El cintazo de toda la vida en Cuba llevó a este hombre a la cárcel en Miami

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Un hombre de 38 años, identificado como Brandon Corey Campbell, fue arrestado bajo cargos de abuso infantil después de que el personal de la escuela John F. Kennedy Middle School notara moretones en las piernas de su hijo y alertara a las autoridades.

Según el informe policial, el menor experimentaba molestias al sentarse, lo que llevó al personal médico de la escuela a examinarlo y descubrir hematomas en la parte posterior de ambas piernas. Al ser interrogado, el niño reveló que, tras un incidente en el que él y sus amigos arrojaron un ladrillo que dañó la terraza de una residencia, su padre lo castigó golpeándolo múltiples veces con un cinturón en los glúteos y las piernas. El menor indicó que el dolor persistió durante dos días.

Campbell se presentó voluntariamente en el Departamento de Policía de North Miami Beach para ser interrogado. Posteriormente, fue arrestado y trasladado al Centro Correccional Turner Guilford Knight, enfrentando un cargo de abuso infantil sin causar daño corporal grave. Su fianza se fijó en $2,500.

Este caso, sin dudas, pone de relieve las diferencias culturales en las prácticas de crianza. En la cultura latina e hispana, incluyendo a Cuba, es común que el castigo físico, como dar correazos con un cinto, se perciba como una práctica normal para corregir las indisciplinas de los menores, pero cada vez es menos aceptado.

El cintazo como método de «¿enseñanza?»

Es parte de un patrón de crianza autoritaria que viene de generaciones atrás. Muchas veces se justifica con frases como «más vale una nalgada a tiempo» o «la letra con sangre entra», que reflejan esa creencia de que el castigo físico es necesario para que el niño aprenda límites y valores.

En Cuba, por ejemplo, no era raro que en las casas estuviera colgado el cinto, la chancleta, un trozo de suiza o hasta una varita, casi como «decoración», pero con la función bien clara: que los muchachos supieran que, si se portaban mal, aquello estaba ahí como recordatorio a la mano. Y no era exclusivo de las familias más humildes. Tanto en el campo como en la ciudad, en casas con más recursos o en hogares más sencillos, esa mentalidad estaba presente.

Había una aceptación social muy fuerte de que «eso era por el bien del niño». Incluso, muchos adultos que hoy recuerdan esas experiencias te dicen cosas como: «me dieron mis buenos correazos, pero mira qué persona decente soy», como si esos castigos hubieran sido responsables de su formación y éxito personal.

Ahora bien, en los últimos años, con más acceso a información y con las influencias de otros enfoques de crianza, ha habido cierto cambio, pero lento. Muchos psicólogos y educadores insisten en que el castigo físico genera más miedo que respeto y puede afectar el desarrollo emocional de los niños. Pero en la práctica, en muchas familias cubanas (y latinas en general), ese cinto sigue funcionando como «la solución rápida», especialmente en situaciones de estrés económico y social, donde la paciencia a veces se agota y los padres replican lo que vivieron.

Sin embargo, en Estados Unidos, este tipo de castigo físico puede ser considerado abuso infantil y conllevar consecuencias legales severas.

Así que Campbell, que no tiene nada de cubano, metió la pata y aprendió por las malas que cualquier forma de castigo físico que deje marcas o cause dolor prolongado puede ser clasificada como abuso, independientemente de las normas culturales o prácticas tradicionales de crianza.

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