarios pulverizados, pensiones que no alcanzan y un precio del MLC que condiciona la vida cotidiana, desde la comida hasta los antibióticos. Nada de eso ocurre en el vacío: el tipo de cambio se alimenta del apagón productivo, del desabastecimiento crónico y de la credibilidad erosionada de la política económica.
La carestía también tiene agujeros por donde se fuga literalmente. El propio Ministerio del Interior admitió que el robo de combustible se concentra en instalaciones estatales: grupos electrógenos, depósitos de CUPET y bases de ómnibus. Es una fotografía incómoda que habla de corrupción, controles debilitados y una cadena logística porosa en el corazón del Estado, porque «todo el mundo tiene que vivir». Aun cuando se reporta la recuperación de cientos de miles de litros en operativos policiales, la magnitud del fenómeno sugiere que se trata de un sistema con pérdidas estructurales.
A esa fragilidad se suman incidentes que recuerdan lo inflamable del momento. Este miércoles, un incendio en la zona de Vía Blanca, en La Habana, generó una columna de humo negro cerca del hospital “La Dependiente”.
El cuadro se completa con la pugna por el relato. Ante el descontento creciente, una campaña oficial intentó contrarrestar la percepción de colapso sanitario con imágenes de hospitales limpios y funcionales. El problema es que el país no acaba de activar una alarma epidemiológica por fiebre y reporta aumentos de dengue y tuberculosis, mientras pacientes y personal de salud denuncian falta de insumos y apagones que afectan servicios. Entre el antes y el después de cada publicación, la realidad se impone: el deterioro no se barre con una foto.
En ese cruce de crisis —energética, económica y de servicios— el debate sobre nombres propios resulta insuficiente. Ni las esponjas de Villa Clara ni la promesa de “mirar a China” cambian un dato: el sistema generador opera agotado, la disciplina fiscal se resiente y las divisas que entran buscan refugio en la especulación de un mercado informal que fija el precio de la supervivencia. El reclamo ciudadano, traducido en ese “no es el ministro, es el sistema”, exige más que renuncias: pide transparencia, prioridades claras y un giro de política que deje de administrar escasez y empiece a producir certezas.





