Internautas «agradecen» que Ana Hurtado no haya podido comer spaghettis en La Habana por falta de efectivo

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La escena es sencilla y, al mismo tiempo, perfecta para explicar el país: una noche habanera, un restaurante cerca del Parque Almendares, un antojo de espaguetis y una cartera sin billetes. La protagonista, la española Ana Hurtado —activista afín al régimen, autodefinida durante años como “actriz y periodista”— contó que quiso pagar toda la cuenta por Transfermóvil, pero le exigieron mitad en efectivo y mitad por transferencia. Como no llevaba cash, presuntamente se quedó sin cenar. El internauta Edmundo Dantés Jr. compartió el caso y la muchedumbre virtual hizo lo que mejor sabe hacer: leer el país en clave de ironía.

Hurtado acompañó su protesta con una perorata cívica: preguntó “quién establece esas regulaciones”, exigió “una oficina de quejas y reclamaciones” y pidió “sanciones” para que “no impere el bandidaje”.

La súplica de Ana Hurtado le sonó familiar a muchos, pero al revés: en la Cuba real, lo que existe es una coreografía de supervivencia donde el efectivo manda porque la banca no entrega, los cajeros están secos y las transferencias CUP pierden valor más rápido que una promesa de abastecimiento. El “mitad y mitad” no es capricho, es chaleco salvavidas para proveedores, salarios y compras del día siguiente. Cuando te falta billete, no hay salsa.

La otra mitad del chiste la puso la gramática… y la foto. El espagueti es pasta, y la pasta —dicen los nutricionistas y repiten las básculas— engorda.

En una isla donde adelgazar suele ser involuntario por apagones, colas e inflación, el caso de Ana Hurtado es una anomalía estadística: desde que pasa largas temporadas en Cuba, a juzgar por las fotos, «la dieta» le ha aportado unas libritas. Los comentaristas lo habrían leído – quizás – como gesto de salud pública del restaurante: menos carbohidratos nocturnos, menos riesgo de ultraprocesados patrióticos. Si le negaron el plato, quizá fue por su bien; un gesto fit revolucionario.

Y todavía falta la tercera vuelta del chiste, cortesía del argot. En Cuba “pasta” también significa dinero, y la asociación cultural llega sola a la memoria colectiva de los cubanos: en el animado de Juan Padrón Elpidio Valdés contra dólar y cañón, hay un personaje, español, que gritaba a todo dar: ¡La pasta, Manolo! (refiriéndose a un dinero en efectivo que había dentro de una maleta). Cuatro décadas después, otra española tropezó con la misma palabra, pero en versión digital y con QR; no sabemos si su presunto grito desde la mesa, se refería al plato o al dinero. Si a eso se le llama justicia poética, esta vino servida al dente.

Los comentarios del post de Dantés son una radiografía del humor cubano defendiendo la sanidad mental. Unos celebraron que, por una vez, la propaganda probara su propia medicina: “esto es lo que vivimos todos los días”. Otros apuntaron a la contradicción de exigir a un privado lo que ni el Estado garantiza: liquidez.

No faltó quien recordara que la mayoría de los asalariados jamás podría sentarse en ese restaurante, por lo que la queja luce, como poco, fuera de tono. Hubo choteo con la solemnidad del “bandidaje” —como si no estuviera institucionalizado en mil trámites— y hasta con la posibilidad de que haya confundido La Habana con una sucursal de atención al consumidor europea.

Más allá de la broma, el episodio sirve para ordenar preguntas serias. ¿Quién define las reglas de cobro en un entorno donde el efectivo escasea por diseño y las transferencias se deprecian cada semana? ¿Por qué el Estado empuja a digitalizar pagos que luego no convierte en efectivo para que los negocios operen? ¿Cómo explicar que, mientras se predica “legalidad y control”, el propio ecosistema empuja a soluciones de esquina: mitad cash, mitad QR, y que Dios reparta suerte? Ana Hurtado pidió “abrir una oficina de reclamaciones”. Ya existe; se llama la calle. Allí, cada día, la gente arbitra con humor las incoherencias del modelo, sin notarios ni sellos. Incluso hubo un día que ella seguramente detesta y un gesto que ella no aprueba: las protestas del 11 de julio.

De modo que sí: hubo carcajadas. No por la pasta en sí, sino por lo que simboliza. Por una vez, el guion se invirtió y la realidad no se dejó doblar por el discurso. En La Habana, los espaguetis se pagan con pasta. Y si no hay pasta, no hay espaguetis. Todo lo demás —incluida la oficina de reclamaciones— es pura salsa.

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