Joven tunecina anuncia que viajará a Cuba. Algunos le advierten de los mosquitos, otros le piden pase por su negocio

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Leila, la joven tunecina que solo quería encontrar compañeros de viaje y locales no profesionales, se ha convertido, sin proponérselo, en el espejo de una discusión incómoda: hasta qué punto es responsable o prudente viajar a un país en crisis cuando los propios residentes te dicen, casi en la misma frase, “no vengas, es peligroso”… pero si vienes, pasa por mi casa, por mi negocio, por mi ciudad.

En un grupo de Facebook llamado “Cuba Travel Tips”, una joven de Túnez dejó un mensaje aparentemente inocente:

“Hola a todos. Viajaré sola a Cuba por alrededor de un mes a partir del 18 de diciembre y me encantaría encontrarme con otros viajeros y locales (no guías profesionales). Leila, desde Túnez”.

El post, escrito en inglés con un saludo en español y emojis sonrientes, abrió una pequeña ventana a la Cuba de 2025: un país en plena crisis epidemiológica y económica, pero donde muchos siguen viendo en cada turista una oportunidad, sea para ayudar… o para vender algo.

Entre decenas de respuestas, una de las primeras fue un seco hashtag: “#NoTravelToCuba”, escrito por un usuario identificado como Mario MP. Luego apareció Re Vi, más explícito: le advirtió que podría ser víctima de robos y contagiarse de un virus, y le recomendó reconsiderar el viaje.

A partir de ahí, el hilo se bifurcó en dos Cubas: la del peligro sanitario y la del “pasa por mi negocio, yo te ayudo”.

La advertencia más larga llegó de una cubana, Irma Niurka Varona, que le habló “con honestidad y urgencia” de una situación que describió como “extremadamente peligrosa” para la salud: hospitales sin insumos básicos; apagones que afectan equipos de emergencia; farmacias vacías; circulación simultánea de dengue, Zika y chikunguña; falta de agua potable y comida; incremento del delito y barrios enteros a oscuras durante los cortes de electricidad. Su mensaje, casi una carta abierta, insistía en que no se trataba de simples incomodidades de viaje, sino de un riesgo real de enfermarse sin poder recibir tratamiento.

Las advertencias no son exageradas. Desde octubre y noviembre, el propio Ministerio de Salud Pública de Cuba ha reconocido una situación “compleja”, con brotes combinados de dengue, chikunguña y oropouche en prácticamente todo el país, al punto de calificarla de epidemia. En informes recientes se han contabilizado más de 20 000 casos de chikunguña, además de miles de contagios por dengue, mientras organismos internacionales y medios extranjeros hablan ya de una crisis epidemiológica que ha puesto a la isla “en vilo”. Reuters ha descrito que las enfermedades transmitidas por mosquitos afectan a una parte significativa de la población, en un contexto agravado por la escasez de medicinas, repelentes, alimentos y por los apagones frecuentes que obligan a la gente a dejar puertas y ventanas abiertas en noches calurosas.

Sin embargo, en el mismo hilo donde Irma suplicaba que Leila “no viniera”, otros cubanos optaban por un tono distinto: el de la hospitalidad cruzada con supervivencia económica. Un habanero de La Habana Vieja se presentaba como trabajador de un Airbnb y le dejaba su número de teléfono “para lo que necesite”. Una enfermera de Pinar del Río le ofrecía enseñarle la provincia. Otra habanera, madre de dos niños, le decía que estaría encantada de conocerla y que podía contactar con ella si necesitaba ayuda. Sí, la mayoría quería convertirse en guía.

No faltaron tampoco los emprendimientos más estructurados, incluso de varios extranjeros residentes en la isla.

Un comentarista se presentó como guía profesional con pequeña agencia de tours, aclarando que también le gusta “hacer amigos fuera del trabajo”. Un canadiense que vive en Camagüey con su esposa cubana le habló de la panadería y cafetería que están intentando levantar, condicionada a que logren instalar un sistema solar para sortear los apagones. Otro la invitó a “Rico Rico”, un restaurante en La Habana al que incluso adjuntó ubicación en Google Maps. También hubo quien promocionó una casa en Viñales con wifi 24 horas y excursiones organizadas, y quien le vendió la idea de una casa particular en Matanzas con paneles solares “para esos apagones jjj”.

Más allá de la cortesía, el hilo revela una tensión de fondo: mientras algunas voces subrayan el riesgo de viajar a una isla sumida en una epidemia de arbovirosis, con servicios médicos colapsados y escasez generalizada, muchos otros ven en la llegada de una joven turista sola una oportunidad concreta en un contexto de crisis: un huésped para su casa, una mesa más ocupada en el restaurante, un cliente para un taxi o para una excursión improvisada.

Entre unos y otros, casi nadie menciona directamente la palabra “mosquitos”, aunque buena parte del peligro real para alguien como Leila pasa por la picada de un Aedes aegypti en una ciudad con basura acumulada, tanques de agua abiertos y poca fumigación. Las autoridades sanitarias y la prensa internacional coinciden en que el aumento de dengue, chikunguña y oropouche está ligado al deterioro del saneamiento urbano y a la imposibilidad del Estado de sostener campañas de control vectorial como en décadas anteriores. En esa mezcla de afecto genuino, necesidad económica y alarma sanitaria se mueve hoy el turismo independiente hacia Cuba.

Leila, la joven tunecina que solo quería encontrar compañeros de viaje y locales no profesionales, se ha convertido, sin proponérselo, en el espejo de una discusión incómoda: hasta qué punto es responsable o prudente viajar a un país en crisis cuando los propios residentes te dicen, casi en la misma frase, “no vengas, es peligroso”… pero si vienes, pasa por mi casa, por mi negocio, por mi ciudad.

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