¿Cuba está lista para el matrimonio igualitario?

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La ley sería un amparo y sobre todo un punto de partida para el cambio que debe sobrevenir en una forma de mirar a los no heterosexuales que va más allá de la corrección de formalizar el matrimonio igualitario.

En el rosario de ofensas que utilizan los cubanos para denigrarse entre ellos, en serio o en broma, los apelativos a la condición sexual tienen un lugar casi privilegiado.

Calificar de homosexual, “maricón”, “pájaro”, “yegua”, “cherna”, “loca” —y otros tantos sinónimos relacionados fundamentalmente con los hombres que gustan de los hombres o las mujeres transexuales— a un hombre, implica en grandes zonas de la sociedad cubana no solo un menoscabo de la masculinidad viril que aun reina como norma de conducta social, sino un atentado contra la integridad moral.

Esto lleva a un prejuicio mucho más profundamente arraigado entre los nacionales acerca de la homosexualidad masculina como indecencia o inmoralidad: relacionarla estrechamente con la vileza, la cobardía, la infamia, y todos los defectos imaginables que puedan menoscabar la fortaleza o firmeza de carácter.

Ser “hombre” en Cuba, comportarse como un hombre, no llorar como un hombre, y otras tantas analogías, relacionan estrechamente para la perspectiva del cubano medio la preferencia heterosexual y la preeminencia machista con todas las virtudes posibles, y en consecuencia, relaciona las preferencias homosexuales, bisexuales, pansexuales y demás denominaciones, con todos los defectos posibles.

En Cuba, ser íntegro es “dejarse de mariconerías”, cometer un acto perverso contra alguien es “hacer una mariconá”, y la lista peyorativa se extiende. Para no hablar del machismo igualmente aferrado a la médula popular, que resume toda la fuerza del liderazgo en “llevar los pantalones” o “tener cojones”, relacionando directamente todas las capacidades del poder con atributos eminentemente masculinos, en detrimento de la mujer.

En un contexto cuya cotidianidad está repleta de estas actitudes y perspectivas homofóbicas, agresivas muchas veces, se va a someter a plebiscito el Nuevo Código de Familia, que amplía el concepto de matrimonio más allá de la unión entre “un hombre y una mujer”, como estaba previamente establecido, por “la unión voluntariamente concertada de dos personas con aptitud legal para ello, a fin de hacer vida en común, sobre la base del afecto, el amor y el respeto mutuo”, algo que ya aparecía en la añorada por muchos Constitución del 40.

Esto permitirá que personas de un mismo sexo consumen esta unión, considerada núcleo más íntimo y esencial de la nación, y disfruten de los mismos derechos de las parejas heterosexuales bajo el amparo de la ley. Incluida la crianza de descendientes biológicos o adoptados.

Lo que trae a colación otro tema más delicadamente escandaloso: los niños y los “ejemplos” con que crecerán, y el riesgo a “deformarse” teniendo como figuras parentales a una pareja no heterosexual. Esto es sencillamente intolerable para muchas personas, que votan consciente o inconscientemente por la “familia original”, esquema defendido por el intenso, y diríamos que decisivo, activismo de importantes comunidades religiosas cubanas.

Tras la retirada de la legitimación constitucional del matrimonio igualitario hace dos años, también previa consulta popular de la Constitución vigente, el gobierno cubano realiza este nuevo intento de legislar una progresista vuelta de tuerca en las lógicas familiares de la isla y de los cubanos donde quiera que se encuentren.

¿Sabe de antemano que existe una gran posibilidad de que no sea aprobado por “verdadera” voluntad popular, sin que se requiera de manejos solapados? Es posible debido al machismo raigal incluso desde las prácticas históricas del propio Estado. Pero pudo ser evitado. Se trata  de derechos humanos que deberían  ser aprobados  sin someterse a consulta y que deberían establecerse para comenzar un proceso de reconfiguración de valores sociales muy profundo y que necesitan de una base legal para comenzarse a incidir en las consciencias.

En este caso tan específico, la ley sería un amparo y sobre todo un punto de partida para el cambio que debe sobrevenir en una forma de mirar a los no heterosexuales que va más allá de la corrección de formalizar el matrimonio igualitario. Pues esta unión sería igualmente vista como algo bajo, ruin, maligno, incluso más allá de lo anómalo y contra natura que pueda considerarse.

En Cuba hay feminicidios y también se ha producido no pocos asesinatos homofóbicos y otros desmanes como golpizas, abusos violaciones, mutilaciones, que califican dentro de los crímenes de odio. Un odio que muchos ni perciben que llevan dentro, de tan asumido que está el desprecio al homosexual y todo lo que representa. Esta normalización de la intolerancia a la comunidad LGTBIQ+, este desprecio heredado como principio y como reflejo, es el principal obstáculo al que se enfrenta este punto neurálgico del Código de Familia y el matrimonio igualitario.

Para sus detractores, el matrimonio igualitario no solo es un acto contra la naturaleza y todos los condicionamientos sociales y morales milenarios heredados y naturalizados, sino la apertura de las puertas de los infiernos, la corrupción de los valores esenciales de la sociedad cubana.

Esta satanización de este derecho humano es el principal muro de Berlín que se alza ante esta variación tan mínima y a la vez radical de los ritmos y las lógicas criollas. Y va más allá de las posturas políticas tan polarizadas actualmente, pues muchos partidarios del gobierno y opositores se sorprenderían de cuánto coinciden en la homofobia, a la par que utilizan la simpatía hacia la comunidad LGTBIQ+ como argumento para ofenderse mutuamente.

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