20 años de un video de amor para una familia quebrada por la radicalidad ideológica

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Video de familia, del realizador cubano Humberto Padrón, fue realizada hace 20 años, apenas exhibida en cines cubanos y nunca estrenada en la televisión. Está concebida como un solo plano secuencia, con muy pocos cortes que no afectan la sensación orgánica de filmación en “tiempo real” y totalmente localizada en interiores. Por su concepto puede pensarse como un inintencionado precedente de la espectacular y ambiciosa película rusa El arca rusa (Alexandr Sokúrov, 2002), estrenada a solo un año de distancia.

Pero también en cuestiones conceptuales, esta mínima e intimista “arca cubana” dialoga con la película europea. Mientras que Sokúrov indaga la historia pre-comunista de su nación, sala tras sala del Museo del Hermitage de San Petersburgo (ex Leningrado, que a su vez fue ex San Petersburgo), Padrón analiza, disecciona y revisa la microhistoria contemporánea cubana. Se centra en su célula básica o núcleo esencial: la familia, desplazándose habitación tras habitación de un hogar típico, sentimiento tras sentimiento, problema tras problema, confesión tras confesión.

Se toma la licencia de la ficción libre, pues no hay anales que consultar, ni “hechos reales” registrados en detalle, en cuyos registros fehacientes basarse. No son batallas, coronaciones, abdicaciones, golpes de estado, rebeliones ni revoluciones debidamente anotadas. Pero los conflictos que despliega Padrón ante la cámara no son menos habituales ni dolorosos, por el simple hecho de que no aparezcan en los libros de historia.

Protagonizada por actores icónicos como Verónica Lynn y el recién fallecido Enrique Molina, Video de familia es una radiografía nacional, pues traspasa la piel macro histórica para localizar y ser alegoría de los millones de dramas y rupturas provocadas en la familia cubana por la radicalidad ideológica preconizada desde el poder post 1958, que provocó una re jerarquización de los valores y afectos. La hidra Revolución-Nación-Patria-Estado como máxima fidelidad y prioridad, mientras que la familia resulta valor subordinado, y muchas veces obstáculo, disidencia y traición. La película está filmada con una cámara de video casero. Es una gran cámara subjetiva, pues esta operada por el personaje de Ernesto (Ever Álvarez), que termina poniéndose frente al lente.

La homosexualidad velada de Ernesto, así como la del hijo emigrante en los Estados Unidos a quien se destina la grabación —Raulito, interpretado por el propio Padrón en las fotos mostradas en la introducción y el epilogo de la película—  de su familia residente en Cuba, convierte el fuera de campo en que se mantienen ambos caracteres en una alegoría de las otredades proscritas por el canon del Hombre Nuevo revolucionario cubano, de una pureza patriarcal, falocéntrica y heteronormativa. Con los hombres y para el bien de todos los hombres.

De un juego de autorrepresentaciones amables frente a la cámara, la grabación deviene en catártica avalancha de confesiones y exorcismos familiares, donde de manera finalmente optimista Padrón hace triunfar el amor filial por encima de las barreras ideológicas y las fidelidades estatales. A favor del entendimiento en la diferencia, y de la independencia que reclama la generación renuente (Herón Vega), enamorada de un negro (Yipsia Torres) y gay, respecto al autoritario padre-Estado Cristóbal (interpretado por Enrique Molina), que busca anti dialécticamente perpetuar sus credos en ellos.    

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