¿Maduro se queda solo? Al menos ya está como su apellido indica

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El súbito desvío de los vuelos chárter rusos desde la venezolana Isla Margarita hacia Varadero, en Cuba, llegó como una señal inquietante para Nicolás Maduro en el momento más tenso de su pulso con Estados Unidos. La operadora PEGAS Touristik anunció que cancelaba el vuelo Moscú–Porlamar del 1 de diciembre y que toda su programación hacia Venezuela se redirigiría temporalmente a la isla cubana, aduciendo una “potencial amenaza a la seguridad de las aeronaves civiles en el espacio aéreo venezolano”, señala The Economic Times.

El gesto, en apariencia meramente técnico, ocurre mientras Washington despliega en el Caribe 11 buques de guerra, incluido el portaaviones USS Gerald R. Ford, y unos 15 000 efectivos como parte de la operación Southern Spear, oficialmente dirigida contra el narcotráfico pero cada vez más asociada a la presión militar sobre Caracas. Donald Trump ha advertido que el espacio aéreo sobre y alrededor de Venezuela podría “cerrarse en su totalidad”, elevando el riesgo para vuelos comerciales y el espectro de un ataque inminente, reseña por su parte Newsweek.

Según el portal argentino La Derecha Diario, citado por la nota de The Economic Times, esos vuelos especiales podrían estar sacando no solo turistas, sino también empresarios, funcionarios y personas cercanas al poder que prefieren no esperar a que la crisis escale un peldaño más. No hay confirmación oficial de un puente aéreo para las élites chavistas, pero la mera sospecha alimenta la narrativa de un cerco creciente y de un “sálvese quien pueda” silencioso.

Sin embargo, hablar de un abandono ruso de Venezuela sería precipitado. Hace apenas semanas, Moscú y Caracas firmaron 42 nuevos acuerdos en energía, finanzas y cooperación estratégica, en el marco de una comisión intergubernamental de alto nivel, y el Kremlin insiste en que se mantiene en contacto estrecho con Maduro ante las tensiones en el Caribe, destaca por su parte Reuters.

Más bien, el cuadro sugiere otra cosa: Rusia, enfrascada en su propia guerra y en necesidad de evitar una confrontación directa con Estados Unidos, ajusta su presencia visible mientras Maduro le pide a Moscú, Pekín e Irán radares, misiles y reparación de aviones que, de momento, no llegan con la celeridad que el gobierno venezolano desearía.

En paralelo, las grandes aerolíneas comerciales están tomando la misma decisión que PEGAS, pero por motivos más transparentes: tras una advertencia de la FAA sobre “empeoramiento de la seguridad” y creciente actividad militar, compañías como Avianca, Latam, TAP, Gol o Iberia han suspendido vuelos y, en respuesta, Caracas revocó los permisos de varias de ellas, profundizando el aislamiento aéreo del país.

¿Maduro se queda solo, entonces? No del todo: sigue contando con el respaldo político de Rusia, China, Irán y un puñado de aliados regionales. Pero ese apoyo luce más prudente y condicionado, menos dispuesto a jugarse un choque frontal con Washington. El verdadero aislamiento de Maduro no es la soledad absoluta, sino la compañía renuente: socios que lo respaldan en los discursos y en ciertos negocios, mientras miden cada movimiento para no hundirse con él si la crisis cruza el punto de no retorno.

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