Fábrica de Tabacos Partagás podría convertirse en hotel   

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Desde 2011, en la Real Fábrica de Tabacos Partagás no se fabrican los famosos tabacos. Una tienda de habanos administrada por el estatal Grupo Caracol, restaba como leve testimonio de su orgullosa distinción entre las grandes productoras de puros, que data de 1845, cuando el barcelonés Don Jaume Partagás fundara su marca “Flor de Tabacos de Partagás y Compañía”, que abriera sus pétalos de vitolas en el número 502 de la calle Industria, entre Barcelona y Dragones.

Cuando se construyó el también orgulloso Capitolio —tanto que el diámetro de su cúpula supera en un metro a su homólogo, casi gemelo, estadounidense—, ya la fábrica estaba ahí, y la mole gubernamental le vetó gran parte de la luz solar que alumbraba su fachada. Aunque la fábrica, entonces ya propiedad de la Cifuentes, Pego y Compañía, no perdió relevancia, más bien ganó con su cercanía al inmueble.

El deterioro que en 2011 provocara que las galeras de producción de la Fábrica de Tabacos Partagás se mudaran ¿definitivamente? hacia otros lugares, con la promesa de una restauración que aún no sucede, tuvo un primer y alarmante clímax con el colapso de parte del techo del inmueble en julio de 2020, hace casi exactamente dos años.

La reacción inmediata de la compañía Habanos S.A, ante este grito de auxilio del patrimonial edificio, fue trasladar la tienda, bautizada como Casa del Habano Partagás hacia la esquina de O´Relly y Bernaza, cerca del Floridita y sus daiquirís. Y clausurar definitivamente las puertas del edificio que permanecían abiertas a los visitantes que desearan contemplar el interior de su primera planta, su patio techado, su arcada circundante, todo solemnemente silencioso, mientras accedían a los servicios comerciales de la Casa del Habano.

Las celebraciones por los 500 años de La Habana, muy aupadas por las instituciones gubernamentales de la isla, avivaron ciertas esperanzas de que la Real Fábrica fuera resucitada y recuperara su vida de torcedores, vitolas, lectores de tabaquería, olores intensos a la hoja ambicionada por fumadores exquisitos de todo el mundo. El medio milenio de la ciudad pasó entre fuegos artificiales, y nada. Meses después llegó la pandemia de la Covid-19, el agravamiento de las disímiles crisis que aquejan a Cuba, y como una irónica coincidencia, el edificio se declaró enfermo, en crisis, perdiendo la testa en el proceso.

Especialistas han señalado que será convertida en hotel, en medio del frenesí constructivo de este tipo de instalaciones en la ciudad, que no se detuvo ni un ápice aun en los peores momentos de la enfermedad, y que devoró más presupuestos que la salud pública. Pero nada concreto tampoco. Mientras, su fachada se descascara, se vuelve borrosa como una foto vieja mal conservada. Su rostro y su historia se asfixian a la sombra y a las luces de un Capitolio renovado de refulgente y excesiva cúpula dorada. A las espaldas de este edificio semeja cada vez más un anciano triste y silencioso que ruega por una limosna e interroga a un futuro que se antoja impreciso.

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