La mala suerte del buque San Pascual, varado hace más de 90 años en aguas de Cuba

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Muchas son las leyendas que rodean al buque San Pascual, varado hace más de noventa años a solo una milla de Cayo Francés, al norte de la provincia cubana de Villa Clara.

Fue construido en San Diego, California, en 1920, como un buque tanque. Algunos creen que para transportar combustibles; otros, que para llevar aceite.

Conocido en las últimas décadas como El Pontón, es el único de los cuatro navíos erigidos por el astillero Pacific Marine Construction que todavía se conserva y uno de los pocos de concreto que se han hecho en el mundo, pero su vida en alta mar no duró mucho. Es más, todo el mundo coincide en que fue un chasco.

Cuando apenas se sabía si era funcional, con su eslora de más de 130 metros, su cuarto de máquinas en la popa y su peso muerto de 6.770 toneladas, el San Pascual fue entendido como una reliquia de la ingeniería naval.

Poco después de salir al mar su estructura, que supuestamente estaba preparada para cargar unas 13.000 tonaladas, se averió y el barco estuvo en dique seco hasta 1924, año en que lo compró la Punta Alegre Sugar Company, dedicada al negocio de las mieles. 

Cuentan que el agua se le transformaba en arena y que cuando su proa lidiaba con fuertes oleajes recios, no podía levantar y salir del hoyo abierto por las olas.

Por casi una década el San Pascual se utilizó como almacén flotante de la melaza exportable que provenía de unos 14 centrales azucareros y que luego era trasegada a buques extranjeros. Apenas dos personas se encargaban de operar el embarque de miel de caña.

En 1933 la embarcación, con su cuarto de máquinas en la popa y no en el centro, quedó varada en las cercanías de Cayo Francés. Según detalla en Facebook el ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, se desconoce si ésto sucedió de manera accidental. 

Lo más creíble, desde la óptica del funcionario cubano, es que “el barco entró por algún motivo atmosférico, se varó y después fue muy difícil sacarlo”. 

Otro punto que sobresale en la historia de este sui géneris coloso es lo mucho que se ha asentado sobre el fondo en el último siglo. 

De acuerdo con lo que precisa Rodríguez Dávila, desde la superficie al fondo en el timón hay unos siete metros de profundidad, más una capa de sedimentos de “uno o dos metros que lo tienen atrapado”, al menos “en la parte posterior”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Marina norteamericana transformó el San Pascual en una estación naval y antiaérea. Artillado con seis ametralladoras antiaéreas y dos cañones de tiro rápido, el barco tenía cerca seis hidroaviones, ocho lanchas cazasubmarinos y una dotación de 200 hombres. En aquel tiempo albergó incluso a un prisionero japonés capturado en Cayo Coco y que fue enviado a Estados Unidos porque lo creían un agente de Tokio.

Hay quien dice que el reconocido pintor cubano Leopoldo Romañach (1862–1951) se inspiró en el San Pascual para crear alguna de sus grandes marinas o que en las mismas aguas que él estuvo el escritor estadounidense Ernest Hemingway.

Rodríguez Dávila cuenta que el San Pascual ha sobrevivido a varios ciclones prácticamente sin moverse del lugar, aunque ha sufrido daños porque ha habido barcos que lo han chocado y le han destruido parte del casco; y otros que se han refugiado del mal tiempo acoderándose a él. Pero el paso del huracán Kate, en 1985, sí obligó a repararlo.

Hubo una época en la que se utilizó como un hotel de diez habitaciones, un restaurante y un bar, pero, en palabras de Rodríguez Dávila, “el olor a las mieles fermentadas”, que todavía queda en sus bodegas, no atrajo muchos huéspedes. 

Cerca del buque, que ha mantenido intacto su engranaje original, la campana, sus calderas de vapor, los mecanismos del timón y los que hacen elevar el ancla, están otros cayos como Santa María, Ensenachos y Las Brujas, todos conectados por el pedraplén concluido alrededor de 1998, justo cuando el San Pascual se empezó a vender como destino turístico.

Sin embargo, no son pocos los que han detallado el marcado estado de deterioro en el que se encuentra el hotel que flota cerca del poblado pesquero de Caibarién.

No obstante, muchos han lamentado el marcado deterioro del barco, al que el periodista Luis Sexto calificó como un “antiguo casco desconchado, emparentado con la ruina” y “un despojo”.

Por otro lado, más de un ambientalista destaca que las mieles vertidas al mar constituyen un problema medioambiental en esta área protegida, aunque extraerlas conllevaría también un riesgo porque podría fracturarse y contaminar aún más los arrecifes. 

Además, existen muchos peces leones en la zona y una comunidad de pequeños organismos que se alimentan de toda la melaza derramada.

De hecho una de las historias que han hecho famoso al Pontón tienen que ver con un pez. Se ha relatado en su entorno hubo unn guasa que llegó a ser tan grande que durante muchos años sembró temor entre los pescadores.

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