Poco le faltó para bailar, menos aún para subirse a la tarima y exigirle al de la tumbadora de la Orquesta Faílde que le diese el instrumento porque él quería improvisar un poco, tal y como hizo en Nueva York; tal y como desde hace años hace al frente de un país: improvisar. Sí, estamos hablando de Díaz-Canel.
Díaz-Canel, el mandatario cubano, no solo no decretó duelo nacional; no solo no canceló la visita del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, sino que tuvo tiempo para ir a una comelata, escuchar los acordes de la Orquesta Faílde y sonreír para unas fotos con unos embajadores mexicanos y argentinos. Todo eso en medio del dolor de millones de cubanos por los 40 muertos y más de diez desaparecidos, tras la explosión acontecida en el Hotel Saratoga, en La Habana, el pasado viernes.
No es Photoshop ni es mentira. Mientras miles de cubanos lloraban y lloran a sus muertos, Díaz-Canel posaba para una instantánea sonriente.
Sin embargo, ningún medio cubano oficialista abordó la noticia de la comelata con la Faílde detrás tocando, y la foto de un Díaz-Canel sonriente no ha trascendido mucho más que el interés entre sus «súbditos» de conseguir un pedazo de pollo. A los cubanos en la isla parece no importarles nada, resignados a que ese es el gobernante que le impusieron. Un tipo incapaz de decretar Duelo Nacional, y suspender una gira de un Jefe de Estado a la la isla.
Díaz-Canel ha logrado, repetimos, posar para una foto, sonriente, mientras 40 y tantos cubanos han muerto por una explosión de gas en un edificio del Paseo del Prado en La Habana.
Y todavía hay que aguantar que el presidente de México diga que «Cuba tiene un extraordinario Presidente, Miguel Díaz-Canel, un hombre honesto, trabajador, humano, una muy buena persona, un buen servidor público y un buen ser humano».
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