Cuando el río suena… ¿le queda a Mike Hammer poco tiempo en Cuba?

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Si algo ha dejado claro el oficialismo cubano en su más reciente ofensiva propagandística es que Mike Hammer, jefe de la misión diplomática de EE.UU. en La Habana, no les cae precisamente en gracia. A juzgar por el tono y el dramatismo con que lo pintan en espacios como Jóvenes en Revolución, el diplomático norteamericano no solo habría llegado a Cuba “bien preparadito” para apoyar a “los gusanos”, sino que además estaría ejecutando una maquiavélica “agenda de desestabilización” con café, conexión wifi y reuniones públicas con la sociedad civil… en España. ¡Un escándalo!

El problema para el régimen no es tanto lo que hace Hammer, sino lo que representa: un funcionario que no disimula su conexión con organizaciones que denuncian la falta de libertades en Cuba, como Ciudadanía y Libertad, ONG fundada en Madrid y dirigida por Carolina Barrero. Para los defensores de la revolución, que se reúna con ella es sinónimo de conspiración internacional; para el resto del mundo, es solo diplomacia y sentido común.

La retórica enloquecida que mezcla a Mike Hammer con «espías de la CIA», con Carolina Barrero convertida en estrella de cine de espionaje, y con ONGs que “apestan a guerra mediática”, revela algo más profundo: nervios. En los pasillos del poder en La Habana suena con fuerza el rumor de que la embajada estadounidense se está saliendo del libreto. Y eso les da pánico.

Cuando se llega al punto de dedicar programas enteros a exponer con sarcasmo y sospecha que alguien cita los artículos 20 y 21 de la Declaración Universal de Derechos Humanos —los que hablan de libertad de asociación y participación política—, se entiende el miedo: esos principios son dinamita para un sistema basado en el control total.

Ahora han encerrado en la cárcel nuevamente a Félix Navarro y a José Daniel Ferrer. Ambos con cierto vínculo con el embajador de EE.UU. en la isla.

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El ataque a Mike Hammer es, en el fondo, una confesión. Confiesan que la llamada «sociedad civil cubana» oficialista no convence a nadie, que necesitan levantar muros propagandísticos para justificar el aislamiento interno, y que cada voz disidente que se escuche desde fuera pone en peligro su narrativa.

Y cuando el río suena, dicen, agua lleva. ¿Podrá Mike Hammer seguir remando en ese río o el régimen lo declarará “persona non grata” a la menor oportunidad? ¿Puede Cuba darse el lujo de expulsar al Embajador de EE.UU.?

Expulsar a un embajador no es una jugada menor en diplomacia. Representa una ruptura en las formas, un gesto de hostilidad formal que suele tener consecuencias. Y ahora mismo, el régimen cubano, por más retórica de plaza sitiada que exhiba, no está en posición de tensar aún más la cuerda.

La presencia de Mike Hammer en La Habana —un diplomático experimentado, con un perfil más activo y abiertamente comprometido con los derechos humanos— ha resultado incómoda para la cúpula gobernante. Pero expulsarlo sería abrirle la puerta a una represalia del Departamento de Estado que pudiera ir desde el cierre de canales mínimos de comunicación hasta la cancelación o endurecimiento de licencias que aún permiten ciertas remesas, vuelos o ayudas humanitarias. En un momento en que la economía cubana atraviesa su peor crisis en 30 años, eso equivaldría a serruchar la rama podrida sobre la que aún se sostienen.

Y aunque desde la isla se percibe que la administración de Trump podría, en cualquier momento, cerrar todo grifo de financiamiento, el régimen parece no temer a esa posibilidad. Lejos de temerla, le sirve. Porque su narrativa requiere enemigos. Necesita una amenaza constante para justificar su represión interna, su propaganda y su estancamiento estructural. Si el gobierno cubano se quedara sin un “bloqueo” al que culpar, sin una «guerra mediática» que enfrentar, quedaría desnudo ante su pueblo.

En ese sentido, la cúpula gobernante se siente cómoda en su papel de víctima. Vive del relato de la resistencia y poco le importa el hambre del pueblo. Si las sanciones se endurecen y el descontento crece, ya tienen listos a sus cuadros de represión: las Brigadas de Respuesta Rápida, los combatientes del MININT y las turbas manipuladas por el Partido Comunista y la UJC. Lo vimos en el 11J, y lo seguiremos viendo cada vez que haya estallidos.

Y no, no es que el régimen cubano no quiera expulsar a Mike Hammer. Es que no puede. No sin pagar un precio que sabe que, al menos por ahora, no le conviene. Aunque, claro, si mañana le conviene —para victimizarse, para escalar el conflicto, para tapar otra crisis interna—, no dudará en hacerlo. Porque si algo ha demostrado es que no tiene escrúpulos cuando se trata de su supervivencia.

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