La delincuencia en Cuba ya no es un rumor de esquina ni un secreto a voces que se comenta con cuidado en las colas. Es una realidad que aparece todos los días en redes sociales, en denuncias de vecinos y hasta en páginas oficialistas que intentan imponer un discurso de “tolerancia cero” mientras la vida cotidiana se desangra entre asaltos, ajustes de cuentas y profanaciones.
En Holguín, por ejemplo, la historia de José Armando Martínez y Yoan Rondón parecía un guion repetido: alquilaron una motorina con la excusa de un viaje hacia la valla del Estado en La Vega, pero en realidad la trampa estaba montada.
Allí los esperaba el cómplice y, con violencia, intentaron quedarse no solo con la moto, sino con todo lo que cargaba su dueño. La policía ya les seguía la pista y la jugada terminó con ambos detenidos. Según se comenta en la propia zona, no era la primera vez: llevaban tiempo dedicados a robar, hasta que la suerte se agotó.
Mientras tanto, en Matanzas, otro nombre salió a la luz: Juan Miguel Martínez Vergara, arrestado tras ser señalado como autor de dos robos con violencia. Uno en Canimar, junto a otros cómplices, y otro en el Reparto Reynald García, donde amenazó con un arma blanca para arrebatar una cadena de oro.
Casi en paralelo, en el Consejo Popular de Versalles, fue detenido Yasniel Alderete Álvarez con 540 litros de gasolina almacenados de manera ilegal. Ya había enfrentado procesos por desobediencia, pero la reincidencia muestra que la línea entre sobrevivir y delinquir se vuelve cada vez más delgada.
En Ciego de Ávila, la preocupación gira alrededor de otro flagelo: las drogas. Jorge Antonio Téllez y Yoan Carlos Luis fueron sorprendidos en plena compraventa de químicos, en una calle céntrica de la ciudad. La escena no solo habla de ilegalidad, sino del daño social que deja a su paso. Vecinos celebraron la detención, pero el trasfondo es más oscuro: detrás de cada redada, se esconde un consumo creciente que arrastra a jóvenes y familias enteras.
El deterioro alcanza hasta los cementerios. En Camagüey, una mujer denunció que la lápida de la tumba de su padre fue robada.
Se trataba de un día simbólico: el cumpleaños del difunto. Su madre y su hija llegaron al camposanto y encontraron la sepultura profanada. No fue un hecho aislado: los robos de mármol, metales y hasta huesos se multiplican en un contexto donde la vigilancia es mínima y los custodios, según muchos familiares, no solo miran hacia otro lado, sino que podrían estar involucrados. La escena revela hasta qué punto la miseria y la descomposición social penetran espacios que deberían ser intocables.
La violencia con armas también golpea. En Antilla, Holguín, el caso de Mario Tames, conocido como “Mayito”, ha conmocionado a su comunidad. Un ataque armado lo dejó gravemente herido, con varias balas en el cuerpo. Mientras familiares y amigos pedían oraciones en redes, la versión oficial apareció, e intentó enmarcarlo como un simple “ajuste de cuentas personales”, pidiéndole a los internautas, conocer «la verdad tras el hecho» y evitar así «hacerle el juego a la manipulación en redes sociales». Lo hicieron «tan bien», que ni mencionaron siquiera el nombre de la víctima, como muestra inequívoca de lo deshumanizantes que son.
Y en La Habana, el robo callejero se vuelve parte del día a día. Una joven perdió su celular en segundos mientras compraba galletas en un quiosco. No lo notó hasta que los audífonos dejaron de sonar, y así se lo comentó «in situ» a un youtuber. Lo trascendental de su «denuncia» es que ella está casi segura que la cometió el delito fue una señora mayor que era la única que estaba alrededor suyo mientras ella compraba las galletas.
@victor.g731 Cuidado con los robos en Cuba 🇨🇺#lahabanacuba🇨🇺 #cuba #dolarcuba ♬ sonido original – Victor G
Casos así abundan: carteristas en Sancti Spíritus, ladrones de celulares en Santiago de Cuba, mujeres golpeadas para arrancarles argollas en plena calle, un motorista accidentado despojado de sus pertenencias mientras agonizaba en el pavimento. Escenas que muestran no solo la rapidez con la que se roba, sino la crudeza de hacerlo incluso frente al dolor ajeno.
El comunicador Niover Licea, por ejemplo, daba a conocer en las últimas horas de dos sucesos violentos; uno acontecido en Vertientes, Camagüey; y otro en Florencia, Ciego de Ávila.
Cada provincia tiene su propia lista de delitos: motorinas, cadenas, celulares, gasolina, químicos, lápidas, vidas. No es un catálogo policial para exhibir eficiencia, como intentan mostrar los partes oficiales, sino la radiografía de una inseguridad que crece con la crisis. En los barrios ya nadie se sorprende: lo que antes se veía como historias aisladas, ahora se repite con demasiada frecuencia.
El discurso estatal insiste en “tolerancia cero” y en celebrar cada detención, pero la vida cotidiana muestra lo contrario. La delincuencia no solo está, sino que se expande, y con ella la sensación de que la seguridad se resquebraja incluso en los lugares más sagrados: la casa, la calle, la tumba.





