No importa la latitud o la longitud donde un cubano se encuentre. No interesa si está en el mar abierto o en la tierra. Dondequiera que haya uno de los once millones que permanecen en la isla, o de los dos millones y tres cuartos que, según se calcula, están esparcidos por todo el mundo, la Virgen de la Caridad del Cobre lo está cuidando.
Es la advocación de la Virgen María a la que los cubanos conocemos como Cachita. La madre mulata de los nacidos en la isla, que se venera en la Basílica Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre en Santiago de Cuba. La Virgen Mambisa que fue proclamada por el Papa Benedicto XV en 1916 como la Patrona de Cuba.
A ella, cuyo día se celebra cada 8 de septiembre, acuden en La Habana y en Miami, los pobres y los famosos, los comunistas y los exiliados, los delincuentes y los ilustrados, los devotos y los ateos. Con su manto protector se cubren todos, como si de la bandera nacional se tratara. La Santa Patrona de Cuba es emblema de una nación porque no hace distinciones entre sus hijos.
Ante la Virgen del Cobre, vestida de amarillo, se borran las barreras políticas, las más profundas heridas, y las constantes escaseces y penurias que padece actualmente la isla. En ella se refugian los millones de cubanos que buscan la gracia, el consuelo y la paz.
De acuerdo con lo que aseguró el sacerdote cubano Lester Rafael Zayas en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en las Vísperas de Nuestra Señora de la Caridad y tras su peregrinación por las calles de La Habana, “es el único símbolo puro que no ha sido machado nunca, hasta ahora, ni por ideología alguna, ni por creencia alguna, ni por odio ni venganza”.
Ni siquiera cuando la isla conmemora el día de su Patrona “con 250.000 voces menos”, muchas de las cuales han salido hacia Estados Unidos a través de países como Nicaragua o México, los cubanos pierden la fe en esta imagen mariana que apareció en 1612 o a principios de 1613, en la Bahía de Nipe, la mayor de Cuba, situada en la costa norte de la actual provincia de Holguín.
Cuando la isla vive un crisis sin precedentes, para el sacerdote Zayas “algo hemos hecho mal” los cubanos, por lo que hay que reconocer ante la Virgen de la Caridad que “confiamos en las consignas” y “nos abandonamos demasiado a ideologías que dejaban fuera lo verdaderamente importante: la familia, lo humano, los hijos”.
Dicen que quienes primero la vieron fueron tres esclavos que trabajaban en las minas de cobre de la región oriental y que han pasado al imaginario popular cubano como “los tres Juanes”. Cuentan que ella iba con el Niño Jesús en brazos y que flotaba en una tabla donde podía leerse la frase “Yo soy la Virgen de la Caridad”.
La versión más conocida es que estos esclavos la sacaron del mar y la llevaron al poblado donde es venerada hasta la actualidad. Primero tuvo un santuario improvisado, hecho de hojas de guano y de tablas; y luego, fue llevada al que sería su santuario definitivo, en la cima de una loma cercana a las minas de cobre.
El significado de la Virgen del Cobre trasciende cualquier frontera. A ella le cantan y le ofrendan girasoles y mucha miel los practicantes de las religiones afrocubanas, quienes le llaman Oshún, una orisha de cabecera, la Reina del Agua Dulce, fielmente ligada al destino de las mujeres y de los hombres. Sin importar cómo la nombren, ella encierra la identidad del cubano y a ellos recibe con los brazos abiertos.
“Reina y señora de la caridad, muéstranos el sendero del amor, del perdón y la reconciliación entre todos los cubanos”. “Te suplicamos por todos tus hijos que, desde dentro y fuera de la patria, desean lo mejor para Cuba, te miran como símbolo de cubanía, y sienten que la Caridad nos une”. Así le rezan a la Virgen los cubanos. No importa la latitud o la longitud donde se encuentren.
