“Siempre hemos tenido un amigo en la Unión Soviética y siempre hemos tenido un enemigo en Estados Unidos. Por lo tanto, no podríamos alinearnos con Estados Unidos contra la Unión Soviética”, dijo Castro en el año 1979, cuando Cuba era presidente del Movimiento de Países No Alineados, y la URSS invadió a un país miembro: Afganistán.
El apoyo que Cuba le ha dado en la ONU a Rusia con relación a este asunto de la guerra e invasión a Ucrania no es nuevo. Ya lo hizo al menos otras dos veces. Una en el año 1968; la otra en el 1979. En ambas ocasiones Cuba apoyó a la URSS, país del cual es «heredero» – aunque con diferencias, claro – el gobierno ruso actual.
En el año 1968 la URSS invadió Checoslovaquia. El 20 de agosto de 1968 tanques soviéticos entraron en Praga dispuestos a aniquilar «la intentona golpista» del gobierno comunista reformador de Alexander Dubcek. Dubcek pretendía distanciarse del lastre comunista y la URSS no estaba dispuesta a cederle ese «despropósito».
Cuba, que años antes – 1963 – se vio envuelta en tremendo embrollo político con la llamada Crisis de los Misiles y que, según dijera el propio Fidel Castro años después, se debió más que nada a la chapucería y el secretrismo con el que actuó la URSS en relación al tema de la instalación de cohetes nucleares en Cuba – tenía desacuerdos con el Kremlin sobre el modo en que los soviéticos manejaban su política exterior.
Cuba demoró tres días en pronunciarse sobre la invasión de la URSS y otras potencias del pacto de Varsovia a Checoslovaquia.
Cuando Fidel Castro compareció ante el pueblo, justificó la misma como una «amarga necesidad». Dijo que el objetivo era preservar el socialismo en Checoslovaquia y la integridad del bloque socialista y sugirió que de igual modo actuaría la URSS y las otras potencias del Pacto de Varsovia si los EE.UU. atacaba a Cuba.
Mucho se ha discutido sobre la llamada Doctrina Brezhnev, y ese interés en aplastar la soberanía y la integridad territorial de otros países. Que es lo que está sucediendo exactamente ahora. Cuba ha sido seguidora de esa Doctrina, y se inmiscuyó en el pasado siglo en guerrillas en Centroamérica y en guerras en Angola y Etiopía.
En septiembre de 1979, llegaría el mayor bochorno para Cuba, como gobierno parásito de la Unión Soviética. Como país satélite de la política de la URSS.
Ese mismo año Cuba fue sede de la Sexta Cumbre del Movimiento de Naciones No Alineadas y «Castro» comenzó su mandato como presidente.
Por unos meses Castro sería no ya el máximo dirigente en la isla, sino también el líder de todos los países que integran el Movimiento de Naciones No Alineadas – países que no pertenecen ni al Pacto de Varsovia ni a la Organización del Atlántico Norte, OTAN – lo cual era su máximo anhelo desde que llegó al poder en la isla el 1ro de enero de 1959.
Sin embargo, como «líder» como verdadero líder, pudo saborear muy poco las mieles del triunfo, ya que tres meses después de su «ascenso», la Unión Soviética invadió Afganistán. Afganistán era un país que pertenecía al Movimiento de Países No Alineados.
La lógica indicaría que Cuba – entiéndase por favor Fidel Castro – se pondría del lado de Afganistán pero, tal y como reseña el politólogo William Leo Grande, en una nota que dio origen a esta recopilación de eventos, el país caribeño, que ejercía la función de presidente del Movimiento de Países No Alineados, «no hizo ningún esfuerzo por justificar la acción soviética y no dijo ni una palabra en su defensa.»
Leo Grande indica que esa invasión «asestó un golpe fatal al argumento de Cuba de que la Unión Soviética era un “aliado natural” de los países No Alineados» y por ende, lo que hizo fue echar tierra y lodo sobre el liderazgo de Cuba – Fidel Castro – en el Movimiento.
Fiel a la retórica con conocimientos de la que siempre hizo gala en la Organización de Naciones Unidas, ONU, el canciller cubano Raúl Roa arremetió, al igual que nos tienen acostumbrados sus sucesores, contra el enemigo cómodo de siempre: los Estados Unidos.
El Consejo de Seguridad convocó a la Asamblea General a una sesión de emergencia para considerar una resolución condenando la invasión.
Allí, Roa acusó a EE.UU. de promover el “redoble de tambores de una nueva guerra fría”.
Dijo Roa que Cuba «enfrentaba un “dilema histórico” porque muchos de sus amigos veían la resolución como una defensa de la soberanía nacional y el derecho de los pueblos a la independencia» y dijo:
“Cuba siempre defenderá ese derecho”.
Del otro lado estaba los EE.UU., y Roa añadió que Cuba “jamás llevaría agua al molino de la reacción y el imperialismo”.
Las palabras de Roa se alinearían – y justificarían – después, debido al eterno diferendo ya existente entre Cuba y los EE.UU.
“Siempre hemos tenido un amigo en la Unión Soviética y siempre hemos tenido un enemigo en Estados Unidos. Por lo tanto, no podríamos alinearnos con Estados Unidos contra la Unión Soviética”, dijo Castro dos días después a tres diplomáticos estadounidenses que habían venido a implorarle que hablara públicamente contra la invasión soviética.
“Todo lo que afecte el principio de no intervención nos afecta, y lo sabemos”, añadió Castro, que reconoció que el gobierno de Cuba no apoyaba ni apoyaría jamás la invasión soviética a Afganistán pero, por un problema «moral» y «político», no podría tampoco votar contra la URSS.
Leo Grande reconoce: «Cualesquiera que fueran los desacuerdos que Cuba tuviera con Moscú, no se pondría públicamente del lado de Estados Unidos.»
Cuando la resolución fue llevada a votación, Cuba votó NO. La resolución finalmente fue adoptada, 104 votos a favor, 18 en contra.
Ahora, en el 2022, ha sucedido exactamente lo mismo. Ya no es la URSS, ahora es Rusia. Otra vez votaron a favor del viejo amigo y aliado. Una vez se abstuvieron.
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