Festival de Cine de La Habana premia documental antichavista

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El documental Érase una vez en Venezuela (Anabel Rodríguez Ríos, 2020) obtuvo el Premio Coral Especial del Jurado de Largometraje Documental de la edición 42 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

El filme narra una historia sobre dos mujeres, una pro-chavista y otra opositora, residentes en el pueblo de Congo Mirador, ubicado en el lago Maracibo, en pleno proceso de decadencia y final desaparición ante los derrames de petróleo y el desinterés de las autoridades.

Durante siete años la directora filmó en esta comunidad de pescadores, ubicada literalmente en medio de las aguas del lago venezolano, cuya totalidad de las viviendas son palafitos, y el transporte entre casa y casa se produce en botes y lanchas.

La “señora Tamara” es fanática de Hugo Chávez, llegando a calificarse su casa como “punto rojo”, empapelada de póster del líder ya fallecido y otros tipos de merchandising político, incluido una figura de acción del político, al cual la mujer besa con cariño en las primeras escenas de la película. Es la representante del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y suerte de líder natural del pueblo.

Natalie es la maestra de la derruida escuela, a la que las autoridades pro Nicolás Maduro se niegan a arreglar hasta que ella renuncie, debido a sus ideas opuestas al gobierno izquierdista. Su antagonismo con Tamara marca el ritmo del documental.

En medio de estos conflictos, el pueblo, que fuera próspero en el pasado, está siendo invadido por el petróleo producto de derrames de la industria, que está eliminando toda la fauna lacustre, fuente de supervivencia de los residentes.

Una avalancha de sedimentación trae mosquitos, ratas y enfermedades de tierra firme, empeorando las vidas de los congueros. De 700 familias que tuvo el pueblo, solo quedan apenas 300 residiendo permanentemente.

Tamara ejerce como “sargento político” para gestionar votos durante las elecciones al Parlamento de 2015 finalmente ganadas por la oposición como “el último acto democrático en Venezuela en nuestra historia reciente”, según narra en off la realizadora.

A la par, con sincera fe en la revolución de Chávez y Maduro, Tamara lucha por salvar Gongo Mirador, gestionando dragas para aliviar la sedimentación, solicitando comida, teléfonos y otros insumos para que los pobladores simpaticen con el chavismo.

Los funcionarios le dicen que “la Revolución es más que una bolsa de comida”. Incluso llega a entrevistarse con el gobernador de Maracaibo, pero se topa todo el tiempo con la retórica política y las soluciones nulas.

A su alrededor, los peces mueren, las aguas se ponen negras, las personas emigran. Desanclan de sus pilotes y transportan sus casas en botes, como se aprecia en algunos de los mejores planos de la película.

Congo Mirador resulta para la mirada de Anabel Rodríguez una reproducción a mínima escala del estado empobrecido y dividido que es la Venezuela actual, cuyos peores perjudicados son sus habitantes mayormente pobres, desatendidos por un poder que solo prioriza su lucha para eliminar la oposición, sin que quede nadie que le discuta su derecho a reinar en el país por los siglos de los siglos.

Mientras, todo se desmorona, se disuelve, se quiebra, hasta la propia fe de Tamara, lo que significa un triunfo triste para la maestra opositora y madre, acosada por las instituciones gubernamentales.

El jurado de la categoría de Largometraje Documental del Festival número 42, donde triunfó Érase una vez en Venezuela, estuvo compuesto por la realizadora cubana Belkis Vega, el cineasta y periodista uruguayo Álvaro Buela y la productora colombiana Lina C. Echeverri.

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