Nadie quiere tocar con Raúl Torres, «ni por todo el dinero del mundo»

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Una fuente vinculada al panorama musical en la isla asegura que el cantante Raúl Torres se fue a Matanzas a buscar músicos y un productor para hacer su nuevo disco, porque en La Habana nadie quiere tocar con él.

En diciembre del año 2019 muy pocas personas asistieron a lo que fue el último concierto del año en la Sala Avellaneda; un evento con la presencia del trovador Raúl Torres, donde ya se confirmaba como más que evidente que ya nadie quiere oírle su trova al necrotrovador fálico de la música bagre en Cuba.

Desde meses antes, el propio Raúl Torres había podido avizorar que, el escaso público que iba al bar Sherezada a verle, era muestra evidente que a nadie le gustaba el rumbo que este le había dado a su música; pasando de hermosos temas en los años 90 a canciones como “Cabalgando con Fidel”, “El regreso del amigo” (dedicada a Hugo Chávez) o «Ania» (a la fallecida periodista Ania Pino), lo cual le hicieron merecedor por parte del periodista Gilberto Padilla del mote de necrotrovador.

La explicación la dio un joven, entrevistado por una colega en diciembre de ese año:

«Si busco divertirme, no me interesa escuchar a alguien que estará toda la noche hablándome de difuntos.”

Su carrera, francamente en declive, pasó por un acto en el Malecón, hace algunas semanas donde, según una fuente ligada al Instituto de la Música, habían solo 7 personas escuchándolo. O su ida a un centro educacional en el interior del país, donde «entre cuerdas y canciones», Torres les cantó sus necrocanciones a los presentes.

El concierto en la Avellaneda, al que hicimos referencia al inicio de esta nota, titulado Nómada candil, fue anunciado con bombos y platillos, como la celebración de sus 30 años de carrera artística además de su primer concierto junto a Xiomara Laugart y Pablo Milanés; y a pesar de que fue precedido por una concurrida conferencia de prensa, unido a un eficiente trabajo de promoción en reconocidos medios oficialistas como CubaSí o Juventud Rebelde que acompañaron la campaña de Raúl Torres, los asistentes a la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba fueron tan pocos que hasta entre los que se quedaron al final estoicamente, salieron declaraciones desilusionadas como estas:

“Aparte de estar prácticamente vacío, de los invitados solo puede salvarse Waldo Mendoza. Además de él, estuvieron Arnaldo, el del Talismán, Karel García y Annie Garcés; los demás ni siquiera me sonaban”.

Sin embargo, la estocada mortal a su carrera artística no fue el desastroso tema «Desbloquéame», cuyo videoclip, costó 6 mil CUC, pagado en junio del 2020, ya en pleno azote pandémico del coronavirus en la isla. La estocada mortal ha llegado ahora.

Según una fuente vinculada al panorama musical en la isla, el cantante Raúl Torres recibió de parte del Sello Colibrí un millón 500 mil pesos en moneda nacional para la producción de su último disco; de ellos, los 500 mil, para la producción del videoclip de promoción, y nadie, ni productores musicales ni músicos, quieren colaborarle. Al menos no ninguno en La Habana.

Un productor musical contactado por Cuballama Noticias dijo bajo condición de anonimato:

«Nadie quiere participar en eso. Ni por todo el dinero del mundo. Nadie quiere perder su tiempo en algo que, no solo no va a ir comercialmente a ningún lado, sino que siquiera musicalmente va a servir para sentirse uno realizado como músico.»

La fuente asevera que Raúl Torres, cansado de buscar productores y músicos en La Habana para que lo ayudaran en la venidera producción discográfica, finalmente se marchó hacia Matanzas, «a buscar músicos provinciales, que le colaboren.»

«Probablemente termine con los músicos callejeros que están en los parques; esos que por una propina o un trago de ron o un planchao, te tocan 20 canciones,»

concluyó.

El destape no deja de tener otra arista importante. Que una economía en crisis, como la cubana, se de el lujo de pagar un millón 500 mil pesos en moneda nacional para la producción del disco de un cantante que ya nadie escucha es, sin dudas, una vez más, botar el dinero en la basura.

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