El video dura apenas unos segundos, pero condensa una escena difícil de olvidar: un hombre, con el agua a la cintura, remueve a pulso el atasco que asfixia el cauce bajo un puente en la Calle Quinta de Holguín. No hay herramientas ni maquinaria. Hay unas manos desnudas hurgando en una mezcla de cartones, ramas, trapos, pomos, botellas, cajas, raíces y lodo negro que huele a agua muerta. Cada bulto que logra arrancar del tapón deja ver otro más grande, como si el desorden acumulado durante meses se hubiera compactado para convertir el túnel en un vertedero. Encima, pasan motos y peatones por una estructura resquebrajada que vibra con cada tirón.

La denuncia la hizo la activista Irma Lidia Broek, que advierte sin embargo, además y muy justamente, del “peligro de derrumbe” del puente y del abandono institucional pese a que, según vecinos, las autoridades conocen desde hace tiempo el deterioro.
Broek subraya además la contradicción: mientras se multiplican campañas oficiales contra el mosquito y el dengue, aquí el agua estancada, la maleza y los desechos forman un criadero perfecto, justo cuando el oriente cubano se prepara para la lluvia intensa y las marejadas de un huracán mayor. En otras palabras: el punto más débil del barrio se mantiene abierto cuando más falta hace cerrarlo con prevención elemental. Y justo detrás unas casas. ¿La gente que vive en ese lugar las habrán evacuado?
La escena no es espontánea. Los residentes, cansados de esperar, se organizaron y pagaron de su bolsillo a esa persona para despejar el paso del agua. La urgencia no era estética, sino de supervivencia: si el tapón se mantiene cuando lleguen las primeras bandas de Melissa, el agua rebasará la losa, inundará las casas más bajas y socavará aún más los apoyos del puente. En una ciudad con drenajes colapsados y basura acumulada, el cauce funciona como el único desagüe posible. Bloquearlo es invitar a la inundación.
El video también funciona como radiografía cívica. Allí donde deberían verse brigadas de Comunales, una retroexcavadora, un camión y una cuadrilla con guantes, aparece un vecino contratado a carrera contra reloj.
Lo que en otros contextos sería un acto de voluntariado complementario aquí sustituye al deber público: limpiar, desbrozar, retirar escombros, asegurar el paso. El gesto es heroico, pero no debería ser necesario. Con un huracán en puerta, las listas de chequeo hablan de podar árboles, destupir alcantarillas, asegurar puentes y retirar sedimentos en puntos críticos. Los vecinos de Calle Quinta han marcado la prioridad con sus propios medios; ahora le toca a las instituciones de Holguín y al Ministerio de Transporte convertir ese esfuerzo en una intervención integral y urgente, antes de que la próxima crecida les dé la razón de la forma más cruel.



















