Osvaldo Lara, gloria del atletismo cubano, en el abandono y la pobreza

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El texto “Osvaldo Lara: Lo que el tiempo se llevó”, publicado por el periódico oficial Trabajadores, es casi un relato de arqueología humana, de investigación detectivesca y sobre todo de azoro. El periodista llega a la casa de la otrora gloria del atletismo cubano Osvaldo Lara, hoy con 66 años y un infarto cerebral sufrido hace siete, como si de la visita a una casa embrujada se tratara.

La pobreza en que viven Lara y su esposa Cary en el tercer piso de un edificio “de tantos, que cerca del litoral habanero sufren las mortales estocadas del tiempo y el salitre” lo sorprende según delata el tono casi luctuoso de la entrevista cronicada, donde describe las puertas devoradas por el comején, los muebles gastados y rotos, las medallas herrumbrosas, los desechos que se acumulan en los rincones del apartamento.

Es una “casi-entrevista” pues Lara apenas le regala al periodista algunos retazos que el daño irreparable del infarto no ha podido lanzar al vórtice del olvido. El atleta le enseña medallas herrumbrosas, con inscripciones casi olvidadas también que atestiguan su participación en los Juegos Centroamericanos, Panamericanos y Olímpicos en los años 70 y 80. Y en los Juegos de la Amistad que organizaron  la Unión Soviética y otros países del antiguo campo socialista en 1984 como contraposición a las Olimpiadas de Los Ángeles. Es la medalla que le falta a Lara.

La esposa y el velocista ayudan a reconstruir la historia de olvido en que se convirtió la vida de Lara tras su retiro en 1986 del deporte activo. “No tiene retiro porque cuando empezó con de la hipertensión se asustó. Se desesperó y pidió la baja del trabajo. Después tuvo el infarto cerebral y ya ve usted”, añade la esposa. Solo dispone de una cuota de 700.00 pesos cubanos como reconocimiento a una de sus medallas.

Cary cuenta que “no vienen a verlo. Fui a la dirección municipal de atención a atletas y se quedó en nada. Jamás han venido del INDER. Ni la Comisión Nacional de Atletismo”, refiere. “Se olvidaron de mí, con tantos años en el equipo nacional”, expresa el velocista.

Aparte de los 700.00 pesos, Lara tuvo alguna vez un auto, como reconocimiento por su desempeño en los Juego de la Amistad. “Al regreso me regalaron un carro, ¿un Lada?”, medio recuerda el velocista y busca la confirmación de su esposa. “El salitre acabó con el carro. Nos mandaron a un taller por Carlos III. Nos pelotearon. No teníamos ni un medio. La gente quiere dinero. No lo vendimos, se desbarató”, rememora.

Lara recuerda ante el insistente periodista algunos pasajes de su vida deportiva. “Tuvimos buenos relevos de cuatro por 100”, y señala para los restos de sus preseas: “Ahí están las medallas para Cuba en Centroamericanos y del Caribe y Panamericanos, ahhhhh, y mi quinto y octavo lugar en los Juegos Olímpicos de Moscú 80 en 100 y 200 metros” y refrenda que “Silvio Leonard fue mi gran rival. Es mi amigo. Yo tenía buena arrancada natural, conmigo había que recogerse, pero Silvio era el mejor”.

El periodista indaga sobre sus “misiones” en el extranjero, una de las vías que los cubanos aspiran a tomar para paliar la mala situación económica, a pesar del “descuento” gigantesco que el Estado cubano hace a sus salarios. Lara estuvo en Perú en 1996. “Ahora solo salgo a buscar el pan”, añade.

“Hay quien piensa que eso lo resuelve todo. No es así. De Venezuela pudo traer tres cajas. No un contenedor”, apunta la esposa, subrayando la  esterilidad del viaje.

A Osvaldo Lara no se lo lleva el tiempo, sino la desidia, el desinterés y la ineptitud.

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