La ciudad de Camagüey, una de las más importantes del centro de Cuba, vive una crisis silenciosa pero alarmante en sus servicios funerarios y camposantos. Trabajadores del cementerio provincial —que pidieron mantenerse en el anonimato— afirman que en días recientes se han contabilizado hasta 25 muertes diarias, una cifra “insostenible” que ha dejado bóvedas abiertas, ataúdes en pasillos y cuerpos esperando entierro. En sus propias palabras: “no hay espacio para enterrar la gente”.
Las redes sociales han servido de ventana a esta situación. En Facebook, el activista y músico Saúl Manuel reportó el desbordamiento: «Un promedio de 25 muertos diarios en Camagüey… “No hay espacio en el cement…”, dicho por los empleados».
Los videos y fotos que acompañan la publicación muestran ataúdes amontonados, restos humanos a la vista y espacios vacíos solo en apariencia en el camposanto. Uno de los trabajadores pregunta frente a la cámara: “¿Para dónde se entierra esto ahora?”
El colapso en Camagüey no se reduce a un mero problema local: se inscribe en el contexto más amplio de un país que se debate entre falta de recursos, crisis sanitaria y servicios funerarios que hace tiempo dejaron de funcionar con normalidad. Según dejó entrever el periodista Jose Luis Tan Estrada, al cementerio de Camagüey “ya no le cabe un muerto más”.
Fuentes internas de funerarias locales confirman que los vehículos para traslado no dan abasto, las familias pagan por boxes y a veces esperan horas para que aparezca el carro fúnebre. En algunos casos, la demora se prolonga hasta el día siguiente. Un testigo describió: “En la morgue del hospital a veces hay hasta cuatro fallecidos esperando horas para que aparezcan las cajas o el carro”. Este caos contrasta con las cifras oficiales, que no reflejan saturación, y con una prensa estatal que casi no aborda el tema.
La falta de transparencia añade otra capa de angustia: los trabajadores aseguran que no pueden documentar oficialmente lo que sucede por temor a represalias, y muchas familias encuentran razones para desconfiar. Uno apuntó que los restos visibles, los ataúdes sin tapa y las bóvedas sin sellar constituyen un riesgo sanitario: “Cuando esos cadáveres empiecen a botar gases —alerta— será una bomba”.
Mientras los cuerpos se acumulan y los camposantos colapsan, las autoridades provinciales no han hecho un pronunciamiento público que calme los temores. En un escenario donde la muerte reaparece como bandera del abandono, la pregunta que muchos se hacen es: ¿qué tan lejos está Camagüey de convertirse en un símbolo de lo que significa morir sin asistencia, ni dignidad ni registro?
Las imágenes y los testimonios, publicados en redes justo cuando el Gobierno celebra y resalta el control sanitario nacional, constituyen un desafío difícil de soslayar. Porque en un país que dice proteger a su gente, que la muerte se vuelva masiva y visible antes de ser atendida no es solo tragedia: es advertencia. Y en Camagüey la advertencia ya se ha vuelto crónica.





