El virus del “eso que anda” sale de Matanzas y llega a Ciego de Ávila

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Matanzas lleva meses en silencio epidemiológico, según los datos oficiales, pero la gente habla bajo las sombras del calor y la fiebre. Ahora ese rumor se ha hecho realidad: el “eso que anda” —un término popular usado para referirse a males virales no identificados en la comunidad— ha recibido oficialmente nombres: chikungunya, dengue, y Oropouche. Incluso, a «algo» que es la mezcla de todo eso junto. Una especie de… digamos, «tres en uno», pero sin cassete, ni radio, ni tocadiscos.

Las autoridades han reconocido la circulación mixta – y misteriosa – de la llamada «arbovirosis», mientras la población, afectada, acusa deficiencias en la respuesta sanitaria. Falta agua,de agua, acumulación de desechos sólidos, apagones (que impiden hervir el agua)…

En medio de ese panorama, las denuncias desde Matanzas, provincia en la que Cárdenas y Colón parecen tener «la voz cantante» sacuden día tras día la calma aparente.

“Provincia de Matanzas sigue en aumento los casos”, escribió recientemente en las redes sociales Yirmara Torres Hernández, expresidenta de la UPEC en la provincia, describiendo 20 días de fiebre, dolor, sudores y agotamiento.

También denunció que el apagón persiste —“24 horas continuas sin electricidad”— y que profesores, alumnos y familiares también han caído víctimas. “No hay necesidad de que sigan enfermando las personas en las calles”, urgió ella.

Cuando se combinan esos testimonios – créanme, créanlo, el de Yirmara es uno de tantos – con la información pública, el cuadro se vuelve más grave de lo que aparenta.

El CDC, en los Estados Unidos, ha advertido que Cuba está bajo alerta nivel 2 para chikungunya, recomendando protección ante picaduras de mosquito. La OPS/PAHO, por su parte, ha reportado múltiples brotes de arbovirosis en partes de la isla, con circulación confirmada de dengue y Oropouche durante 2025. Pero el cruce entre esas cifras y los reclamos ciudadanos en Matanzas, Villa Clara, Sancti Spíritus, Cienfuegos y zonas de la antigua provincia de La Habana, especialmente las limítrofes con Matanzas, revela una brecha que va más allá de epidemiología: la distancia entre diagnóstico oficial y vivencia comunitaria.

Matanzas

La respuesta estatal ha sido parcial. En Matanzas se han desplegado unidades móviles de pesquisa y jornadas de fumigación, incluso con operativos nocturnos en zonas de alta densidad. Funcionarios provinciales admiten que se detectaron serotipos de dengue 3 y 4, y que el chikungunya entró en ese territorio recientemente.

Los recursos, sin embargo, no alcanzan: se reporta escasez de insecticidas, camiones para fumigar y personal capacitado. En varias comunidades, las fumigaciones llegan tarde o no llegan. Mientras los mosquitos proliferan, la población ve apagones seculares y acumulación de basura que sirve de criadero.

La luz es otro factor que agrava el brote. En Cárdenas, por ejemplo, hay denuncias de apagones sostenidos que impiden tener ventiladores o conservar alimentos frescos. En el sector de Yirmara, muchos simplemente no pueden cocinar, ni prepararse remedios caseros. La combinación de calor, mosquitos y apagón conforma una tormenta perfecta que el sistema sanitario por momentos parece esquivar.

En la vecina Bauta, «confiesa» una amiga, hay un personaje, primo suyo, que asegura haber cogido el dengue este año, como cinco veces; otras tantas veces el Oropouche, y otras más – o menos, porque ya ni sabe – el chikungunya. «Pepito» creería que, a estas alturas, ya él sería inmune, pero no. Posiblemente en estos instantes esté en cama. Los médicos le han pedido siempre que «se hidrate», pero el agua no llega. Por suerte, un hermano suyo, joven y fuerte, cada vez que él enferma se va hasta un río cercano a cargar agua, y en el patio, con leña, la hierven.

Ciego de Ávila

La llegada del brote a Ciego de Ávila —y posiblemente a otras provincias— no es una hipótesis descabellada. En Ciego ya se reporta saturación de casos febriles en el hospital municipal Antonio Luaces Iraola: personas con dolores intensos, fiebre recurrente, incluso hemorragias nasales.

Las salas de urgencia están llenas. El personal médico habla de jornadas extendidas, de falta de antibióticos y analgesia. Muchos pacientes esperan horas para ser atendidos. En redes sociales la tensión crece: “El HDLMP preocupándose porque en Palestina no hay agua… ¿y nosotros?”, se cuestiona una internauta en una publicación hecha por la activista Irma Broek.

En ese contexto, el “eso que anda” se convierte en metáfora de una advertencia persistente: cuando un virus emerge, llega sin avisar, cruza fronteras, revela perfiles vulnerables y entra por grietas que ya existían. Lo que necesitamos —dicen quienes están enfermos— no son promesas tardías, sino acciones urgentes: fumigación efectiva, campañas puerta a puerta, datos reales por municipio, insumos suficientes y comunicación transparente.

Y mientras eso llega, Yirmara y otros miles padecen sin nombre certero, sin ventilador en la casa (o con él pero sin electricidad), sin que la consulta llegue cuando duele, sin certeza de mañana. Eso que anda ya no es rumor en Matanzas; se ha extendido hacia Ciego. Si no se atiende con urgencia, dejará más huellas que fiebre: debilitamiento social, miedo y una epidemia que supera las paredes del hospital.

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