Piden ayuda en las redes para gloria de la Cultura en Stgo de Cuba. ¿Dónde está la UNEAC y el MINCULT?

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En Santiago de Cuba, el nombre de Barthélemy debería ser sinónimo de respeto. Maestro de generaciones de actores, teatristas y titiriteros, formador silencioso y constante, figura querida en los círculos culturales de la ciudad. Pero no. En vez de homenaje, gratitud o amparo, lo que enfrenta hoy Barthélemy es lo contrario: abandono, olvido y vergüenza institucional.

La alerta no vino de la UNEAC. Tampoco del Ministerio de Cultura. Fue lanzada en redes sociales, como tantas veces ocurre en un país donde la gestión cultural oficial parece estar más preocupada por balances y desfiles que por la vida concreta de sus artistas.

El maestro Barthélemy vive en condiciones que provocan dolor. No hay fotos, pero sí descripciones que lo dicen todo: deterioro físico, pobreza, necesidades no cubiertas, indiferencia generalizada. Y lo más grave: silencio de quienes más cerca deberían estar. Y así lo denunció Yasmany Liens:

“Si las autoridades culturales de Santiago dejan desamparados a estos artistas que tanto han dado a nuestra provincia, nosotros no lo haremos. Todo el que pueda ayudar ahí están las coordenadas. NO voy a decir más nada porque realmente siento vergüenza”.

“Esto ya es demasiado”

El también actor y comunicador, fue aún más duro en su denuncia. En un extenso y desgarrador post de Facebook, calificó lo que ocurre como una traición:

“Esto ya es demasiado. Darle la espalda a las glorias del arte, a quien se le debe tanto, es injusto. El maestro Barthélemy padece del espaldarazo de su ciudad, a la que entregó tanto, muchas veces desde el anonimato”.

Liens no se quedó ahí. Describió con crudeza lo que llama “la mafia de la Cultura en Santiago de Cuba”, un sistema de reparto de recursos donde, según él, “importa más pertenecer al grupúsculo que toma ron en las oficinas y festeja sin motivo”, que trabajar por la dignidad del arte.

Según su relato, los presupuestos van a hoteles, piscinas, viajes y compras personales. “Pero nadie ve esto… ¿o sí lo ven y no dicen nada porque están dentro del juego?”, se preguntó.

El post no pasó desapercibido. Fue compartido, comentado y respaldado por decenas de personas, entre ellas alumnos del propio Barthélemy, artistas residentes en el extranjero y ciudadanos comunes que ven repetirse un patrón demasiado conocido: usar a los creadores mientras sirven, desecharlos cuando ya no son útiles.

“Como tantos otros”

Este no es un caso aislado. Como bien señaló la usuaria Siul Legna Ricardo en los comentarios:

“El sistema te usa mientras puedes dar algo. Después, te desecha. No es el primer caso. Grandes artistas e intelectuales han terminado así o peor”.

Y tiene razón. En redes, muchos recordaron casos como el del actor Héctor Noas denunciando el estado de abandono de colegas suyos. Otros citaron la historia reciente del poeta y narrador José Mario Rodríguez, fallecido en La Habana casi en la indigencia, pese a su importante legado literario. O el del cantante Lino Borges, que murió olvidado y enfermo, en una casa de cuidado sin recursos.

El silencio de la UNEAC y del Ministerio de Cultura sobre este caso es atronador. No hay pronunciamientos, ni comunicados, ni intenciones visibles de ayuda o acompañamiento. Tampoco se ha explicado por qué un artista de tanta trayectoria termina dependiendo de la caridad pública para sobrevivir.

Algunos usuarios en Facebook han preguntado si la UNEAC local existe solo para “defender lo indefendible” o “organizar pasadías en el Meliá Santiago para sus miembros más afines”. Una ironía amarga que encuentra eco en el propio texto de Liens, cuando acusa al gremio de “brazos caídos que se conforman con la croqueta del pasadía”.

La reacción más concreta hasta el momento ha venido, una vez más, de los propios ciudadanos. El mago Carlos Barrios Tamayo —antiguo alumno del maestro Barthélemy y primera persona que hizo la denuncia — ha iniciado una campaña para recolectar ayuda, principalmente desde el exterior. Vía inbox o por grupos de WhatsApp, se están canalizando alimentos, artículos de aseo y medicamentos.

La consigna es clara: “VAMOS A APOYARLO”. No por lástima, sino por justicia. Porque alguien que dedicó su vida al arte, que formó generaciones, que se mantuvo firme en el escenario incluso cuando otros huían, no merece ser tratado como un trasto viejo.

Los artistas cubanos saben que no hay pensión que alcance, ni vivienda que aguante, ni institución que los salve si no hay nombre famoso o medalla internacional. Por eso cada vez que uno cae, el eco se multiplica. Porque todos —incluso los que aún reciben premios o viajan por el mundo— saben que el final puede ser ese mismo.

Y entonces preguntan, una vez más, con rabia contenida:

“¿Dónde está la UNEAC? ¿Dónde está el MINCULT? ¿Dónde está esa ‘vanguardia’ que dice proteger a sus artistas?”

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